El cancerbero de Ulises (Epigmeo Ibarra)
En la víspera del festejo del Bicentenario, en lo que podría calificarse el punto culminante de su mandato y luego de que nos ha sometido a un bombardeo propagandístico inclemente haciendo glosa de los logros de su gobierno, desde el norte, sus propios aliados, cuestionan de tajo la labor de Felipe Calderón Hinojosa sobre el que, de nuevo, se levanta el espectro del estado fallido.
No fue en esta ocasión un funcionario de segundo nivel el que cometió el “error”, imperdonable desde el punto de vista del gobierno mexicano, de torpedear, por debajo de la línea de flotación, al Elliot Ness criollo. Fue nada menos que la propia Secretaria de Estado, la poderosa Hillary Clinton, la que habló con precisión y tranquilidad de la colombianización de México y de la existencia de una “insurgencia” criminal que controla segmentos del territorio nacional.
Ingenuo sería creer que una funcionaria de ese nivel pierde, así sea momentáneamente, el control del discurso y se equivoca. Más ingenuo todavía atribuir su “error” al hecho de que se trató de un comentario improvisado como si la Clinton tuviera, para no errar sobre asuntos de su competencia, que leer discursos preparados con antelación.
La tormenta de desmentidos, a ambos lados de la frontera, no tardó en producirse. Desde la Casa Blanca el Presidente Barak Obama, el mismísimo jefe de la Clinton y antes su competidor por la candidatura demócrata, en un gesto que, sin duda tiene un costo político interno, le enmendó la plana.
Lo cierto, sin embargo, es que la Clinton no hizo sino reafirmar lo que hace tiempo funcionarios del gobierno estadounidense han venido filtrando a la prensa y que a duras penas ha logrado contener, en su diplomacia defensiva sometida también a las urgencias de la propaganda, el gobierno mexicano.
Más que un error o una indiscreción, impensable en una mujer que ocupa tan alto cargo y entrenada además, como pocos en Norteamérica, en las lides del poder sus dichos son el reflejo de una concepción estratégica que, más allá del discurso público y las “buenas maneras” diplomáticas, determina las acciones de Washington frente a México.
Ciertamente los últimos sucesos; el asesinato de los 72 migrantes, los coches bombas en Ciudad Juárez, los frecuentes narco-bloqueos en Reynosa y en Monterrey, la ejecución de un candidato a gobernador y tres alcaldes ponen de manifiesto, ante el mundo, que la estrategia de guerra contra el narco de Felipe Calderón, rebautizada de manera tardía como “lucha contra la inseguridad”, no tiene perspectivas reales de victoria.
El narco gana terreno. La versión de que la violencia creciente es expresión de su “desesperación”, resultado del accionar exitoso de las fuerzas federales pierde aceleradamente el piso y va quedando más bien, como tantas otras cosas en este gobierno, en el nivel de lo puramente propagandístico.
a la muerte o captura de algunos capos lo evidente es que el narco, algunos carteles sobre todo, incrementan de manera sustantiva su poder de fuego, extienden su control territorial y asumen posiciones ofensivas cada vez más audaces.
Muchos de los que se han salido a desmentir a la Clinton toman de manera lineal y simplista que, la Secretaria de Estado, erró al hablar de “insurgencia” pues no existe en nuestro país una organización guerrillera como las FARC a la que se vincula a los carteles de la droga colombianos.
La Clinton sin embargo fue muy clara al hablar de un fenómeno de “insurgencia criminal”, es decir, de que los carteles mexicanos de la droga, sin necesidad de vincularse a una organización de carácter político, disputan frontalmente el poder del estado y apuestan, con éxito, a su desarticulación completa en amplias zonas del país.
Más allá del efecto devastador de sus declaraciones a nivel de imagen pública, que es lo que más preocupa a Calderón, está el hecho de que la concepción expresada en su discurso, constituye una severa amenaza a la soberanía nacional.
Se adivina en los dichos de la funcionaria la intención de, como lo hicieron en Colombia, incrementar su injerencia en los asuntos nacionales y lanzar un plan México. Allá en el sur y con el pretexto de salvaguardar su seguridad nacional terminó Washington por instalar bases con tropas estadounidenses. ¿Qué no será capaz de hacer en nuestro país?
Abandonó la Clinton el discurso de la corresponsabilidad de los norteamericanos. Lo cierto es que su jefe Obama, más allá de un pronunciamiento, con el que también movió el tapete a Calderón, al cuestionar su estrategia militar para solucionar el problema, tampoco ha hecho mucho ni para combatir el consumo ni para perseguir a sus capos locales.
El viejo halcón asoma en el horizonte; más dólares y más armas vienen en camino sin ser, ni los unos ni los otros, garantía de paz, además, claro, de que los desmentidos a la Clinton, para consumo en México, ni borran sus dichos, ni diluyen la convicción imperante en Washington, alimentada por la violencia incontenible y los yerros del gobierno de Calderón para salvaguardar su seguridad interna.
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