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Buen día para preguntarse qué voz tienen hoy los que sufren el silencio. A qué garganta pueden apelar que los pronuncie, a qué tinta, a qué tipografía que los visibilice. No hay mucho en la feria de las vanidades. Pocas, muy pocas son las voces que eligen prestarse a los anónimos, a los que se mueren de frío, a los diferidos del sistema. El debate mentiroso, el brutal maniqueísmo que hizo estallar en mil pedazos el sueño de Rodolfo Walsh no tolera otra mirada. Y ahí estamos parados, en el delicado equilibrio de la soledad. Fuera de la manipulación interesada de la realidad, cuando la palabra responde a intereses del poder político o del poder económico. Fuera de la militancia que busca la revolución en la comodidad mensual y presupuestaria del gobierno de turno. Si el periodista se convierte en agente de prensa ya no es periodista. Es agente de prensa. Y mientras haya infancia acorralada por el hambre, el paco y el gatillo fácil a nadie podrá convencer que el periodismo deba ser militante del Estado de inequidad.
Ahí estamos parados. Siempre desamigados del poder. Siempre en la calle, al lado de los desapoderados. Lejos de las cacerolas de Recoleta y de la desesperación por el dólar. Lejos del divismo opinador y de los showmen que se clavan plumas en el Maipo.
Con los pibes y la prepotencia de amanecer cada día. Con la obstinación de cambiar las cosas y el capricho de la coherencia.
Militantes de una transformación que ponga patas arriba la injusticia. Jamás propaganderos de nadie. Nunca voceros del poder.
Ahí nos paramos. En las gargantas de los que sufren el silencio. Porque el cambio vendrá de allí, desde los confines.
Y andará descalzo, mocoso y feliz.
El que no sabe quién es festeja sus derrotas y rechaza sus oportunidades
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Hace 2 semanas
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