
El libro de Castells se edifica precisamente sobre esa superstición. Contrariamente a lo que asegura la charlatanería posmoderna, la Internet ni es horizontal ni está desterritorializada. Es una estructura que tiene centros de monitoreo y control y en donde cierto tipo de comunicaciones están bloqueados, casi todas vigilados y algunos son censurados. Sólo espíritus muy ingenuos pueden suponer otra cosa, pero muy a menudo el “afán de novedades” al que aludía Platón y la incesante búsqueda de originalidad y singularidad que caracteriza la labor de muchos intelectuales (afectados por una fenomenal sobrevaloración de la importancia de sus ideas) pueden jugar muy malas pasadas y llevar a sus víctimas a aceptar como verdades irrefutables las mentiras que la ideología dominante quiere que aceptemos como verdades.
Por ejemplo, muchos de los mensajes emitidos en estos últimos días desde el PLED anunciando un panel sobre el rol de Colombia en la geopolítica imperial padecieron de sospechosas dificultades. Nos llegaron informes de amigos y compañeros que querían difundir el evento, pero al poner “Colombia” en el asunto o en el cuerpo del mensaje éste simplemente desaparecía de la pantalla o iba directamente a la papelera. Estamos también experimentando dificultades en recibir adhesiones para nuestra campaña de solidaridad con Cuba, y son varios quienes apelaron a llamadas telefónicas para hacernos saber de su imposibilidad de registrar su firma enviando un mensaje a la dirección preparada para tal efecto. Son muchas las experiencias que avalan esta desconfianza en relación al carácter democrático y libertario de la red. Sin ir más lejos, quien quiera utilizar el programa Skype en Cuba no puede hacerlo, y mucho menos acudir al Google Earth porque, en tal caso, aparecerá un cartelito diciendo que “desde la localización en que usted se encuentra en este momento no puede tener acceso a este programa”. Prueben ustedes de enviar un mensaje utilizando ciertas palabras supuestamente vinculadas a las comunicaciones que entablan los terroristas y ya verán lo que ocurre. Tal vez Hardt, Negri o Castells consideren estas cosas como transitorias anomalías, pero no es así. Es el funcionamiento “normal” de una red que, pese a las ocurrencias de aquellos autores, tiene centros que la controlan y dominan. El pirulo de ayer de Página/12, “Montañas”, avala esta tesis. En él se informaba que “una página abierta el 25 de marzo (y que describía a su dueño como el ‘príncipe de los mujaidines’) había alcanzado, el viernes pasado, a tener más de mil seguidores. Facebook admitió que no podía determinar si el titular era verdadero o no, pero anunció que el sitio quedó desactivado: desde ayer, Bin Laden no tiene lugar en la red virtual”.
En un pasaje brillante de su El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, Marx definía al cretinismo parlamentario como “una enfermedad que aprisiona como por encantamiento a los contagiados en un mundo imaginario, privándoles de todo sentido, de toda memoria, de toda comprensión del rudo mundo exterior.” Una enfermedad parecida se ha apoderado de algunos teóricos de nuestro tiempo, que los encierra en un mundo imaginario en el cual la Internet es el reino de la libertad y la democracia. Ha nacido un nuevo cretinismo: el internético, que seguramente es mucho más dañino que su predecesor y que habrá que combatir con inteligencia y militancia. La batalla contra los oligopolios mediáticos tiene que darse también en la Internet.
* Politólogo.
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