Grandes guacamayos azules y amarillos de la Amazonía, papagayos verdes, tortugas, serpientes y jaguares: el tráfico de animales no perdona a ninguna especie en la región amazónica, ni siquiera a las que están en extinción
Brasil y el Perú poseen la mayor extensión de la Amazonia, seguidos por Colombia, Bolivia, Ecuador, Guyana, Venezuela, Surinam y la Guayana Francesa. La Amazonia destaca por ser una de las ecorregiones con mayor biodiversidad en el mundo.
En la Amazonía las especies silvestres son atrapadas en la selva por indígenas (con frecuencia motivados por los traficantes a cazar especies amenazadas y a venderles sus pieles y otros productos) buscadores de oro, campesinos, granjeros y vaqueros, quienes complementan su ingreso por medio de esta actividad ilegal.
Las remotas fronteras entre los países amazónicos son los lugares ideales para que los traficantes exporten animales salvajes.
Investigaciones han demostrado que a veces, los traficantes hacen un “lavado” de especies por medio de zoológicos o las llamadas instituciones “científicas/de conservación” o de cría comercial (legales o no), las cuales proveen certificados falsos testificando que los animales nacieron en cautiverio, lo cual permite que sean importados o exportados.
Existe con frecuencia capacidad limitada para implementar regulaciones para la reducción del tráfico ilegal de especies. En la ausencia de voluntad política y fondos para la protección de la vida salvaje, hay pocos incentivos para el uso sostenible y esfuerzos de conservación.
Venezuela es el décimo país con mayor biodiversidad en el mundo, lo que lo convierte en uno de los destinos predilectos por los traficantes internacionales de especies exóticas.
En los últimos años, operadores turísticos y organizaciones ambientalistas han reportado un incremento en la actividad del contrabando de animales, especialmente en tres zonas: Puerto Ayacucho, las riberas del río Cuyuní (frontera del estado Bolívar con el territorio Esequibo) y las costas de Oriente. Cazadores ilegales arrasan con especies en la Sierra de Perijá al occidente de Venezuela.
Colombia ocupa el segundo lugar en tráfico de animales y especies, en la región amazónica, según lo reveló la jefe de la unidad de delitos contra el medio ambiente, capitán Mabel Hernández.
“Este tráfico es como una pirámide, comienzan por indígenas o campesinos que capturan a las especies, luego un intermediario se contacta con los traficantes internacionales y finalmente son ellos los que se las venden a los clientes”, explica la capitán Hernández.
Entre las especies más apetecidas se encuentran las aves ornamentales, los reptiles, anfibios, peces, insectos y felinos; que son apetecidos como mascotas, por consumo, como base de medicamentos o por sus pieles.
El 22.3 por ciento de las especies endémicas de Ecuador, pequeño país de 256.370 kilómetros cuadrados que tiene en su territorio amazónico gran parte de sus tesoros biológicos, principales “proveedores” del negocio ilegal de especies que atenta contra la preservación de sus delicados ecosistemas.
El año pasado, las autoridades decomisaron mil 521 especímenes: 574 de fauna y 947 de flora, un 93.9 por ciento correspondía a orquídeas, según Vigilancia Verde, organismo encargado del control de especies en las carreteras del país.
“Es un país pequeñito, con buenas vías de acceso, controles débiles, altos niveles de corrupción y una altísima diversidad de especies y entonces es un país donde hay muchas cuestiones exclusivas de mucho interés para los coleccionistas, entonces es un sitio ideal (para el tráfico)”, dijo el representante de la organización ambientalista Traffic para América del Sur, Bernardo Ortiz.
“Según recientes estimaciones, unos 38 millones de animales salvajes -de los cuales 80% son pájaros- son capturados ilegalmente en la selva en Brasil y casi el 90% muere durante su transporte”, explica Rauff Lima, portavoz de la ONG Renctas.
La Policía Federal incauta en promedio 250.000 animales por año y el Instituto Brasileño de Medioambiente captura otros 45.000 en controles que fueron multiplicados en todo el país, cifras estables desde 2008. En el Centro de Selección de Animales Salvajes de Río de Janeiro, el veterinario Daniel Neves se ocupa cada año de entre 7000 y 8000 animales recuperados, en general enfermos o hambrientos, víctimas de contrabandistas.
El tráfico ilegal de flora y fauna en el aeropuerto de Lima, Perú es uno de los principales problemas que enfrenta esta terminal, después del tráfico de drogas. Para eludir los controles, los contrabandistas apelan a insólitas estratagemas.
Las operaciones de lucha contra el tráfico de especies se hacen de manera coordinada con las autoridades de la Brigada de Operaciones Especiales (BOE) de Aduanas, quienes revisan de manera exhaustiva el equipaje de todos los vuelos nacionales, situación que no siempre es permitida en las líneas internacionales.
En el 2011, intentaron comercializar, de acuerdo con el registro de la Policía Ecológica, nueve mil 998 mariposas disecadas y 792 animales, entre guacamayos, monos, iguanas, batracios y loras amazónicas.
Desde 1975, Bolivia aceptó las condiciones de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Flora y Fauna Silvestre, y desde 1992 prohibió la posesión y el comercio de animales salvajes dentro del país.
Pero la falta de interés por parte de las autoridades de procesar los casos de contrabando de especies, transforma a estas leyes en herramientas inútiles. Hoy en día Bolivia es uno de los países con más alta incidencia en el trafico de especies amazónicas.
Este comercio que afecta por igual a especies de animales y plantas se realiza de forma incontrolada e insostenible produciendo notables daños ambientales. Pero además de una afección directa a las especies sujetas a este comercio, que normalmente son sobreexplotadas, presenta problemas adicionales como son la introducción de especies invasoras o la muerte de otras especies de forma accidental.
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