Por: Harold Cárdenas Lema (haroldcardenaslema@gmail.com)
¿Cuán diferente es Cuba de los otros proyectos socialistas nacidos en el siglo XX? ¿Sobrevivirá a los errores de los modelos predecesores? ¿Sus dirigentes mostrarán una entereza superior a la de aquellos que en otras experiencias traicionaron la confianza popular, derivaron en personalismos, abusos de poder y corrupción? Estas son algunas de las preguntas que gravitan sobre el presente y futuro de la isla, en un contexto de cambios en el que un paso en falso puede ser el fin, y este puede venir en la forma de una nueva clase.
Más de medio siglo los cubanos contamos con el liderazgo carismático de Fidel Castro hasta que por razones de enfermedad Raúl asumió la presidencia con un método de dirección distinto, basado en la institucionalización del país y aplicando reformas principalmente económicas. Ambos mantienen una notable influencia en el país, legitimada en los años de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y su consagración al proyecto nacional, este fue sin dudas uno de los factores que le permitió a la isla sobrevivir el derrumbe del campo socialista. Pero un país no lo sostienen unos pocos sino una estructura compuesta por eslabones civiles y militares, ahí puede surgir el germen de la nueva clase, ha pasado antes y el peligro persiste.
Queda fresco en nuestra memoria lo ocurrido en Europa del Este, cuando la dirección histórica de la URSS cedió el paso a un Stalin que hizo del culto a la personalidad una política de Estado y sembró las semillas de la destrucción. En ese entonces, los que estaban vinculados al poder político construyeron una élite de burócratas que no eran propietarios de los medios de producción pero se aprovechaban de la administración de estos para proporcionarse privilegios y ventajas que eran imposibles para el ciudadano promedio.
Este fenómeno lo describió con mucho detalle el yugoslavo Milovan Djilas, quien fue vicepresidente en su país hasta que comparó la élite burocrática con la antigua aristocracia y describió cómo estos pasaban la influencia adquirida a sus familias y solo establecían relaciones entre sí para garantizar sus privilegios. Como Djilas seguía siendo marxista, denunció el surgimiento así de una “nueva clase” y la traición al proletariado, argumentando cómo los obreros seguían buscando su verdadera liberación mientras estaban bajo la acción de esta.
Por supuesto que estas declaraciones le costaron todo al otrora Presidente de la Asamblea Nacional y luego vicepresidente de Yugoslavia, el luchador antifascista que se veía como sucesor de Tito terminó en la cárcel por su lucha contra la burocracia y excluido de la vida política de su país. Si bien las críticas de Djilas tenían sentido, él que aseguraba haberse equivocado un millón de veces, terminó sirviendo de arma al anticomunismo internacional y murió proscrito en la Yugoslavia del año 1995. Si alguna enseñanza parece dejarnos, es que la lucha contra la burocracia resulta peligrosa para todos y la crítica al extremo termina haciéndole un favor a tus enemigos políticos.
Solo hay algo más peligroso que la hipercrítica y es la ausencia de ella. A pesar de que estos peligros mencionados sean un tema recurrente en sectores que buscan el cambio de sistema en Cuba, renunciar a discutirlos abiertamente sería el peor de los suicidios. Entre muchos de nuestros comunicadores existe la percepción de que asumir un pensamiento crítico respecto a nuestros dirigentes y el Partido podría perjudicar el proyecto social cubano. En lo personal creo que más perjudicial sería establecer un muro entre el pueblo y sus representantes, marginar la crítica en cualquier aspecto o invisibilizar la gestión de nuestros funcionarios públicos, estos fenómenos son muy peligrosos, más en un país que aspira al socialismo.
La Cuba de los últimos tiempos necesita cambiar para sobrevivir y ser aún mejor, pero el cambio también implica desafíos para los que debemos estar preparados. Cuando el 2 de noviembre de 2011 la Gaceta Oficial de la República hizo oficial la compraventa de casas en el país, muchos respiramos aliviados y lo vimos (con razón) como un paso de avance. Se exacerbó entonces la polarización de algunos barrios, principalmente en la capital del país, donde los ingresos son superiores al resto, donde los hospitales y las escuelas ya empiezan a ser diferentes y los códigos sociales cambian. Debe existir un plan para lidiar con esto y mantener nuestras esencias.
Desde que tengo uso de razón en mi país ha existido la diferencia social, unos chicos en la escuela podían darle a la maestra un mejor regalo que yo el Día del Educador, algunas personas con regalos podían acelerar su visita al médico pero al final todos compartíamos escuela y hospital. Los nuevos tiempos amenazan con llevar estas diferencias aún más lejos.
Quizás deberíamos preocuparnos más por aquellos pequeños empresarios que sueñan en convertirse en grandes empresarios y ahora ven su primavera. Quizás deberíamos hacer un ejercicio de empatía y ver también lo difícil que resulta un cargo de dirección en nuestro país. Quizás Cuba no sea tan diferente del resto de los modelos socialistas del siglo XX, pero de seguro tiene unas esencias que vale la pena conservar y luchar por ellas. Estemos alerta para que no surja una nueva clase bajo nuestras narices, ya sea económica o política, ya sea de derecha o con ropas de izquierda.
¿Cuán diferente es Cuba de los otros proyectos socialistas nacidos en el siglo XX? ¿Sobrevivirá a los errores de los modelos predecesores? ¿Sus dirigentes mostrarán una entereza superior a la de aquellos que en otras experiencias traicionaron la confianza popular, derivaron en personalismos, abusos de poder y corrupción? Estas son algunas de las preguntas que gravitan sobre el presente y futuro de la isla, en un contexto de cambios en el que un paso en falso puede ser el fin, y este puede venir en la forma de una nueva clase.
Más de medio siglo los cubanos contamos con el liderazgo carismático de Fidel Castro hasta que por razones de enfermedad Raúl asumió la presidencia con un método de dirección distinto, basado en la institucionalización del país y aplicando reformas principalmente económicas. Ambos mantienen una notable influencia en el país, legitimada en los años de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y su consagración al proyecto nacional, este fue sin dudas uno de los factores que le permitió a la isla sobrevivir el derrumbe del campo socialista. Pero un país no lo sostienen unos pocos sino una estructura compuesta por eslabones civiles y militares, ahí puede surgir el germen de la nueva clase, ha pasado antes y el peligro persiste.
Queda fresco en nuestra memoria lo ocurrido en Europa del Este, cuando la dirección histórica de la URSS cedió el paso a un Stalin que hizo del culto a la personalidad una política de Estado y sembró las semillas de la destrucción. En ese entonces, los que estaban vinculados al poder político construyeron una élite de burócratas que no eran propietarios de los medios de producción pero se aprovechaban de la administración de estos para proporcionarse privilegios y ventajas que eran imposibles para el ciudadano promedio.
Este fenómeno lo describió con mucho detalle el yugoslavo Milovan Djilas, quien fue vicepresidente en su país hasta que comparó la élite burocrática con la antigua aristocracia y describió cómo estos pasaban la influencia adquirida a sus familias y solo establecían relaciones entre sí para garantizar sus privilegios. Como Djilas seguía siendo marxista, denunció el surgimiento así de una “nueva clase” y la traición al proletariado, argumentando cómo los obreros seguían buscando su verdadera liberación mientras estaban bajo la acción de esta.
Por supuesto que estas declaraciones le costaron todo al otrora Presidente de la Asamblea Nacional y luego vicepresidente de Yugoslavia, el luchador antifascista que se veía como sucesor de Tito terminó en la cárcel por su lucha contra la burocracia y excluido de la vida política de su país. Si bien las críticas de Djilas tenían sentido, él que aseguraba haberse equivocado un millón de veces, terminó sirviendo de arma al anticomunismo internacional y murió proscrito en la Yugoslavia del año 1995. Si alguna enseñanza parece dejarnos, es que la lucha contra la burocracia resulta peligrosa para todos y la crítica al extremo termina haciéndole un favor a tus enemigos políticos.
Solo hay algo más peligroso que la hipercrítica y es la ausencia de ella. A pesar de que estos peligros mencionados sean un tema recurrente en sectores que buscan el cambio de sistema en Cuba, renunciar a discutirlos abiertamente sería el peor de los suicidios. Entre muchos de nuestros comunicadores existe la percepción de que asumir un pensamiento crítico respecto a nuestros dirigentes y el Partido podría perjudicar el proyecto social cubano. En lo personal creo que más perjudicial sería establecer un muro entre el pueblo y sus representantes, marginar la crítica en cualquier aspecto o invisibilizar la gestión de nuestros funcionarios públicos, estos fenómenos son muy peligrosos, más en un país que aspira al socialismo.
La Cuba de los últimos tiempos necesita cambiar para sobrevivir y ser aún mejor, pero el cambio también implica desafíos para los que debemos estar preparados. Cuando el 2 de noviembre de 2011 la Gaceta Oficial de la República hizo oficial la compraventa de casas en el país, muchos respiramos aliviados y lo vimos (con razón) como un paso de avance. Se exacerbó entonces la polarización de algunos barrios, principalmente en la capital del país, donde los ingresos son superiores al resto, donde los hospitales y las escuelas ya empiezan a ser diferentes y los códigos sociales cambian. Debe existir un plan para lidiar con esto y mantener nuestras esencias.
Desde que tengo uso de razón en mi país ha existido la diferencia social, unos chicos en la escuela podían darle a la maestra un mejor regalo que yo el Día del Educador, algunas personas con regalos podían acelerar su visita al médico pero al final todos compartíamos escuela y hospital. Los nuevos tiempos amenazan con llevar estas diferencias aún más lejos.
Quizás deberíamos preocuparnos más por aquellos pequeños empresarios que sueñan en convertirse en grandes empresarios y ahora ven su primavera. Quizás deberíamos hacer un ejercicio de empatía y ver también lo difícil que resulta un cargo de dirección en nuestro país. Quizás Cuba no sea tan diferente del resto de los modelos socialistas del siglo XX, pero de seguro tiene unas esencias que vale la pena conservar y luchar por ellas. Estemos alerta para que no surja una nueva clase bajo nuestras narices, ya sea económica o política, ya sea de derecha o con ropas de izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario