(Una carta de Eric Domergue a su hermano Yves, secuestrado y desaparecido durante la dictadura a los 22 años, leída ayer en la Iglesia de la Santa Cruz)
Veo tus huesos desnudos. Huesos perforados, delicadamente ordenados en una mesadada.
Te miro y te reconozco
Veo tus huesos desnudos, recorro tus miembros delgados, no quiero que tomes frío... entonces te arropo.
Te arrpo con tu primer grito en una clínica de París a la hora de la siesta del verano del '54.
Te arropo con la sal del ancho mar que nos transladó a tierras desconocidas y argentinas.
Te arropo con la ascendecia que siempre te confirmó se el mayor de nueve hermanos.
Te arropo con aquel pulóver rojo igualito a mi pulóver roja y al pulóver rojo de nuestra única hermana mujer tejido con incansables manos de madre.
Te arropo con el flequillo recto y nuca tapada, especialidad paterna para tus hijos varones.
Te arropo de cowboy y de tus furibundos ataques con disparos de cebita, persiguiéndome entre los maltradados malvones del jardín. Por fortuna, siempre corrí más ligero que vos.
Te arropo con tu camiseta blanca cruzada por una banda roja, disputando el mismo balón de cuero número cinco, yo con los colores de Boca bien pegados al pecho.
Te arropo de uniforme escolar, de monaguillo, de apasidonado por los números, e inquieto estudiante universitario, de naciente militante revolucionario.
Te arropo con las canciones de Daniel Viglietti para juntos volver a entonar la cubana "Canción del elegido", es que dice 'Lo más terrible se aprende enseguida y lo más hermoso no cuesta la vida'.
Te arropo para nuestros encuentros furtivos cuando el país ya era una gran trampa y vos aún un clandestino más.
Te arropo con tu único saco rústico, azul, gastado, y con tu postrera y ojerosa sonrisa frente al objetivo en el invierno del '76-.
Te arropo y vuelvo a desvestirte de galante amante de Cristina, tu compañera.
Te arropo con los plomos que te apagaron y ahora se vuelven contra quienes te quisieron ocultar para siempre.
Te arropo con los yuyos y las moscas de Carreras, con la tierra de Melicué que abonaste con tu carne dolida, con las flore sobre tu tumba posadas por manos desconocidas para muertos desconocidos.
Te arropo con los guardapolvos blancos de niños y docentes empecinados en ponerles nombres a los habitantes más anónimos del paraje.
Te arropo con seis gotas de mi sangre para que tus huesos y mi plasma se fundan en un irrefutable ADN.
Te arropo con la mano amiga de quienes te encontraron, te desenterraron, te cuidaron, te devolvieron una identidad y una familia-
Te arropo, te vuelvo a desvestir y te llevo conmigo
Hermano, amigo, compañero.
Partamos en busca de más huesos desnudos, que quedan tantos por hallar-
El que no sabe quién es festeja sus derrotas y rechaza sus oportunidades
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