ELENA SEVILLANO 11/07/2010
Las fábricas,las presas, la desforestación. Son muchas las amenazas que se ciernen sobre los ríos. Y la orquesta Río Infinito ha decidido denunciarlo con úsica. En una barca con la que quieren recorrer todos los causes de América. Compartimos su primera aventura en el Paraná.
Su nombre es Marilyn. Es una vieja embarcación, deteriorada por los años y años de llevar pasajeros de un, sino músicos pueblo a otro de la ribera. Sus tripulantes no son marineros sino músicos procedentes de toda Latinoamérica que, durante 15 días, recorrieron juntos 1.478 kilómetros de agua dulce que separan Iguazú (en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil) de Rosario. Cada cual elige desde dónde quiere er las cosas, y la orgquesta Río Infinito decidió mirarlas desde el Paraná, en la Cuenca del Plata, el sistema hídrico más importante de Sudamérica después del Amazonas y uno de los más amenazados del planeta debido, fundamentalmente, a las represas y la desforestación.
Durante el viaje ofrecieron conciertos, llenaron de música las calles, se reunieron con asociaciones ambientalistas y recogieron cartas en defensa de los ríos redactadas por comunidades, pueblos y ciudades a lo largo de la ribera. Sucedió el pasado otoño y fue un campo de pruebas para lo que quiere ser un proyecto único de denuncia medioambiental a través de la música. Repetirán su travesía por otros cauces, para denunciar que se mueren.
Las fábricas,las presas, la desforestación. Son muchas las amenazas que se ciernen sobre los ríos. Y la orquesta Río Infinito ha decidido denunciarlo con úsica. En una barca con la que quieren recorrer todos los causes de América. Compartimos su primera aventura en el Paraná.
Su nombre es Marilyn. Es una vieja embarcación, deteriorada por los años y años de llevar pasajeros de un, sino músicos pueblo a otro de la ribera. Sus tripulantes no son marineros sino músicos procedentes de toda Latinoamérica que, durante 15 días, recorrieron juntos 1.478 kilómetros de agua dulce que separan Iguazú (en la triple frontera de Argentina, Paraguay y Brasil) de Rosario. Cada cual elige desde dónde quiere er las cosas, y la orgquesta Río Infinito decidió mirarlas desde el Paraná, en la Cuenca del Plata, el sistema hídrico más importante de Sudamérica después del Amazonas y uno de los más amenazados del planeta debido, fundamentalmente, a las represas y la desforestación.
Durante el viaje ofrecieron conciertos, llenaron de música las calles, se reunieron con asociaciones ambientalistas y recogieron cartas en defensa de los ríos redactadas por comunidades, pueblos y ciudades a lo largo de la ribera. Sucedió el pasado otoño y fue un campo de pruebas para lo que quiere ser un proyecto único de denuncia medioambiental a través de la música. Repetirán su travesía por otros cauces, para denunciar que se mueren.
Ya están preparando la siguiente ruta, que los llevará en pocos meses al río Uruguay. En 2011 será el turno del Amazonas. Y así, año tras año, la intención es recorrer todas las cuencas de América.
Encorsetado por dos de las presas más grandes de Sudamérica, en el Alto Paraná (el tramo inicial del viaje) no hay peces ni pescadores. Solo existen cuatro barcos de pasajeros con licencia entre Puerto Iguazú y Posadas, capital de la provincia argentina de Misiones.Por aquí navegan narcotraficantes. También yates de lujo. En la orilla asoman enre la vegetación industrias papelera y factorías de soja transgénica.
Gris hormigón contra verde selva. Se calcula que en Argentina operan unas 30 papeleras y el Paraná se ha convertido en sumidero de sus desechos químicos.
"Es bonito ver el río tomado, por una vez, por músicos", murmura el pianista y compositor costarricense Manuel Obregón, de 48 años y con una melena blanca que le ha valido el sobrenombre de Beethoven. Él es el impulsor y director de la orquesta, y desde hace unos meses es, además, flamante ministro de Cultura de su país. Concibe este viaje como una llamada, puerto por puerto, a un "americanismo musical". Tocan folclore, ritmos populares. "Nos une la cultura que se genera en las orillas y la preocupación medioambiental", sintetiza Carlos Porcel, Nahuel, cantautor argentino de 56 años, residente en México. Pretenden con su música contar a las gentes de la ribera que el futuro pinta mal si no salen en defensa de sus ríos.
Por eso esta gira comenzó en la aldea guaraní de Yriapú, cerca de Puerto Iguazú, junto a los pobladores originarios de la selva. Por eso, los primeros instrumentos en sonar fueron las centenarias takuapú, las varas de bambú que cantan, empuñadas por niñas, que suenan a latidos de corazón cuando percuten el suelo rítmicamente. Respondieron el arpa paraguaya, el acordeón, el charango, la guitarra, el violonchelo, el piano, la percusión.
Desde la orilla de Eldorado, a unos 100 kilómetros de Puerto Iguazú, se observa cómo la corriente, que debería ser de color verde, baja con un turbio tono de óxido debido a la tierra roja que arrastra por culpa de la deforestación. "Cada hora se pierde una hectárea de selva en Misiones", calcula Juan Perié, veterano activista medioambiental. "Nos preocupan las papeleras, las represas, la contaminación que la industria del interior vierte al río". Odian los abetos y los pinos: son las especies que se utilizan para sustituir los árboles autóctonos y nutrir la industria maderera y papelera. "Tenemos unas 30.000 hectáreas de tabaco y unas 400.000 de pino", informa Perié. La papelera más importante produce 300.000 toneladas de pasta de celulosa al año, a razón de 600 dólares la tonelada.
"Es bonito ver el río tomado, por una vez, por músicos", murmura el pianista y compositor costarricense Manuel Obregón, de 48 años y con una melena blanca que le ha valido el sobrenombre de Beethoven. Él es el impulsor y director de la orquesta, y desde hace unos meses es, además, flamante ministro de Cultura de su país. Concibe este viaje como una llamada, puerto por puerto, a un "americanismo musical". Tocan folclore, ritmos populares. "Nos une la cultura que se genera en las orillas y la preocupación medioambiental", sintetiza Carlos Porcel, Nahuel, cantautor argentino de 56 años, residente en México. Pretenden con su música contar a las gentes de la ribera que el futuro pinta mal si no salen en defensa de sus ríos.
Por eso esta gira comenzó en la aldea guaraní de Yriapú, cerca de Puerto Iguazú, junto a los pobladores originarios de la selva. Por eso, los primeros instrumentos en sonar fueron las centenarias takuapú, las varas de bambú que cantan, empuñadas por niñas, que suenan a latidos de corazón cuando percuten el suelo rítmicamente. Respondieron el arpa paraguaya, el acordeón, el charango, la guitarra, el violonchelo, el piano, la percusión.
Desde la orilla de Eldorado, a unos 100 kilómetros de Puerto Iguazú, se observa cómo la corriente, que debería ser de color verde, baja con un turbio tono de óxido debido a la tierra roja que arrastra por culpa de la deforestación. "Cada hora se pierde una hectárea de selva en Misiones", calcula Juan Perié, veterano activista medioambiental. "Nos preocupan las papeleras, las represas, la contaminación que la industria del interior vierte al río". Odian los abetos y los pinos: son las especies que se utilizan para sustituir los árboles autóctonos y nutrir la industria maderera y papelera. "Tenemos unas 30.000 hectáreas de tabaco y unas 400.000 de pino", informa Perié. La papelera más importante produce 300.000 toneladas de pasta de celulosa al año, a razón de 600 dólares la tonelada.
Muchos latinoamericanos no saben que sus meldías están conectadas con las del vecinos
Descubrírselo es uno de los objetivos de Río Infinito. Y, a través del folclore, llegar a la denuncia. "Hacía falta algo así, una iniciativa para luchar por la diversidad ambiental y cultural a través del arte", manifiesta una joven ecuatoriana junto al escenario que la orquesta ha montado en Posadas, el primero de la gira. "No buscamos el megaevento ni la multitud", repiten sus organizadores. La actitud es llegar, colocarse en segundo plano, escuchar y fundirse con cada grupo humano que depare el camino. Cuando termine su periplo, la banda se habrá encontrado con más de 400 instrumentistas y vocalistas.
Tras cada actuación, otra vez a navegar. La terraza entoldada de popa vive una jam session sin fin. "Hay temas que han nacido en esta lancha, improvisando", comenta Yomira John, 43 años, la cantante panameña de la orquesta.
En Posadas, skyline de ciudad moderna, 400.000 habitantes, sube un tipo callado que se sienta a proa. Se llama Brígido, tiene 46 años y es guaraní. El motor para, él se levanta, sale a popa y se queda mirando las ramas secas de unos árboles que aún sobresalen varios centímetros por encima del agua. Parecen cruces de cementerio. Ahí abajo yacen sus ancestros, sumergidos junto a su isla de Yacyretá. "Vinieron unos señores y dijeron a los vecinos que debían marcharse porque se iba a construir una presa que lo inundaría todo", rememora. Brígido nació ya en Itapúa, Paraguay; no conocía su isla, que ya está prácticamente hundida, y quería despedirse de ella.
La represa de Yacyretá, terminada en 1998, anegó 180.000 hectáreas, desplazó a entre 40.000 y 50.000 personas, en su mayoría pescadores, que fueron relocalizados tierra adentro, lejos del río, su medio de subsistencia. Muchos son ahora mendigos que deambulan por Posadas, Rosario o, incluso, Buenos Aires.
Joselo Schuap, cantautor de 36 años, de Misiones, líder del colectivo de artistas por el medio ambiente H20, ha programado buena parte del recorrido de esta gira. "Los músicos tenemos el papel de hacer visible la lucha", dice. "Podemos ser instrumentos para lograr objetivos, defender la naturaleza, el río".
Hay química entre el explosivo Joselo y el reflexivo Obregón. Se encontraron hace dos años. "Me dijo: 'Si quieren me invitan, pero si no, iré de todas maneras", se ríe Manuel, que por aquella época había recorrido ya varios cauces americanos y hacía audiciones para fichar a los músicos de esta gira por el Paraná, con el apoyo económico de la Fundación Avina y de la Agencia Holandesa de Cooperación Hivos.
Al otro lado de la represa de Yacyretá se encuentra la isla de Apipé, ya en la provincia de Corrientes. Humedales, pastos, caminos de arena, una declaración de reserva natural y un proyecto para convertirse en destino de turismo ecológico. Empiezan a desfilar artistas de la zona por una explanada. Crecen las risas y los cuerpos comienzan a moverse cuando el generador que alimenta luces y micrófonos se viene abajo y no queda más remedio que ponerle fin a la fiesta. Resulta que Apipé, puerta con puerta con una central hidroeléctrica que genera 62.344 megavatios por hora, no dispone de suministro eléctrico.
Aún resuenan en la memoria de Obregón, "como un gran logro y al mismo tiempo un compromiso", las muchas voces que por aquellos días expresaron la confianza en que el cambio era posible. "Nos conmovió la presencia de estos músicos al lado nuestro, porque es una forma de darnos voz a los que no tenemos voz", dijo un líder pescador. Obregón reconoce que fue ya casi al final, a la llegada a Rosario, tocando sobre el techo de la lancha ante una multitud, cuando se dio cuenta "de la dimensión de lo que habíamos logrado juntos". Por la parte de concienciación, de la mediación, por ese sentimiento de hermandad, de pertenencia a un mismo continente. Y por su poder para convocar la fiesta. El río, enfatiza, los cambió a todos. Y así seguirá siendo en los próximos Ríos Infinitos que hayan de venir.
Tras cada actuación, otra vez a navegar. La terraza entoldada de popa vive una jam session sin fin. "Hay temas que han nacido en esta lancha, improvisando", comenta Yomira John, 43 años, la cantante panameña de la orquesta.
En Posadas, skyline de ciudad moderna, 400.000 habitantes, sube un tipo callado que se sienta a proa. Se llama Brígido, tiene 46 años y es guaraní. El motor para, él se levanta, sale a popa y se queda mirando las ramas secas de unos árboles que aún sobresalen varios centímetros por encima del agua. Parecen cruces de cementerio. Ahí abajo yacen sus ancestros, sumergidos junto a su isla de Yacyretá. "Vinieron unos señores y dijeron a los vecinos que debían marcharse porque se iba a construir una presa que lo inundaría todo", rememora. Brígido nació ya en Itapúa, Paraguay; no conocía su isla, que ya está prácticamente hundida, y quería despedirse de ella.
La represa de Yacyretá, terminada en 1998, anegó 180.000 hectáreas, desplazó a entre 40.000 y 50.000 personas, en su mayoría pescadores, que fueron relocalizados tierra adentro, lejos del río, su medio de subsistencia. Muchos son ahora mendigos que deambulan por Posadas, Rosario o, incluso, Buenos Aires.
Joselo Schuap, cantautor de 36 años, de Misiones, líder del colectivo de artistas por el medio ambiente H20, ha programado buena parte del recorrido de esta gira. "Los músicos tenemos el papel de hacer visible la lucha", dice. "Podemos ser instrumentos para lograr objetivos, defender la naturaleza, el río".
Hay química entre el explosivo Joselo y el reflexivo Obregón. Se encontraron hace dos años. "Me dijo: 'Si quieren me invitan, pero si no, iré de todas maneras", se ríe Manuel, que por aquella época había recorrido ya varios cauces americanos y hacía audiciones para fichar a los músicos de esta gira por el Paraná, con el apoyo económico de la Fundación Avina y de la Agencia Holandesa de Cooperación Hivos.
Al otro lado de la represa de Yacyretá se encuentra la isla de Apipé, ya en la provincia de Corrientes. Humedales, pastos, caminos de arena, una declaración de reserva natural y un proyecto para convertirse en destino de turismo ecológico. Empiezan a desfilar artistas de la zona por una explanada. Crecen las risas y los cuerpos comienzan a moverse cuando el generador que alimenta luces y micrófonos se viene abajo y no queda más remedio que ponerle fin a la fiesta. Resulta que Apipé, puerta con puerta con una central hidroeléctrica que genera 62.344 megavatios por hora, no dispone de suministro eléctrico.
Aún resuenan en la memoria de Obregón, "como un gran logro y al mismo tiempo un compromiso", las muchas voces que por aquellos días expresaron la confianza en que el cambio era posible. "Nos conmovió la presencia de estos músicos al lado nuestro, porque es una forma de darnos voz a los que no tenemos voz", dijo un líder pescador. Obregón reconoce que fue ya casi al final, a la llegada a Rosario, tocando sobre el techo de la lancha ante una multitud, cuando se dio cuenta "de la dimensión de lo que habíamos logrado juntos". Por la parte de concienciación, de la mediación, por ese sentimiento de hermandad, de pertenencia a un mismo continente. Y por su poder para convocar la fiesta. El río, enfatiza, los cambió a todos. Y así seguirá siendo en los próximos Ríos Infinitos que hayan de venir.
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