Este 23 de junio de 2010, en los viejos centros mineros, las mujeres y los hombres y los ancianos y los niños, se reúnen alrededor de una fogata recordando la masacre de San Juan, la más cobarde de las acciones que, hace 43 años, cometió el dictador René Barrientos. También este 23 de junio, Domitila Chungara, la extraoridinaria mujer que estuvo en las luchas de aquellos tiempos, yace postrada en una cama sometida a quimoterapia, pues padece un cáncer avanzado. Hay lágrimas en los ojos de quienes vieron ese año, como protagonistas o como testigos y aún nada más que como parte de la sociedad. Lágrimas, tristeza, rencor, pero también esperanza, convicción, deseos de volver para hace lo que no hicimos.
El testimonio de Domitila Barrios de Chungara, que organizó y publicó Moema Viezzer con el nombre que encabeza este texto, además de hacerla conocer en todo el mundo, fue precursor de un nuevo tipo de periodismo que sólo podía darse en Nuestra América y, por entonces, con mucha mayor razón en Bolivia. Es la historia desgarrada de las minas cuyos hombres y mujeres, apoyados en la fuerza que despliegan todos los días para vencer a la mina, lucharon también contra la historia. Si, aquella historia que escriben los poderosos. Esa historia donde apenas se menciona a Tupac Katari, se desconoce a Zárate Willka, nada se dice de la rebelión de Machaca y no se inscribe a María Barzola. Esa otra historia, la que construyeron los mineros, con los campesinos y los fabriles, con los estudiantes y los maestros, con el pueblo de Bolivia, debemos escribirla ahora.
¿Pensará en esas cosas Domitila? Su familia, la estrecha familia que le quedó después de las numerosas pérdidas que tuvo en la lucha minera, estará con ella. Esta moche, muchos pensaremos en Domitila y en la Masacre de San Juan. Es el orgullo por el valor de las mujeres y los hombres de la mina y la convicción enaltecida por las masacres de San Juan y muchas otras que ocurrieron antes y después.
El fuego de la noche de San Juan está en nosotros, muy adentro, porque no ha podido apagarse en 43 años. En nuestros ojos brillan las chispas que el viento frío se lleva hacia el norte. En nuestros oídos truenan las ráfagas de ametralladora que no respetan a niños ni ancianos, que se mezclan con el ruido de las puertas destrozadas y las camas ensangrentadas por los disparos de un conscripto que no sabe cómo esconder su vergüenza. Pero también resuena la sirena de la mina, que ha sido activada con llamada de emergencia, en aquella madrugada de cobarde invasión, y que sigue sonando hasta que llega el fusil que asesina al minero.
Y hay que recordar a Domitila que está librando una lucha sin cuartel contra el cáncer, sin cuartel, como fueron todas sus luchas. ¡No permitamos que la Masacre de San Juan cobre una víctima más! ¡No dejemos sola a Domitila en este San Juan de los tiempos de cambio! ¡Reunámonos al lado de Domitila!
El testimonio de Domitila Barrios de Chungara, que organizó y publicó Moema Viezzer con el nombre que encabeza este texto, además de hacerla conocer en todo el mundo, fue precursor de un nuevo tipo de periodismo que sólo podía darse en Nuestra América y, por entonces, con mucha mayor razón en Bolivia. Es la historia desgarrada de las minas cuyos hombres y mujeres, apoyados en la fuerza que despliegan todos los días para vencer a la mina, lucharon también contra la historia. Si, aquella historia que escriben los poderosos. Esa historia donde apenas se menciona a Tupac Katari, se desconoce a Zárate Willka, nada se dice de la rebelión de Machaca y no se inscribe a María Barzola. Esa otra historia, la que construyeron los mineros, con los campesinos y los fabriles, con los estudiantes y los maestros, con el pueblo de Bolivia, debemos escribirla ahora.
¿Pensará en esas cosas Domitila? Su familia, la estrecha familia que le quedó después de las numerosas pérdidas que tuvo en la lucha minera, estará con ella. Esta moche, muchos pensaremos en Domitila y en la Masacre de San Juan. Es el orgullo por el valor de las mujeres y los hombres de la mina y la convicción enaltecida por las masacres de San Juan y muchas otras que ocurrieron antes y después.
El fuego de la noche de San Juan está en nosotros, muy adentro, porque no ha podido apagarse en 43 años. En nuestros ojos brillan las chispas que el viento frío se lleva hacia el norte. En nuestros oídos truenan las ráfagas de ametralladora que no respetan a niños ni ancianos, que se mezclan con el ruido de las puertas destrozadas y las camas ensangrentadas por los disparos de un conscripto que no sabe cómo esconder su vergüenza. Pero también resuena la sirena de la mina, que ha sido activada con llamada de emergencia, en aquella madrugada de cobarde invasión, y que sigue sonando hasta que llega el fusil que asesina al minero.
Y hay que recordar a Domitila que está librando una lucha sin cuartel contra el cáncer, sin cuartel, como fueron todas sus luchas. ¡No permitamos que la Masacre de San Juan cobre una víctima más! ¡No dejemos sola a Domitila en este San Juan de los tiempos de cambio! ¡Reunámonos al lado de Domitila!
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