Nunca antes en la historia de un Estado había conseguido despertar tanto odio, rabia y antipatía en tantos miles de millones de personas en todo el planeta. Ni el estado nazi llegó nunca ser tan odiado.
A pesar de su fortaleza aparente, a pesar de sus rasgos aparentes de vitalidad y juventud, a pesar de su fuerza devastadora, Israel es un Estado afectado por una grave enfermedad interna que lo llevará inevitablemente a su propia muerte.
Israel hace mucho tiempo que ha decidido que el único camino posible para dar sentido a su existencia es la muerte, el genocidio y el exterminio continuado del pueblo palestino y de todos aquellos y aquellas que apoyen de una u otra manera a Palestina en su lucha por la libertad.
Israel es un Estado profundamente amoral, situado por encima del bien y del mal, que no atiende a más razones, ni a más leyes, que a las suyas propias. Israel hace y deshace lo que le viene en gana, cuando le viene en gana, sin que haya nada en el mundo que pueda evitarlo. Y lo hace dejando a su paso una terrible desolación en forma de asesinatos impunes.
Pero es tal el odio que está despertando en el mundo entero, y especialmente entre la comunidad musulmana, que, antes o después, lo acabará pagando.
Nunca antes en la historia un Estado había conseguido despertar tanto odio, rabia y antipatía en tantos miles de millones de personas en todo el planeta. Ni el estado nazi llegó nunca a ser tan odiado como lo es a día de hoy el Estado de Israel.
Esta semana, el mundo entero ha sido testigo de esa rabia acumulada, que cada día que pasa va en aumento de punta a punta del planeta. Manifestaciones multitudinarias de repulsa al Estado sionista se han prodigado por todos sitios, especialmente en los países musulmanes.
Es cuestión de tiempo que toda esa rabia se convierta en un huracán que caerá sobre Israel como una de las plagas divinas recogidas en sus propias escrituras sagradas, arrasando con todo a su paso. El que esté en la montaña y haya olvidado su capa, que no vuelva a recogerla.
Israel se cree intocable, pero no lo es. Israel se cree invencible, pero no lo es. Israel se cree por encima de la propia historia, pero no lo está. Hoy en día juega con el viento a su favor. Hoy en día se sabe extremadamente poderoso y se aprovecha de ello. Pero la historia no se detiene hoy.
Es cuestión de tiempo que las circunstancias históricas den un giro radical; el contexto actual no va a durar para siempre. Nada es eterno. Ni los imperios más poderosos de la historia consiguieron mantenerse en sus circunstancias triunfantes por tiempo indefinido.
Israel es un enfermo terminal. Sufre una enfermedad degenerativa llamada sionismo, que cada día que pasa va minando la salud de su Estado, y acercándolo progresivamente al momento último de su muerte. Es tal el odio que ha sembrado, que será ese mismo odio quien acabe por mandar a Israel al basurero de la historia. Israel es un estado diseñado para exterminar, que será engullido por su propia condición terrorista.
Entonces, la voz de los cuatro gatos que hoy apoyan, legitiman y justifican las matanzas israelitas, no será nada frente al inmenso clamor de los miles de millones de personas en todo el mundo que lanzarán gracias al cielo por tal hecho. No habrá misericordia para quien no ha sabido ser misericordioso. No habrá compasión para quien ha hecho de la muerte y el genocidio su bandera. Nadie lloró por los nazis, excepto unos pocos nazis. Y nadie llorará por Israel.
Israel, enfermo terminal, está cavando su propia tumba.
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