Bailarina, coreógrafa, artista íntegra, Vilma Rúpolo dio un testimonio humano, con una mirada sensible sobre la terrible experiencia a la que fue sometida junto con sus compañeros. Antes que la dictadura trastocara su vida fue la aficionada a la filosofía y el periodismo (con mimeógrafo en casa), la maravillada por el Chile de Allende, la conmocionada por el brutal asesinato de Amadeo Sánchez, la militante del PRT, la amiga y compañera de Virginia “Vivi” Suárez y Daniel Moyano. Sobre este último, de cuyo paso por las garras de los genocidas casi no existen pistas acerca de dónde ni cómo fue asesinado, aportó una pista: de acuerdo a un comentario lejano, Moyano muere de fiebre, totalmente ensangrentado, contra las paredes de los calabozos del D2.
Vida y muerte en el casino
Vilma Rúpolo fue secuestrada el 1º de junio de 1.976 de la casa de sus padres en el barrio Bombal, de la cual allanarían luego hasta las baldosas del patio. Fue golpeada en el camión de traslado y empujada a una especie de casa en calle Boulogne sur mer, atrás del hospital militar. Se trataba de una dependencia del casino de suboficiales en la Compañía de Comunicaciones y Servicios, bajo custodia de los “soldaditos” Ledesma, Brione, Ríos, Montiel y Varas. Allí se encontró con un grupo de mujeres detenidas a partir del 24 de marzo, entre ellas Dora Wofart de Lucero, Cora Cejas y Bety García. Sin maltratos a las prisioneras y en condiciones aceptables (con cubiertos cuyas inscripciones rezaban “Ejército Argentino”), Vilma, madre reciente, creyó oportuno y necesario sobrevivir al cautiverio junto a Mariano, su bebé de dos semanas de vida. Por intermediación de su madre logró que dos sacerdotes intercedieran por su reclamo ante las autoridades militares. Quince días después, su hijo estaba con ella.
Sin embargo, la pasividad represora en este Centro Clandestino no abarcaría a Rúpolo, quien soportó siete terribles sesiones de torturas y vejaciones durante los interrogatorios. El lugar, más allá de las maniobras distractivas de los represores, se encontraba en las inmediaciones de la casa y la víctima lo ubicó en reconocimientos posteriores en barracas de siete escalones –hoy demolidas- dentro del predio militar. La sala de torturas fue “inaugurada” con ella, y cómo aún no disponía de instalación eléctrica, no le fue aplicada la picana. Pero sí otros tormentos y golpizas mientras permanecía colgada con alambres al techo: patadas en el vientre, bolsa asfixiante, simulacros de fusilamiento. La aplicación de tormentos duraba más de dos horas y los torturadores eran tres: según investigaciones realizadas por una compañera de cautiverio y periodista, se trataba de “Willy” Armando Carelli (sin confirmación), el sargento Pagela y Juan Carlos García (de Aeronáutica, más tarde dudoso “héroe” de Malvinas), todos al servicio de Investigaciones. Vilma volvía deshecha y hasta inconsciente a la casa, pero siempre encontraba la fuerza para sobreponerse, gracias a la solidaridad de sus compañeras y a la existencia de su niño.
El ensañamiento sufrido por la artista tiene explicación desde la lógica asesina de los exterminadores: de acuerdo a una entrevista de su madre, probablemente con Tamer Yapur, Vilma tenía como destino el D2. Pero se salvó porque estaba lleno…
Volver a bailar
Entre fines de agosto y principios de diciembre continuó su pena en la cárcel provincial. En su ingreso divisó al trío de torturadores apostados en la entrada, desafiantes. Ella llegaba con 45 kilos. Ante el inminente traslado a la cárcel de Devoto, el director Naman García le comunicó que debía separarse de su hijo de cinco meses. La madre, desesperada, exigió un recibo, una constancia mínima para aferrarse a la esperanza. Con ese “papelito” voló en el Hércules, con los militares dejando entrar “aire del cielo”, poniendo a las prisioneras al borde del vacío.
En Devoto son regadas, desnudadas y fichadas frente a la inmensa cruz de la capilla. Tiempo después sufre un infarto silente por lo que es internada en el hospital Güemes
Al tanto de su sobreseimiento definitivo, al compás de un coro de compañeras, Vilma bailó las dos horas de recreo, porque “el arte nos ayuda a sobrevivir”. Y como “nunca olvidó nada, ni nada fue en vano” rescató la valentía de las mujeres, su solidaridad y comunicación, su organización ejemplar frente al cautiverio, como el acto de silencio pactado a las 15 horas todas las tardes, cumplido a rajatabla por 930 prisioneras.
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