Por esos días, Brasil vivió escenas hasta ahora impensables. Por ejemplo: el director-presidente de la Camargp Corrêa, una de las mayores constructuras de América Latina, Dalton Avancini, se presentó a a policía federal de Sao Paulo. Junto a otros altos directivos de la empresa, fue conducido en un avión de la policía a Curitiba, capital del estado de Paraná, al que todos llegaron presos. A otro ejecutivo del sector, Sergio Mendes Filho, vicepresidente de la Mendez Junior, le pareció que estar preso y viajar en un avión de la policía federal sería demasiada humillación.
Prefirió entregarse viajando en su jet particular.
Ya el presiente de la Queirpz Galvão, otra enorme constructora, optó por aguardar uno o dos días antes de entregarse- Para poder reunirse con sus abogados sin ser molestado, se alojó en el hotel Fasano, en Ipanema. La tarifa de mil dólares por día (con derecho a desayuno) no fue un problema. Difícil de entender es que saldría de uno de los hoteles más lujosos del país directamente a una celda colectiva, con cama de cemento y una colchoneta de ocho escasos centímetros de epesor
No hay cómo negarlo: es el mayor escándalo destapado en la historia reciente de Brasil, un país donde la corrupción integra, desde hace siglos, el cotidiano de la gente.
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