lunes, 26 de septiembre de 2011

En Brasil, la corrupción indigna - Emilio J. Cárdenas

Emilio J. Cárdenas
A diferencia de lo que -hasta ahora, al menos- parecería ocurrir en nuestro país, que evidencia una actitud más bien pasiva, casi de resignación, respecto de la corrupción en el sector público, en dos de las más dinámicas potencias emergentes: Brasil y la India, la lucha contra ese flagelo se ha apoderado del centro de la escena política e inundado las calles de sus ciudades con todo tipo de protestas. De pronto, la corrupción parece haberse vuelto un fenómeno socialmente inaceptable. Era hora ya.
En Brasil, concretamente, el 7 de septiembre pasado, el día de la independencia, unas 30.000 personas disfrazadas de payasos salieron a desfilar contra la corrupción por las calles de Brasilia. Unidas por el mismo objetivo. Indignadas y ruidosas, pero ordenadas. Sin saquear nada, ni causar daños o provocar desmanes. Civilizadamente, entonces.

El fin de semana pasado, continuando con la acción social, las playas de la propia Copacabana se cubrieron inesperadamente de escobas verdes y amarillas, los colores patrios del país vecino. Una por cada legislador nacional. Un enorme cartel explicaba el sentido pretendido por la inusual protesta: pedir al Congreso federal ayuda para limpiar al país entero de la corrupción.
Una suerte de intensa ‘fronda‘ popular contra la corrupción parecería entonces estar en marcha. Si tiene éxito, podría generar contagio. Hasta entre nosotros.
Lo cierto es que en los tres meses recientes, cuatro ministros del gabinete nacional brasileño han tenido que apartarse repentinamente del gobierno, acusados de corrupción. Y lo han hecho, sin que nadie desde lo más alto del poder saliera a defenderlos ni a encubrir o disimular sus conductas.
Todo comenzó en junio pasado con la caída de Antonio Palocci, una suerte de jefe del gabinete ministerial. Luego vino el escándalo de corrupción en el área de la construcción, donde el ministro de transporte del país vecino fue acusado de sobrefacturación y desvío de fondos. Parecido a lo sucedido entre nosotros, con el escándalo abierto que afecta a una organización no gubernamental que, pese a su evidente gravedad, no ha pasado aún a mayores.
El último de los defenestrados brasileños, el ministro de la cartera de turismo, cayó cuando -desde los medios independientes- se probó que su esposa tenía un chofer que estaba siendo pagado con dineros del erario público. ¿Por casa, en esto, cómo andamos? Con esposas, hijos, parientes, y amigos que se desplazan, viajan y reciben distintas formas de trato diferencial, como si ellos mismos fueran las autoridades (mandatarios) elegidas por el pueblo.
 En Brasil, el ministro cayó, en el acto.
Por su parte, la presidente Dilma Rousseff reaccionó enseguida, comprometiendo una actitud de “tolerancia cero”. Lo contrario de la protección o el disimulo, entonces. Porque proteger, esconder, disimular y hasta ser complaciente o indiferente con la corrupción son simplemente formas de complicidad con ella. Contrarias a la ética. Una actitud, la de la presidente, que luce distinta a la de “Lula”, para quien la lucha contra la corrupción no era ciertamente una de sus principales urgencias. En Brasil algunos sugieren que la corrupción estaría costando anualmente algo así como unos 45.000 millones de dólares que se “desvían” (de mil maneras) de sus respectivos destinos específicos y salen del circuito de la legalidad, para enriquecer ilícitamente a unos pocos.
Cuando las enormes obras que son necesarias para realizar la Copa Mundial de fútbol del 2014 se ponen en marcha y las oportunidades de corrupción por ende se multiplican, la indignación brasileña que ha estallado contra la plaga de la corrupción parece propagarse y crecer a la manera de hemorragia.
Es evidente que en América Latina la corrupción genera conductas y reacciones sociales muy distintas. Lo del Brasil, que está gritando: ¡basta! porque interpreta -con razón- que está frente a un fenómeno perverso e inaceptable que destruye instantáneamente la legitimidad de la acción política, debiera ser un ejemplo para todos.
.Emilio J. Cárdenas
Ex Embajador de la República Argentina
 ante Naciones Unidas
El Cronista


1 comentario:

gilsonsampaio dijo...

Faço este comentário, não para negar a corrupção existente no país, mas para esclarecer um ponto muito importante.O alvo primário dessa onda anti-corrupção promovida pelo PIG (partido da Imprensa Golpista) é a Presidenta Dilma. É o jogo do poder.
Ainda quente, pesquisa realizada pelo principal partido de oposição(PSDB) revela que o período de corrupção mais agudo ocorreu no governo de Fernando Henrique Cardoso, do próprio PSDB. Em São Paulo, estado governado há mais de 16 anos pelo PSDB, os escândalos de corrupção são muitos, entretanto, a mídia golpista e venal trata de forma diferente e joga o caso no porão do esquecimento. Há um outro dado irrefutável que legitima a essência deste comentário. No período de Fernando Henrique Cardoso, a função do Procurador Geral da República não investigou uma só denúncia que fosse, ganhando porisso o apelido de Engavetador Geral da República.
O que temos agora no Brasil é uma Polícia Federal mais independente, o que resulta em mais apurações, ou seja, a corrupção se tornou mais visível, embora o Superior Tribunal Federal insista em anular as operações em que poderosos figuram como bandidos.
Para terminar, voltemos ao PIG. No governo FHC, as verbas publicitárias estavam concentradas em apenas 545 meios de comunicação. A partir do governo Lula, estas verbas foram pulverizadas por 5000 meios de comunicação. Este é um dos motivos que atiçam o ódio do PIG e o fazem convocar manifestações anti-corrupção, bem ao feitio da cartilha Murdoch de fazer jornalismo: denunciam os corrompidos e, nunca, os corruptores(anunciantes, por supuesto) e a oposição. Plantar escobas verdes e amarillas na praia e pedir ajuda ao Congresso foi como colocar narizes de palhaços em nós todos. Seria exemplar, se o PIG e a oposição exigissem investigações sobre os roubos ocorridos durante as privatizações, aí, sim, teria credibilidade, por ora, repito, é só jogo de poder.

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