Por Luis Mattini
La Fogata
Si hay una disciplina bastardeada en la Argentina actual es la historia. Francamente está más bastardeada que la Política, que es mucho decir. ¿Exagero? Fíjese, a pesar de la extrema corrupción, no conozco ningún político que llegue a la megalomanía de autollamarse “estadista”. En cambio es común ver como los licenciados, doctores o profesores de historia se hacen llamar “historiador”. Igual que muchos graduados en filosofía se hacen llamar “filósofos”. ¿Es posible mayor megalomanía o mandada de parte?. Quizás en otra oportunidad podamos tratar en detalle de ese fenómeno, también comercial, hoy monopolizado por un talentoso comerciante del ramo, que no nombro para no contribuir a hacerle publicidad, quien al parecer, además de poseer un verdadero mercado de pulgas de la historia, la Biblia junto al calefón, ha tenido la virtud de crear entusiastas seguidores. Pero para lo que me interesa ahora, digamos que una de sus consecuencias de este manoseo es que autoriza a algunos graduados en historia, a simplificar la realidad con supuestas categorías propias de esa disciplina, las cuales suelen ser, en rigor, sólo frases más o menos ingeniosas.
La Fogata
Si hay una disciplina bastardeada en la Argentina actual es la historia. Francamente está más bastardeada que la Política, que es mucho decir. ¿Exagero? Fíjese, a pesar de la extrema corrupción, no conozco ningún político que llegue a la megalomanía de autollamarse “estadista”. En cambio es común ver como los licenciados, doctores o profesores de historia se hacen llamar “historiador”. Igual que muchos graduados en filosofía se hacen llamar “filósofos”. ¿Es posible mayor megalomanía o mandada de parte?. Quizás en otra oportunidad podamos tratar en detalle de ese fenómeno, también comercial, hoy monopolizado por un talentoso comerciante del ramo, que no nombro para no contribuir a hacerle publicidad, quien al parecer, además de poseer un verdadero mercado de pulgas de la historia, la Biblia junto al calefón, ha tenido la virtud de crear entusiastas seguidores. Pero para lo que me interesa ahora, digamos que una de sus consecuencias de este manoseo es que autoriza a algunos graduados en historia, a simplificar la realidad con supuestas categorías propias de esa disciplina, las cuales suelen ser, en rigor, sólo frases más o menos ingeniosas.
El caso que me ocupa es una nota publicada en La Fogata titulada: “Están los que quieren ver a Cristina en camisón”, en la que la autora comienza afirmando que una buena herramienta para entender la historia en movimiento es preguntarse a quien beneficia y a quien perjudica los hechos analizados. Esa forma de pensar, —¿Será eso un sofisma?— me cae igual a aquel juicio que decía que la verdad o error de un hecho social o político se verifica por los resultados.
¿A esa manera de razonar se la llamaba pragmatismo, creo? “Si funciona es bueno” decía un personaje de Jack London. Y es sabido que el pragmatismo es la filosofía estadounidense por excelencia ¿No? Sin embargo, lo que no siempre se tiene en cuenta es que esa filosofía impregnó también el stalinismo, a partir de la descontextualización de la expresa admiración de Lenin por el “sentido práctico norteamericano”.
Pues de ser así, quiero decir como propone la autora, si por ejemplo aplicamos esa herramienta de valorar a quien benefició y a quien perjudicó la praxis del Che y el PRT-ERP en las décadas del sesenta y setenta, estaríamos sonados, porque, según el PC, tanto la acción del Che en América como la del PRT-ERP en Argentina, perjudicaba al proletariado que se encontraba a la espera de la trascendencia de la revolución. Por algo el PC nos acusó de “pequeña burguesía desesperada” y de “agentes de la Cía”.
Sin embargo nosotros estábamos convencidos —y aún lo estamos a mucha honra—, que el condenado “foquismo” circunstancial de Guevara que supimos recoger y ejecutar “a la nuestra”, reflejaba la inmanencia de la acción, el sentir como propia la bofetada en el rostro hermano, aquí y ahora, no a la “espera” de la trascendencia de la revolución democrático burguesa, y a la “espera” de la revolución proletaria en un futuro por demás incierto.
Era el “en principio fue la acción” de Goethe, reemplazando aquel “en principio fue el verbo”. Las del Che y la nuestra eran la verdad de la acción y no la verdad del resultado, era la libertad como acto y no como estado. Corolario: la “verdad” fue la lucha, y en esa “verdad” ganamos lo que no nos pudieron quitar nunca a pesar de las torturas, las cárceles y los asesinatos. Porque nunca fuimos tan libres como en aquellos años, así como nunca perdimos tanto la libertad como ahora, en pleno Estado de Derecho, en pleno disfrute de las garantías políticas constitucionales. .
Pero claro, es evidente que estas consideraciones, —que se van de palos con los manuales de marxismo, más aún con los discursos populistas, ambos impregnados de liberalismo—, no son compartidas por las academias, ni ahora ni antes. De modo que debo dejar estas abstracciones que regían los corazones idealistas libertarios guevaristas y tomar el carril de sensatez materialista por el que se desliza el artículo que estamos comentando. Este carril tiene en común con los setentas el llamado a no ser “subjetivo”, no hablar al divino botón e ir a lo “concretito”. El culto a lo “concreto” es una de las peores herencias de los setentas, por lo tanto tengo mucha práctica en esa manera de analizar.
Allá vamos entonces, vamos a aplicar esa herramienta. Nos preguntaremos “en concreto” a quien beneficia la política del gobierno actual y a quiénes benefició la política de Perón en los cincuenta.
Primero lo actual: como lo actual está lejos de ser historia, tengo la misma autoridad que la autora para transmitir mi lectura de esta realidad. De modo que empiezo afirmando que la destrucción de la agricultura por el monocultivo de soja, los estragos en regiones enteras de la Cordillera de los Andes por la depredación de minería a cielo abierto, los combustibles y sus industrias afines, más el privilegio a la industria automotriz que hace cada vez más invivibles las grandes ciudades; todos estos componentes esenciales del modelo productivo heredado del menemismo, pero fuertemente impulsado por el actual gobierno una vez establecida la gobernabilidad que logró Duhalde después de la crisis del 19 y 20 de diciembre. Este modelo productivo beneficia en primer lugar a los inversores en esos rubros... salpica con sus migajas a los asalariados ocupados en ellos, claro está...ah... y también nos beneficia a los empleados del Estado Nacional porque los ingresos fiscales obtenidos permite al gobierno pagarnos regularmente los salarios. O sea que yo soy uno de los beneficiados. . . sólo en el sentido de afortunado trabajador del Estado, como veremos en seguida.
Porque los perjudicados son en primer lugar los campesinos o la población rural desplazados, sea por la soja o por la minería, transformados en “pobres de la ciudad”, hacinados en las villas de emergencia. Luego cientos de miles de trabajadores. Desocupación y precariedad laboral y los constantes bajos salarios propios de un país que avanza hacia el monocultivo y la monoprodución. Por otra parte, la ausencia de una enorme masa de ciudadanos sin poder de consumo perjudica a un gran sector de la real clase media, es decir, al pequeño comercio. Luego el conjunto de la población —y en esto me incluyo, a pesar de ser uno de los beneficiados por los recursos del Estado— que padecemos la destrucción de los ferrocarriles, transporte públicos calamitosos, falta de hospitales, escuelas, premios a los barrabravas en vez de a los buenos estudiantes, y en general la pérdida de todos los beneficios del estado de bienestar, porque una parte los dineros que deberían dedicarse a eso, se adjudican a contener miserablemente a la masa de desocupados que fabrica este modelo. Pobres, pero contenidos. No debe olvidarse que desde hace más de un lustro, el país ha tenido los mayores ingresos de las últimas décadas.
Como si todo esto fuera poco se corre el riesgo de caer en una de las peores dependencias: el peligro de perder la soberanía alimentaría no es una expresión de los extremistas militantes de la ecología.
Como si todo esto fuera poco se corre el riesgo de caer en una de las peores dependencias: el peligro de perder la soberanía alimentaría no es una expresión de los extremistas militantes de la ecología.
Respecto a la “época de Perón”, que ya es historia, debo confesar que voy a permitirme opinar como un aficionado a la historia, que es una de mis mayores pasiones. Pero aprendí a seguirla más por el lado de la literatura ficción que por los sesudos papeles. “El 93” de Víctor Hugo es una insoslayable pintura de la Revolución Francesa, así como “Santa Evita” de Tomás Eloy Martinez, transmite mucho más sobre la figura de Eva Perón, que las toneladas escritas por los curanderos sociales.
Pero además, en este caso, tengo la ventaja de la edad, Viví la época. La gocé en lo económico y social; la sufrí en lo político-cultural. (Precisamente por el aspecto “político-cultural” ni soy peronista ni hago la apología de Perón, aquí intento testimoniar con “objetividad”) Por otra parte rechazo ese alarde de “ver con mis propios ojos” como supuesta garantía de verdad. Pero ya he aclarado que aquí me he puesto en el mismo carril y por lo tanto uso a desgano ese elemento clásico del simplismo de la historia que se utiliza creyendo en la superioridad de la “objetividad” del testimonio frente a otros recursos investigativos.
Si tanto valor tiene el testimonio, aquí va: me consta por “haberlo visto con mis propios ojos”, que los grandes beneficiados del peronismo clásico fueron , la clase obrera industrial, tanto por los beneficios materiales como, sobretodo, por su dignificación social; luego la llamada burguesía nacional, los asalariados en general, en especial los olvidados obreros agrarios, el memorable “estatuto del peón”. Respecto a los “perjudicados” (relativamente, claro, tan relativo que podríamos hablar más bien de los “molestados”) fueron los capitales ligados al extranjero, la oligarquía agraria, en cierto modo la clase media, porque si bien recibió los beneficios materiales que disfrutó toda la población, “perdió” “status social” al quedar igualada a la clase obrera, con la que tuvo que compartir casi sus mismos espacios. Ni hablar de las obras públicas emprendidas por el Estado en esa época. No me alcanzaría la Página completa para enumerarlas.
¿Que eran otros tiempos? ¡Pare!, ¡pare!, no me cambie el sujeto en discusión. No estamos analizando las causas, sino rebatiendo una disparatada comparación de la autora, cuando compara al próspero matrimonio Kirchner con el estadista Juan Domingo Perón. Con esto quedan claras las diferencias que ponen en evidencia el error de la autora cuando escribe: “El gobierno actual y el del período anterior de Néstor Kichner es hasta ahora la expresión aggiornada de lo que planteaba el peronismo de los años 40 / 50”. Al menos que se entienda que “aggionar” quiere decir hacer lo contrario.
Aclarado esto también puedo opinar cambiando ese sujeto y hablar un poco de las causas.
Si, eran otros tiempos. Tiempos de grandes avances del Movimiento Obrero, tiempos de revolución. Tiempos en que el capitalismo oponía al peligro comunista, el Estado de Bienestar, asunto este que fue la razón de ser de un coronel convertido en sagaz político.
¿Que Perón gozó de mayores recursos? Pues esto es al menos discutible o al menos se puede hablar de valores relativos. No se debe olvidar que el Gobierno de Perón no sólo repartió parte de la riqueza acumulada por medio de la suba de los salarios, sino que, sobretodo, dio un formidable impulso a la industrialización ligada al mercado interno como eje del modelo productivo. ¿O acaso no sabe que durante esa década no existían los “planes trabajar” o los llamados “jefas y jefes” sino plena ocupación con gran impulso al mercado interno. ¿Algún parecido al modelo actual? ¿Sabe que si Ud habla de “mercado interno“ lo tratan de “cursi” o de “nostálgico” del 45? ¿No me cree? Pregúntele a Pino Solanas. Podríamos imaginar que quizás a Cristina no le alcancen los recursos para construir 100 hospitales y 1000 escuelas ni un “tren bala” Pero bien podría hacer 10 hospitales, 100 escuelas y poner en marcha el sistema ferroviario ya existente. Desafío a los economistas a que hagan uso de sus saberes y realicen un estudio comparativo serio, porque a ojo de buen cubero, se podría vislumbrar que los recursos pueden compararse.
Bien, la autora, que paradojicamente es presentada como “historiadora”, acude a la difunta “burguesía nacional” ¿No se enteró que un rasgo de la llamada “globalización” es la desaparición de la famosa “burguesía nacional”, la que en parte fue destruida y en una parte muy importante se convirtió en gran burguesía sin fronteras? Si somos tan “concretitos” habría que ponerle nombre y apellido cuando se habla de esa clase. ¿Se referirá a Amelita Fortabat, a los agronegociantes, a los productores de glisofato, a los Macri, a los Roca, a Bunge y Born, a los ganaderos? A lo mejor se refiere a Página 12 o al almacenero de la otra cuadra, porque no puedo creer que se refiera al empresario Moyano.
No ya como testigo sino como lector de pensadores, como reflexión propia, digo que el llamado neoliberalismo, globalización, y todas esa modas lingüísticas, no es más que la expresión de la consumación de la hegemonía mundial del capitalismo. Sin dudas que, cumplida esa hegemonía, parece haberse iniciado una nueva etapa de consolidación de la misma que necesita de un nuevo modelo de dominación política todavía no acabado, Es por eso que a los nuevos gobiernos latinoamericanos se los califica de post-neoliberalismo, sin especificar cuáles son sus rasgos: ¿Capitalismo vegetariano?,¿Transición al socialismo?, ¿País vivible?, ¿Monarquía socialista?
Finalmente lo que resulta más insoportable es el maniqueísmo que dicta: o con Cristina o con la “derecha”. O este gobierno o las “camarillas opositoras”. Que yo sepa lo contrario a derecha es “izquierda”. Y es cierto que la izquierda está en el punto mas bajo de prestigio en su historia a punto tal que se ha perdido el sentido de la palabra, pero aun así, no me parece que a Cristina pueda calificársela de izquierda, y si en cambio puedo observar que la camarilla gobernante no tiene nada que envidiar a la “camarilla opositora”, empezando por sus aliados de los cuales el empresario automotriz Moyano es paradigmático.
Y esperando ya oír el calificativo de “bipolar”, regreso a mis especulaciones subjetivas y a mis impulsos inmanentes, negándome a caer en la propuesta de Fausto, pagar la libertad del cuerpo con la entrega del alma.
** Están los que quieren ver a Cristina en camisón
Irma Antognazzi
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