martes, 15 de febrero de 2011

Honduras: Una creciente insubordinación silenciosa - Ollantay Itzamná

La historia oficial hondureña está empedrada de recurrentes guerras civiles y golpes de Estado. Desde la "independencia" (1821), hasta el arribo del dictador Carías al poder (1939), los caudillos resolvían con las armas lo que no podían en las urnas. En 1963 los rifles retomaron el palacio de gobierno por cerca de dos décadas. A principios de la década de los 80, el ejército nacional, desprestigiado por su criminalidad, y desahuciado por el gobierno de los EEUU. se vio obligado a trasferir el gobierno a los civiles. Y así, unos civiles sin mucho poder, y una cúpula militar con mucho poder, pero sin un ápice de vocación patriótica, simularon una democracia formal a la hondureña. Pero, como todo simulacro, esta democracia de los patrones colapsó con el golpe de Estado de 2009, defenestrando al propio Estado

Este desfile de fusiles y simulacro de urnas fortaleció el colonialismo interno en Honduras. El Estado, para dominar y colonizar a su población, recurrió a un sistema educativo disciplinario, al bipartidismo obcecado, a supersticiosos procesos de evangelización, a un parasitario servicio militar obligatorio y a unos comandos de medios de (des)información bien sincronizados. De este modo, la ignorancia, el analfabetismo, la superstición, la prepotencia, la resignación y la indiferencia adquirieron carta de ciudadanía hondureña. Y así la población sucumbió en un profundo y perenne adormecimiento nacional.


Pero el golpe de Estado del 28 de junio de 2009 sacudió las estructuras del imaginario colectivo. ¡Feliz culpa la que perpetró aquel fatídico acto criminal sin medir sus consecuencias aún insospechadas! Los tabús y los mitos tradicionales que sostenían las anquilosadas relaciones de poder entre los patrones y la servidumbre política se remecieron.

El golpe de Estado no sólo fecundó el inédito movimiento social del Frente Nacional de Resistencia Popular, sino activó en las y los hondureños en resistencia una ciudadanía aún inexplorada. Son impresionantes las asambleas locales, municipales, departamentales y regionales de este movimiento, no sólo por la concurrencia y las ansias de participación de las y los resistentes, sino, sobre todo por la nueva actitud de estas y estos ninguneados por el sistema feudal hondureño.

En una sociedad, acostumbrada, hasta no hace mucho, a la “recompensa” económica para concurrir a las asambleas (así los domesticaron los dueños de los partidos políticos), es sorprendente la disponibilidad de tiempo y recursos para “estar debatiendo, por largas horas, los asuntos del país”. Las reuniones semanales de los colectivos de la resistencia, prácticamente se están convirtiendo en el semillero de la nueva ciudadanía activa y reflexiva naciente en Honduras.

En las asambleas, ellas y ellos no tienen las palabras técnicas exactas para expresar su rebeldía frente al sistema y ante los políticos tradicionales dentro del movimiento. Pero, tampoco están más para ver, oír y callar. Saben lo que no quieren. Aunque el cómo llegar a lo que quieren es todavía una tarea pendiente. En otros tiempos no muy lejanos, estos insubordinados, psicológicamente estaban estructurados para escuchar y asentir la voluntad opresora de sus patrones. Ahora ya no. Ellos se quedan en las asambleas hasta el final, defendiendo sus ideas y haciendo sentir su mayoría demográfica sobre la minoría de quienes ya tuvieron su oportunidad.

La reconfiguración identitaria de estos nuevos sujetos es sorprendente. Muchos abiertamente repudian su pasado político (en Honduras, la pertenencia a un partido político, es una cuestión cultural). Las iglesias (evangélicas y católica) perdieron feligresía porque las jerarquías (con pocas excepciones) defendieron y defienden el golpe de Estado. A la sacrosanta Fuerzas Armadas y a la Policía Nacional les gritan: “nos tienen miedo porque no tenemos miedo”. Los medios empresariales de (des)información se impacientan porque merma su audiencia. La religiosidad de la obediencia sumisa decrece, en una Honduras de la cristiandad.

Mientras esto ocurre, las espiritualidades de la resistencia emergen en espacios y circunstancias insospechadas, alimentando la creciente insubordinación insurgente. Nadie sabe a ciencia cierta qué forma tomará finalmente esta rebeldía hondureña, lo único cierto es que Honduras jamás será la misma de antes después de este despertar.

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