La actual crisis económica ha afectado masivamente a los pobres del mundo, demostrando que son los más débiles para hacer frente a estos flagelos. La práctica de las ideas neoliberales impuestas por el FMI y el Banco Mundial en las últimas décadas, priviligiaron a los ricos por sobre los pobres y el testimonio de ello e la creciente desicualdad que amplía su brechas por el mundo. Por eso que esta crisis debe plantearnos una pregunta fundamental: ¿hay alguna esperanza de que las lecciones aprendidas lleven a un punto de inflexión a favor del desarrollo verdadero?
La gran depresión de 1930 fue un punto de inflexión en las políticas convencionales que se aplicaban hasta entonces. Tras esa crisis surgió la macroeconomía keynesiana que dominó la escena durante treinta años. En este período se privilegió el empleo, uno de los elementos claves a la hora de reducir la desigualdad. Ese período marca la edad de oro de la economía occidental y tanto en Europa como en Asia, Estados Unidos y América Latina, se vivió un período de gran estabilidad económica, con una creciente disminución de la desigualdad.
Esta estabilidad sin embargo, siempre fue criticada por la corriente monetarista, que encontraba lentos los niveles de crecimiento y prometía una velocidad mayor para terminar con la miseria en el mundo. Así fue como tras la crisis iniciada en 1970 en Estados Unidos, esta corriente buscó la forma de echar por tierra los lineamientos keynesianos, para implantar su postura. Y pese a que la crisis respondía a dos elementos no considerados (las fuertes pérdidas económicas de la guerra de Vietnam y el pick del petróleo en Estados Unidos) se culpó de este flagelo a las ideas keynesianas.
La crisis energética de los 70 conllevó al endeudamiento de los países en desarrollo, que debieron recurrir a una financiación externa. El surgimiento del reaganismo y del thatcherismo hizo lo siguiente al forzar la privatización de las empresas públicas. El desarrollo del mercado se orientó a la liberalización del comercio y la convirtió en la religión universal de los neoliberales y las instituciones financieras, temas que se intensificaron con la aparición del Consenso de Washington. El interés de Estados Unidos para impulsar la liberalización del comercio se basaba en la creencia de que pondría remedio a los déficit en cuenta corriente de los países.
Sin embargo, los déficit crecieron facilitados por el fin de los acuerdos de Bretton Woods que dieron rienda suelta al crédito y la usura. Así fue como las actividades financieras se apoderaron de las actividades productivas y la economía mundial se hizo más inestable y dio lugar a una crisis financiera tras otra. Hasta llegar a la actual crisis, que es terminal. Por eso que esta crisis marca el colapso de la ideología fundamentalista que socavó las bases de la democracia, y devolvió al mundo a la miseria.
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