¿Tiene memoria colectiva la actual dirigencia de la Central Obrera Boliviana? Quizá no. Quizá está atragantada, como muchas entidades sindicales, con sedes, inauguraciones, hoteles y copetines que olvidó a sus héroes y mártires y a sus gestores. La COB no aparece en la lucha de los familiares de desaparecidos y víctimas de las pasadas dictaduras ni reclama a los militares por sus muertos y los archivos secretos.
No tengo conocimiento de un homenaje o recordatorio en algún tipo de formato para reflexionar sobre la vida y obra de Juan Lechín Oquendo, el corocoroqueño considerado el máximo dirigente histórico del movimiento obrero boliviano, cuyo centenario se dio el pasado 19 de mayo.
Aunque la fecha de nacimiento del hijo del libanés Juan Lezín y de la cholita Juana Oquendo tuvo retoques para facilitar la participación de Lechín en la Guerra del Chaco y luego en sus diferentes células y pasaportes falsos, se reconoce al 19 de mayo de 1914 como su natalicio. No encontramos el original del acta de nacimiento, pero sí su testimonio, el de los familiares y otras evidencias.
Ese año fue importante para la historia del sindicalismo boliviano por la llegada de los llamados "pampinos”, trabajadores en las salitreras (bolivianos, chilenos y peruanos) que escaparon de la masacre de 1907 en Iquique. Esos proletarios, guiados por el pensamiento del chileno Recabarren, alentaron la organización de los mineros. Fue chileno uno de los dirigentes en la movilización de Uncía en 1918.
Lechín se forjó en un sindicalismo combativo, unido y sobre todo pluralista e independiente. Desde su participación como subprefecto en la provincia Bustillo, enfrentando al poder de la rosca minero feudal, Lechín participó por medio siglo en las luchas proletarias. Tuvo aciertos y errores y varias de sus decisiones fueron cuestionadas en su momento.
Sin embargo, su sello principal fue mantener la independencia de clase de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, FSMTB, y de la COB, ejerciendo el Poder Dual, pero sin inclinarse ante el Poder Ejecutivo, ni siquiera después de la triunfante Revolución de Abril en 1952. El estabilismo no pudo dividirlas, como hizo con otras centrales en América Latina.
Lechín fomentó el libre pensamiento de cada dirigente y la unidad fue la grandeza de esa COB. Al contrario que los cocaleros -el sindicado más poderoso del siglo XXI-, los mineros no ponían en el "palo santo” ni daban muerte civil a los disidentes. Eran otros tiempos que muchos prefieren olvidar.
Lupe Cajías es historiadora y periodista
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