Justine Gerardy JOHANNESBURGO / Agencia
La liberación de Nelson Mandela, el 11 de febrero de 1990, precipitó la caída del apartheid y ancló la democracia en Sudáfrica. Veinte años más tarde, el país sigue confrontado a desigualdades flagrantes y la impaciencia cunde en los barrios pobres.
La imagen de archivo capta a los niños tratando de ver a
Mandela, un día después de su liberación
En 1990, "la esperanza era enorme, pensábamos que se abría una nueva era. Este optimismo se ha difuminado mucho", estima Moeletsi Mbeki, del Instituto sudafricano de Relaciones Internacionales.
Desde el punto de vista político, el cambio es radical. Las leyes segregacionistas se desmantelaron, la democracia multirracial está instalada y el país se ha dotado de una de las Constituciones más liberales del mundo.
Desde 1994, el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano (ANC), ha ganado con holgura todas las elecciones. La antigua formación de lucha contra el régimen de dominación blanca aboga por la reconciliación y, a pesar de su enraizamiento histórico en la izquierda, se esfuerza por tranquilizar a los medios de financieros.
Esta estrategia ha permitido mantener un fuerte crecimiento hasta el año pasado, convertir a Sudáfrica en el gigante económico del continente y financiar ayudas sociales que benefician hoy a 13 de los 48 millones de sudafricanos.
En cambio, ha fracasado a la hora de redistribuir las cartas y los excluidos del antiguo régimen apenas han mejorado su situación hoy en día.
A pesar de la emergencia de una clase media negra, llamada los "diamantes negros", la gran mayoría de la población sigue padeciendo desempleo y pobreza.
Peor aún, según un informe gubernamental reciente, las disparidades no dejan de acentuarse. Los ingresos mensuales medios de los negros han aumentado un 37,3% desde 1994. En el caso de los blancos, el salto ha sido del 83,5%.
Si bien el Gobierno ha mejorado el acceso al agua y la corriente eléctrica, queda mucho por hacer en los enormes suburbios del país, donde 1,1 millones de familias siguen viviendo en barracas.
"El ANC ha triunfado allí donde pensaban que fracasaría: gestionar una economía moderna", señala Frans Cronje, del Instituto sudafricano sobre Relaciones entre Razas. "Pero los sectores considerados como sus puntos fuertes -la mejora de las condiciones de vida, la educación y la lucha contra la criminalidad- son un fracaso".
En consecuencia, "la cólera en las comunidades negras pobres aumenta a toda velocidad y los resultados del partido en el poder decepcionan cada vez más", prosigue.
Consciente de estas tensiones, el jefe del ANC, Jacob Zuma, hizo una campaña electoral el año pasado dirigida directamente a los más pobres. En los meses que siguieron a su llegada a la presidencia, en mayo, los "townships" le han recordado sus promesas, con manifestaciones violentas para denunciar la corrupción e ineficacia de los poderes públicos locales.
El presidente debería aprovechar el vigésimo aniversario de la liberación de Nelson Mandela para recalcar su determinación para transformar el país, en un discurso a la Nación pronunciado ante el Parlamento.
"Va a reconocer los retos que se le presentan, algo necesario para calmar parte de la cólera", predice Cronje. "Pero esto no servirá de nada si su discurso no viene seguido de mejoras en hospitales, escuelas y comisarías".
Para el analista, la primera potencia económica del continente ha salido del periodo de euforia de los años noventa. "El concepto del milagro de la Nación arco iris está muy borrado, salvo en los ojos ingenuos de los observadores internacionales".
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