En Túnez, el país donde se desencadenaron las revueltas árabes, las elecciones a la asamblea constituyente se saldaron con el importante triunfo del partido islamista Ennahda, que dirigen los veteranos opositores Rashid Gannoushi y Hamadi Jebali. Triunfo que es necesario matizar reconociendo la fragmentación del panorama partidario en Túnez y la relativamente escasa participación ciudadana, pese a lo que anunciaron los primeros titulares: solo se registraron 4.123.602 personas de un total de 7.569.824 electores potenciales (54,47%). Y entre los registrados, votaron 3.702.627 personas, apenas la mitad de los potenciales electores. Es decir, que el 41,5 % de los sufragios emitidos y los 90 escaños que obtuvo Ennahda enmascaran un 16-20 % de apoyo electoral real. El apoyo recibido por los demás partidos, especialmente de izquierda, fue mucho menor y más de un tercio de los votos fue a parar a listas independientes -algunas anuladas- que no se tradujeron en escaño alguno. Lo cual significa que los partidos políticos -incluyendo Ennahda- no las tienen todas consigo, y difícilmente podrán dirigir el proceso de cambio por sí solos. En cualquier caso, la victoria de Ennahda (al igual que la presencia islamista en el nuevo gobierno libio o el protagonismo de los Hermanos Musulmanes en Egipto) pone en entredicho la tesis del fin de los diferentes islamismos como consecuencia de las revoluciones árabes -que no iniciaron- y en cambio coloca al partido en una posición privilegiada a la hora de redactar la nueva constitución.
Que la campaña electoral haya girado principalmente en torno a los viejos fantasmas (fin del laicismo, subordinación de la mujer, etc.) que esgrimían Zine el Abidine Ben Ali y sus patrocinadores franceses -y en sus mismos términos- ha beneficiado sin duda a Ennahda. Sus dirigentes representaron la oposición real al régimen y sufrieron en carne propia la represión y el exilio, por el hecho de haber planteado un debate identitario que, tras el fin de la dictadura, vuelve a resurgir con fuerza. Lo mismo sucede con el segundo partido en votos, el Congreso para la República, considerado de centro izquierda y que dirige el médico Moncef Marzouki. Ambos ponen en el centro de sus respectivos programas la reafirmación de la identidad arabo-musulmana (frente al burguibismo heredado por Ben Ali), aunque es Ennahda el que va más lejos en la fusión entre ambos elementos del binomio.
Vale la pena detenerse un momento en la cuestión de la identidad. En 1994 Rashid Gannoushi, explicando cómo pasó del nacionalismo árabe nasserista al islamismo a mediados de los años sesenta, declaraba a François Burgat que
"más que una victoria sobre el ocupante francés, la victoria de Burguiba en realidad constituyó en realidad una victoria sobre la civilización arabo-islámica. Burguiba entró como vencedor y, como los invasores extranjeros, tomó el poder. Luego se dedicó a golpear las instituciones religiosas, las instituciones que eran la vida misma de Túnez. En aquella época, todo giraba en torno a la institución de la Zitouna: el artesanado tradicional, la literatura tunecina, todo el pensamiento. Hasta cierto punto, todo Túnez es producto de la Zitouna. Entonces, el golpe violento dirigido hacia estas instituciones afectó a la estructura social, económica y cultural de Túnez en su conjunto."
(...)
"El discurso islamista extrajo entonces su fuerza esencialmente de este resumen tan simple que hacía de Occidente, en el hecho de que relativizaba un buen número de distinciones que para otros eran esenciales. El debate entre capitalismo y socialismo, entre el Este y el Oeste, ya no tenía vigencia: en el fondo, todo aquello no era sino un único y mismo Occidente... Para un joven, el solo hecho de romper con estas clasificaciones intelectuales constituía un acto revolucionario."
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http://www.javierortiz.net/voz/samuel/el-factor-ennahda
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