FABRICIO ALEJANDRO HERRERA LAGOS
Si entendemos la pobreza como esclavitud, podemos comprender en toda su dimensión la necesidad impostergable de la liberación de la pobreza. Lo que se resiste pacíficamente en Honduras es la agresión ancestral e insoportable de una oligarquía inhumana, cruel, diabólica, estúpida, oscurantista y antihistórica, que no entiende que se les han caído las máscaras y que la fiesta sencillamente está llegando a su fin.
Viendo el justo uso del derecho a la defensa ejercido por las compañeras y compañeros campesinos, niños, jóvenes, adultos y mayores en el valle del Aguán; y escuchando muchas voces impacientes que claman justa venganza, casi puedo estar seguro de que la oligarquía y el imperio se saldrán con la suya y habrá guerra civil entre pobres mal armados y ricos, políticos y narcotraficantes muy bien armados.
Ellos, los poderosos, tienen el poder de fuego de la policía y el ejército, la colusión y el contubernio mafioso del ministerio público, el poder judicial y el comisionado nacional de los derechos humano. Manipulan el poder mediático de la prensa y cuentan con el poder diplomático del Opus Dei, el Vaticano y las iglesias protestantes anticristianas que han fornicado y adulteran en orgías de poder, sexo pederasta y dinero con los principados y potestades del reino de este mundo.
Una vez que haya lucha armada, los de en medio, los pacíficos y los pobres seremos los que entregaremos la sangre (como de hecho ya lo estamos haciendo). Los violentos de uno y otro bando, al final de la masacre estrecharán las manos y se abrazarán en la inevitable mesa de negociación, en la que pactarán un empate que dejará, después de tanta destrucción y odio, las cosas tal y como están ahora. Entonces, como siempre, el imperio y los explotadores se saldrán con la suya, cuando el dolor por los muertos y los lisiados de guerra nos abrume y desespere.
Este es el juego de los poderosos. Ellos saben mejor que nosotros, que la resistencia pacífica y la movilización cohesiona al pueblo y les debilita a ellos, que en el festín de sus egoísmos, la repartición del saqueo en descampado, se dividen y se odian con la precisión matemática del logaritmo de los intereses materiales.
Para provocar la guerra y esconder la sangre a los pueblos y gobiernos del mundo, los dueños de los medios de producción y la tierra (cuidad vuestras maceteras de la voracidad de Miguel Facussé y la complicidad de La Prensa), se está realizando una matanza en cámara lenta de la población en resistencia, bajo el mejor uso de los manuales de la CIA, la doctrina del shock, y el espíritu hitleriano made in USA.
Quieren la guerra, porque allí la matanza puede ser acelerada y genocida. Los tontos útiles de turno, militares o civiles pagarán la factura ante la justicia internacional y la historia, pero la magnitud del genocidio permitirá, por abrumadora, la impunidad de los autores intelectuales de la lesa humanidad y el saqueo final del erario publico y la riqueza nacional.
Como no sea que el pueblo hondureño esté en capacidad de una victoria militar relámpago, sobre la capacidad de fuego del imperio y la oligarquía, como no sea que la resistencia popular tenga capacidad para declarar y hacer realidad con hechos concretos la declaratoria de objetivo militar las comidas rápidas y los bancos, las escuelas y colegios bilingües, las casas y negocios de la oligarquía, el arzobispado, el Opus Dei, y las demás iglesias golpistas, los medios de comunicación alienadores, al COHEP, la AMCHAM, ANDI y toda la estructura de dominación económica, a las familias oligarcas y aun sus mascotas, así como a la UCD y los 5 partidos legalmente golpistas; como no sea que el pueblo hondureño sea capaz de hacer frente y salir victorioso al imperio y las trasnacionales, no le veo sentido ni futuro a la lucha armada.
Esta revolución es de mujeres, pueblos indígenas y afrohondureños, población LGBT, el gremio magisterial y jóvenes (las organizaciones sindicales entrarán en esta lista cuando sean capaces de realizar un paro nacional y una huelga general o al menos aplicar métodos piqueteros en los que arriesguen un poco el pellejo por la revolución).
Me parece, pero puedo estar equivocado, que el camino es el de la resistencia popular prolongada. Pero resistencia en la que el pueblo se organiza, moviliza, se estructura y se reconoce a sí mismo y se ejerce, no como el poder popular, sino los poderes populares: poder de movilización callejera, poder consumidor, poder electoral, poder opinión pública, poder fuerza de trabajo, poder arte, poder de autonomía de los pueblos, poder juventud, poder femenino, poder LGBT, Poder Iglesia de liberación, poder ambientalista, etc.
¿Qué sentido tiene destruir un país para liberarlo? ¿Por qué no mejor liberarse mientras se construye a sí mismo a su imagen y semejanza?
Estamos desde antes del 28 de junio en la mera línea de la historia. Como resolvamos este asunto, marcaremos precedente para la humanidad.
En lo personal no tengo miedo a la sangre que se derrama. Quizá la mía o la de mi familia y amigos ya tenga fecha y hora en la agenda de quienes se creen dueños de la vida de los otros y consideran sicariable la vida humana. Sin embargo, aunque egocéntricamente pienso que es mejor morir luchando que dejarse matar; socialmente, solidariamente, no veo razón alguna para arriesgar la vida de los demás en una aventura de balas y sangre, sin antes intentar una lucha pacifica, organizada, creativa, creadora, movilizada y libre de dañar a otros, que permita la liberación de las y los pobres.
Como Torrijos soy tacaño con la sangre ajena, no me siento con derecho a iniciar una balacera en la que morirán otros. Hay momentos en que no es conveniente tener la espada en la mano sino la honda y la pedrada certera: la desobediencia civil y el Estado paralelo.
A los ricos no les duele que los pobres mueran (sean soldados o guerrilleros), a los coroneles, solo les duele cuando mueren los coroneles o sus amos, pero en la guerra abierta solo mueren los pobres (y tal vez uno que otro riquillo). Solamente lo que les haga perder dinero, les duele. Pienso, entonces, que hay que darles donde les duele. Tomarse las carreteras, por ejemplo, genera pérdidas, directamente en los bolsillos de los empresarios golpistas, en alrededor de 700 millones de lempiras. No consumir productos o en empresas golpistas por un día, genera perdidas similares.
Contra el paquetazo aprobado (pese a que Pepe Lobo insistió mentirosamente que su gobierno no metería nuevos impuestos al pueblo hondureño), fumar menos, beber menos, gastar menos energía eléctrica, utilizar menos los celulares (especialmente tigo y tegucel) y administrar mejor el uso del internet, devienen en acciones políticas necesarias para facilitar la quiebra económica de la dictadura.
Hay que organizarse y actuar disciplinadamente para golpearlos donde mas les duele.
La revolución exige inteligencia en los actos y en actuar socialmente como un organismo, como pueblo en liberación.
Abril-marzo 2010:
¡Constituyente y revolución! ¡Revolución y vida!
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