viernes, 11 de junio de 2010

Enrique Pintado.....(Ministro del Gobierno Uruguayo)‏

DE LO MEJOR QUE HE OÍDO/LEÍDO DE UN POLÍCO URUGUAYO EN CUANTO A VALORES SOCIO-ÉTICOS Y CULTURALES...TREMENDAMENTE ALECCIONANTE...

OBDULO JACINTO, EL MESTRO TABAREZ Y LA GARRA CHARRUA
Enrique Pintado *

Hace unos años hablando de bueyes perdidos con el Peto Airaldi, un entrañable amigo me dijo que solo había una sola forma de conocer la personalidad de un uruguayo: invitarlo a jugar un "picadito". Corriendo tras la redonda en el juego oriental más popular del país, se puede bichar algo más del alma esquiva, que en una misma pisada muestra y esconde lo mejor y lo peor de cada uno de nosotros. Cuando entramos a una cancha, estamos condenados. Aún jugando de saco y corbata, en cada parpadeo se nota lo que te animas a mostrar y lo que preferís ocultar. Como en la vida misma cada uno se las arregla como puede con sus virtudes y miserias. Con esta Selección me pasa lo mismo. Como todos me aferro como un niño a la ilusión de que Uruguay vuelva a salir campeón del mundo. Mucho más me gustaría que el legado del proceso que hizo este seleccionado tuviese alguna repercusión en la sociedad y en la política, más allá de cómo nos vaya en Sudáfrica.

Los charrúas
Desgraciadamente, a pesar del esfuerzo de los investigadores y de las organizaciones de descendencia indígena, conocemos poco sobre la cultura charrúa. La crónica oficial siempre los caracterizó como bárbaros que impedían el desarrollo de la civilización alambrista y colonizadora.

Los charrúas, como si hubiesen elegido proteger para siempre su intimidad, casi no tenían lenguaje escrito y dejaron pocas huellas de su pasaje por la provincia oriental. Cuando quisieron hablar no los dejaron.

Las referencias sobre los charrúas son múltiples y contradictorias. Para los españoles y los criollos no eran más que una banda de salvajes indómitos que solo desparramaban odio. Para algunos misioneros los charrúas eran sencillos, afables e ingenuos. Hay quienes los identifican con la férrea lealtad a la gesta artiguista y otros que los vulgarizan como eternos nómades primitivos sin cultura ni identidad propia. En medio de tanto misterio me quedo con algunos rastros de nuestros ancestros que se asocian indisolublemente a lo más profundo del ser oriental.

En una de sus crónicas un misionero jesuita se queja de la reacción de los charrúas frente a la evangelización. "Cuando los predicadores les decían que Dios era todopoderoso y sabía todo lo que hacían y pensaban los hombres, los indios respondían: "No nos gusta ese Dios que sabe todo lo que hacemos, mejor nos vamos a los montes para vivir tranquilos sin que nadie sepa lo que pensamos y hacemos", y sonreían irónicamente. Todo parecido con la realidad es mera casualidad.

Amantes de la libertad, dignamente irónicos aún frente al feroz destinos, ateos por elección y celosos custodios de su intimidad, aún cuando no tuviesen "garra" creo que los uruguayos somos más charrúas de lo que parecemos. Al decir de un diplomático francés quien luego de cumplir su misión se quedó a vivir aquí, "con los uruguayos alcanza un ratito para quererlos pero hace falta una vida para conocerlos".

El negro jefe
Obdulio Varela con la pelota bajo el brazo y su voz de negro jefe gritando "los de afuera son de palo" quizás sean el ejemplo más claro de "garra charrúa" que el imaginario colectivo cimentó en aquel Maracaná, la mayor hazaña que recuerda el fútbol mundial.

Pero el embrión de esa mística del fútbol nació antes del 16 de julio de 1950. Dos medallas de oro en Juegos Olímpicos, un Campeonato Mundial y seis Copas América logradas en la era amateur transformaron al fútbol celeste en el dueño de las competencias internacionales.

En aquellos años cada victoria del seleccionado se emparentaba con esa garra charrúa sintetizada simbólicamente por la gente en los capitanes del equipo, quienes habitualmente jugaban en la defensa o en el mediocampo y eran aguerridos y temperamentales. Todas las victorias se fundían en una identidad claramente definida: buen trato de pelota, delanteras letales, defensas férreas y mediocampos que juntaban exquisitos con ferreteros. La memoria colectiva que tiende a privilegiar el sacrificio, fue endiosando la figura de los que más sudaban la camiseta en desmedro de los habilidosos.

Ya en la era profesional la "garra charrúa" comenzó su declive dando paso a la supremacía futbolística de los vecinos. Pero en nuestra gente la idea de ganar de pesado y con la nuestra seguía latente y triunfal negando lo obvio: ya no éramos los que jugábamos mejor al fútbol.

Emperrados con esa idea abucheamos el 4º puesto del mundial del 70 y en el 74, justo un año después del golpe de Estado, empezó la gran debacle del mito. Fuimos agrandados al mundial de Alemania y metiendo y metiendo no hubo garra que disimulase nuestra lentitud e impotencia frente al baile que nos dio la máquina naranja de los holandeses.

En 90' pasamos de la euforia al bochorno. Y se armó la gorda. A partir de allí, la celeste fue solo a tres de los ocho mundiales que se disputaron, y sufriendo. Lío de órdago, discusiones bizarras que desdibujaron nuestra identidad futbolística empobreciendo la conceptualización de la garra charrúa que se convirtió en exigir guerra de patadas.


Cada vez que Uruguay perdió, la culpa era de los consagrados, de los traidores "repatriados", pecho fríos que no levantan las patas y que no rendían en la Selección porque no sentían la celeste y solo pensaban en la plata. Los fracasos dejaron de ser colectivos.

Eso significa una mala interpretación de la historia de la garra charrúa. Obdulio lo dijo una y mil veces en cuanto reportaje le hicieron. En ese equipo nadie mandaba a nadie y todos ponían lo mejor que tenían. Y siempre agregó que lo que más lo emocionó de Maracaná fue el llanto desconsolado del pueblo brasilero de la calle que nunca imaginó una derrota. Nada más. Lo otro pura cáscara. Esa garra perdida es la que hoy renace llenándonos de esperanza.

Uruguay y la garra celeste del maestro
Desde que se nombró al maestro Tabárez como DT del combinado celeste, al igual que en el país, se instaló la cultura de los proyectos macro a largo plazo. Renovación generacional integrada con experiencia consolidada, trabajo conjunto que incluía a las selecciones de todas las divisionales con objetivos concretos para el corto, mediano y largo plazo.



Antes de lo previsto logró que la sub 17, la sub 20 y la mayor clasificasen al mundial. Incorporó tecnología informática innovadora para aumentar el flujo de información sobre las capacidades de jugadores propios y ajenos. Por primera vez en este formato eliminatorio se mantuvo los cuatro años al mismo entrenador en su cargo a pesar de los resultados porque se jugaba bien dentro y fuera de la cancha aun cuando no ganásemos.



Eso se dio por un excelente manejo conceptual del técnico y el grupo humano que supieron manejar comprensivamente los vaivenes humorales y la ansiedad de la gente. Selección que siempre dio la cara a la prensa sin aspavientos en las buenas y en las malas. Aún cuando algunos cuestionaban a Tabárez por aspectos banales.



Trabajo en equipo y solidario dentro del cuerpo técnico y con los jugadores, confiando en el proceso. Como dijo el maestro en su última conferencia la función del DT es hacer de intermediario entre la filosofía futbolística y los jugadores. Y si estos no se compenetran es porque no pudo ser buen comunicador.



Dijo que el no es psicólogo ni investigador privado para meterse en la cabeza de los jugadores ni en su intimidad. Expresó que para eso el seleccionado cuenta con profesionales a los que los jugadores que lo necesiten pueden acudir libremente. Se fomentó el culto a la paciencia, la autocrítica constructiva, el diálogo y el cumplimiento riguroso de los códigos de convivencia acordados y aceptados colectivamente



Asumiendo limitaciones y aprendiendo rápidamente de los errores, se supo cambiar de idea cuando había que tener alternativas para enfrentar la diversidad de rivales. Con la Selección de Italia 90 Tabárez hizo una exitosísima gira previa al mundial pero los jugadores llegaron sin fuerza física a la competencia oficial. Esta vez los concentró acá para fortalecer la idea colectiva, darles descanso a los jugadores y permitirles disfrutar de los afectos. Saldrá bien o saldrá mal. Pero ello demuestra un cambio de mentalidad que debería primar en el Uruguay.


Los objetivos colectivos y la disposición al cambio son más importantes que el egocentrismo de repetir errores solo por el orgullo personal de mostrarse coherente frente a los demás. Planificó pensando en profundizar los cambios, paso a paso con hechos y profesionalidad, dándole sustento al sueño de largo aliento de volver a figurar entre los mejores a nivel mundial.

Con Uruguay pasa algo similar. Hasta hace poco nadie sabía de nosotros ni apostaba por nuestro país. En silencio, con mucho trabajo, planificación, escucha de la gente y profesionalidad aprovechamos la oportunidad de demostrar que podemos salir del achique y llegar tan lejos como queramos. Eso depende de nosotros y de que cumplamos el compromiso que asumimos con la gente. Con la garra del trabajo y la inteligencia sin agarrarnos a patadas con el mundo, ni con nuestros compañeros de ilusiones.
* Ministro de Transporte y Obras Públicas

JULIO CESAR

"Tendremos que arrepentirnos, en esta generación
no tanto de las malas acciones de la gente perversa,
sino del pasmoso silencio de la gente buena".
Dr Martin Luther King.

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