lunes, 26 de septiembre de 2011

"Cosechando la mierda de los noventa" - Abel Vallejos *

La llegada del periodo menemista a fines de la década del ochenta, dejó una huella que todavía perdura en la sociedad Argentina y en su clase dirigente.
El logrado intento de juntar la biblia y el calefón, -la clase dominante, los sectores populares, gremiales y la economía internacional, fueron el inicio de la catástrofe económica y social del pueblo
Los sectores conservadores -Sociedad Rural, Federación Agraria, grupos económicos y las grandes corporaciones-, se hicieron del poder durante el golpe de estado económico de 1989. Tenían un claro y concreto objetivos.

El principal era, ni más ni menos, que completar y/o ampliar el modelo económico iniciado por la dictadura en 1976.
Concentrar el ingreso mediante el desmantelamiento del estado era el paso número uno, mecanismo fundamental para perpetuar la estructura social del subdesarrollo. Luego, la clase dirigente corrupta en los noventa culminó el resto de los planes: la apertura económica, la desregulación financiera, la destrucción de la industria local, la precarización laboral, el endeudamiento externo.
INTOLERANCIA SELECTIVA
A 12 años del fin del menemato, florecen todas las mierdas y miserias sembradas: el aumento de la delincuencia, el patético y lamentable estado de la salud pública, la educación y la seguridad, la concentración del poder en nuevos y poderosos grupos económicos.
Y toda una generación subeducada, estupidizada y más preocupada en el consumo que en lo que ocurre a su alrededor, garantía para anular la capacidad crítica de la población y perpetuar así la supuesta justicia que opera en detrimento de los sectores más sensibles.
La criminalización de la pobreza fue otro de los grandes logros que se concretó en esta época a través de las políticas de tolerancia 0, que se aplicaron a nivel planetario en la década de los 90` y que en argentina fue llevada adelante en la provincia de Buenos Aires por el gobernador Carlos Federico Ruckauf, cuya biografía política fue retratada con toda precisión por Hernán López Echague en su libro, “El hombre que ríe”.
La tolerancia cero otorgaba a las fuerzas del orden carta blanca para perseguir y reprimir agresivamente a la pequeña delincuencia y expulsar a los mendigos y los sin techo a los barrios desheredados. La criminalización de la adolescencia y la sedimentación de estos temas en las empresas periodísticas siempre fieles al interés político y monetario, contribuyeron a instalar en la sociedad un argumento que justificaba la represión, la violencia y las muertes bajo situaciones confusas que nadie investiga o que nadie quiere investigar que se daban en las capas más sensibles.
¿Dónde está la “tolerancia cero” de los delitos administrativos que se dan en las más altas esferas del Estado, el fraude comercial, la contaminación ilegal de las grandes corporaciones que operan en nuestra región y saquean nuestros recursos naturales no renovables bajo el consentimiento del estado, donde está la tolerancia 0 contra las infracciones y el derrumbe de la salud, la educación y la seguridad pública. Y por supuesto, contra la corrupción privada y pública que por estos días se ha convertido en moneda corriente, quien no abra escuchado de las grandes cometas que se realizan con la obra pública.
 En fin, dónde está el estado y cuál es la razón de su existencia?.
El surgimiento de las políticas de tolerancia cero y la aparición de un Estado Penal, son muy bien abordados y explicadas por Loïc Wacquant, en su libro “Las Cárceles de la Miseria”.
El menemismo y toda la cúpula de funcionarios de distintos tintes políticos que ocuparon espacios de poder en aquella época y que aún continúan operando en la estructura política de nuestro país, han causado un daño irreparable en el tejido social de nuestra sociedad que costará décadas en ser reparado, más allá de la “recuperación” de la economía en estos últimos años.
Los sectores dominantes, han mantenido incólume su poder, y hasta lo han ampliado impunemente, dentro de los marcos formales de la “democracia”. El crecimiento de la pobreza, el hambre y la desigualdad siguen siendo asimiladas como parte “natural” del paisaje que gira a nuestro alrededor, en un país que paradójicamente produce alimentos.
El pavoroso éxito de las políticas de los noventa nos acompañará por mucho tiempo. Cambiar los hábitos que se establecieron durante años de instaurar en nuestra sociedad el realismo mágico de un país estable y dolarizado, continua siendo el espejismo que aún permanece en la memoria de muchos argentinos.
Comenzar a destronar a la languidecida y viciada clase política que se aferra a los espacios de poder, desde donde han extendido sus valores de corrupción, coima, mentiras, manipulación y traición, (esta lista podría ser interminable) como algo natural en la actividad pública hacia el resto de la pirámide social, será el reto de las nuevas generaciones.
Publicado por La Puerta

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