miércoles, 6 de junio de 2012

Sudaesta - Editorial | De gorilas y soldados

No hay margen. No es momento. No es útil. Al menos, eso es lo que pretenden explicarnos. El debate confunde a los convencidos, divide a los aliados, resulta una pérdida de tiempo. Eso dicen. La discusión es funcional al adversario, es signo de debilidad, es retroceso y distracción. Hay cosas más importantes: manipular la información, ocultar lo negativo, exagerar lo positivo, apelar a la repetición como fórmula, aprovechar el archivo cuando se trata de mostrar incoherente al enemigo, pero aducir un “cambio de contexto” cuando el mismo registro de un pasado contradictorio los deja mal parados. Eso es lo que piensan los protagonistas que se mueven sobre un tablero de confrontación. Polarizados y enojados, saben que el que plantea una crítica debe ser descalificado de inmediato. No importan los argumentos ni interesan las razones. Para qué profundizar, para qué analizar complejidades y asumir graves errores. El que cuestiona no es un ser pensante: es una persona pasible de ser definida con el peor de los adjetivos. Y cuanto más agresivo sea, cuanto más peyorativo y despreciativo, mejor. No importa que el que opine sea un historiador con años de investigaciones alrededor de la silenciada historia del movimiento obrero argentino; que el que hable sea un militante que recorre el país convocado por multitudes de jóvenes que escuchan admirados su mensaje amplio, unitario, revolucionario
Todos podemos ser descalificados porque no hay nada más sencillo que inventar una categoría que aniquile la discusión y obture el riesgoso ejercicio de pensar. Lo que pasa es que no entienden el proceso, nunca lo entendieron, explican, con algo de paciencia. Lo que pasa es que no comprenden que el enemigo los usa y usa sus críticas para debilitar al modelo, aseguran con menos calma. Lo que pasa es que son “gorilas”, dicen ya hartos, molestos contra quienes incurren en la osadía de pensar más allá de la propaganda. ¿Qué categoría social o política es la de “gorilas”? ¿Joaquín Morales Solá es “gorila”, por ejemplo?, ¿y Osvaldo Bayer también? ¿Alguien nos puede explicar qué elementos en común tienen Bayer y Morales Solá para pertenecer a una misma categoría? ¿No será que el adjetivo es la herramienta para salir del paso, la digresión que elude la discusión, la chicana fácil y simplona que nos permite seguir adelante sin mirar atrás? El modelo no precisa ahora de individuos cerebrales, reflexivos, observadores con pensamiento crítico, aducen, quizá con razón. El modelo necesita soldados de la propaganda, hombres y mujeres ejercitados en la descalificación rápida, cuadros políticos entrenados en el arte del travestismo político, que hasta ayer nomás defendían las banderas que hoy pretenden quemar en las llamas de la Inquisición. A quienes no se encolumnen detrás del pensamiento único, les corresponde el agravio, y a otra cosa. A ellos los llaman “neutrales”, por no decirles “tibios”. ¿Los que manifiestan su opinión desde hace décadas son “neutrales”? ¿Los que defienden los intereses de los sectores populares desde toda la vida son “tibios”? ¿Los conversos y mercenarios que cambian de camiseta según convenga en cada caso y hoy acusan desde sus despachos y cargos oficiales son los ejemplos de coherencia y convicción?

Mejor ni pensar. Mejor ni discutir, menos polemizar. Para qué darle pasto a las fieras. Si es más fácil agredir, si es mucho más sencillo cerrar filas y acatar el mensaje orgánico. Asumir el doble discurso, la hipocresía, la manipulación. Después de todo, el fin siempre justifica los medios. Y los que no entiendan, allá ellos. Serán gorilas, seguro
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Ya salió SUDAESTA   de Junio
A diez años de la masacre de Avellaneda
El humo que pinta sobre el cielo - Por Lucas Pedulla El 26 de junio de 2002, una feroz represión se desató sobre miles de manifestantes que salieron a la calle en un marco de crisis política, económica y social. Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, dos jóvenes militantes que soñaban con cambiar el mundo, fueron asesinados por las balas represivas de un Estado que fogoneó un clima bélico contra las organizaciones piqueteras. ¿Qué cambió? ¿Qué sigue igual? ¿Qué significan actualmente sus figuras? ¿Cuál es el presente de los Movimientos de Trabajadores Desocupados? Ilustración: Florencia Vespignani.





"Gracias por dar hasta sus vidas por la dignidad piquetera”, reza una pared con los dibujos de dos rostros barbudos, en el mismo lugar donde 10 años atrás yacía el cuerpo de uno de ellos, aún con vida.

Miles y miles de personas ingresan a la Estación Avellaneda todos los días del año, sacan un boleto en el sitio donde Maximiliano Kosteki cayó asesinado por las balas represivas y cruzan el patio en el que Darío Santillán fue herido de muerte por los mismos policías bonaerenses. ¿Sabrán a quiénes pertenecen esas dos caras en el muro?
La estación está repleta de signos: símbolos e indicios que cachetean la alienación cotidiana y obligan, por lo menos, a una mínima pero activa intervención. ¿Por qué al ingresar a la Estación Avellaneda me recibe una obra de arte que se apropia del espacio, que dice: “Estación Darío y Maxi”? ¿Qué son todas esas fotos y dibujos de piqueteros, trabajadores desocupados, militantes sociales? ¿Por qué el rostro escrutador de la Mona Lisa me interpela desde un rincón del hall, envuelta en un pañuelo palestino?
El 26 de junio de 2002, durante el gobierno que nadie eligió, las fuerzas de “seguridad” desataron una cacería sobre las organizaciones que fueron a cortar el Puente Pueyrredón, en el Partido de Avellaneda. La pobreza trepaba al 53%, con un nivel de indigencia del 24%; y la desocupación alcanzaba la cifra récord de toda la historia argentina: 21,5%.
En ese contexto, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados.
http://www.revistasudestada.com.ar/web06/article.php3?id_article=929
Papeles amarillos
Conversaciones con Daniel Moyano - Juan CroceUn escritor recuerda un pasado compartido con Daniel Moyano en Córdoba y La Rioja. Su relación vital con la música, la humildad en su devenir cotidiano, las conversaciones literarias, las ideas de un narrador-músico que dejó una huella en las letras argentinas


Transcurría la década del sesenta. Con Susana Aguad y un grupo de escritores cordobeses leíamos a Cesare Pavese. Por aquellos años terminamos de corregir los originales de nuestra primera antología de cuentos y, entusiasmados, nos comunicamos con Daniel Moyano -otro pavesiano- y se los enviamos. Aceptó gustoso participar con dos cuentos: “La Columna” y “El Crucificado”, en la antología que titulamos Memoria de pequeños hombres
http://www.revistasudestada.com.ar/web06/article.php3?id_article=923
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