Israel Serrano
Mientras escribo la impotencia y la rabia me oprime los dedos, la indignación recorre mi sangre, mis dientes crujen por el sabor amargo de aguantar una noticia más “otro profesor asesinado” ya es demasiado… cuantos muertos seguimos contando y siempre poniendo la arista izquierda ¿y la justicia? ¿Y la señora impunidad? ¿Hasta cuándo?
En un país donde no se respeta la vida, se violan todos los derechos ¿qué podemos hacer? Para todos los seres humanos la vida es breve, son pocos los que llegan al siglo y aun así no aprendemos.
La muerte estremece una vez más nuestra vulnerabilidad, el dolor se ensaña entre los resistentes maestros y sin medir espacio y tiempo se va una valiosa vida en los ojos de la tarde. ¿Sabrán los asesinos que hoy los hijos de José Manuel Flores Arguijo lo esperaban acurrucaditos en la cama? Y le pedirían “papi quiero mi cobijita” o un “acóstate con nosotros” o tal vez “mañana nos llevaras a jugar” todo el sufrimiento y la congoja que causa la partida de un ser querido no lo miden, los que quitan la vida, los verdugos, a esos que se le aroman las manos de dolor y se sienten muy orgullosos.
Es duro pensar que el crimen circula en el viento, con inmunidad y con enormes premios y regalías por cada ejecución que se realiza y lo más terrible de todo, es que se habla de reconciliación, de integración y de perdón bajo esquemas religiosos y otros mitos; pero se sigue asesinando a paso lento, con táctica y estrategia para que el mundo crea que en Honduras todo es paz y amor.
Las paredes de los centros educativos se han vuelto paranoides por el odio y la amargura que estilan los enemigos del pueblo y los círculos académicos e intelectuales se han vuelto invisibles por la intimidación de la violencia que amenaza a los que reflexionan y opinan diferente al pensamiento oficial.
No hay dudas que la cacería de brujas sigue con el magisterio y que la violación a los derechos humanos después del Golpe de Estado no cesa, la muerte del hondureño se ha vuelvo un canto de cigarra… se denuncia y se denuncia y “no se oye padre” ante organismos, ante San Pedro y otros santos, pero más se agudiza y parece que calla la humanidad un segundo y todo, como si llegáramos a la habitación del mal.
Ya no hay donde acudir, es como decir “señor ladrón me están asaltando”, pues los corruptos hablan de honradez, los golpistas de salvar la democracia, los asesinos de perdón y de amor al prójimo. Todo está al revés la justicia y sus tentáculos se vuelven injusticia estatal para justificar golpes y adornarlos con sermones hasta alcanzar algo de santidad.
Mientras tanto nustros mártires cabalgan en la resitencia, seguirán donde el tiempo no cuenta y la eterndad no finge su amistad y el descanso no tiene finitud.
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