jueves, 11 de marzo de 2010

Unidad, teoría y praxis

Por Ricardo Arturo Salgado Bonilla

Rebanadas de Realidad.- Tegucigalpa, 10/03/10.- Entender las diferencias entre los diferentes movimientos políticos de la izquierda latinoamericana es una tarea sumamente compleja. Es muy probable, que tome toda una vida el análisis de las condiciones que llevaron a niveles casi irreconciliables de desunión, sin poder identificar las contradicciones que generan este mal.

El problema fundamental que nos toca enfrentar, es que mientras estos movimientos políticos mantienen posiciones anquilosadas por varias décadas, el desarrollo de la historia ha mantenido su dinámica, y las leyes dialécticas que la rigen no han cesado ni un solo instante de funcionar. Encontramos entonces, una profunda incompatibilidad entre la teoría y la práctica revolucionarias en nuestro continente.

Desde que se produjeron fisuras ideológicas a mediados de los años 50, producto del carácter irreconciliable de los intereses entre naciones socialistas, la rivalidad adquirido formidables dimensiones. Para servir diversos intereses, se han creado verdaderos monstruos teóricos e ideológicos, bautizados de muchas maneras distintas, que han contribuido de manera decisiva al estancamiento de las luchas populares en el continente.

Este proceso de dogmatización de la teoría científica de la historia, aunque muchos por conveniencia le hacen el juego a la derecha tratando de quitarle el carácter científico, ha magnificado y enraizado contradicciones que hoy bloquean abiertamente la posibilidad de enfrentar efectivamente a los adversarios naturales de los pueblos. Poco a poco, los movimientos políticos de izquierda, han abandonado sus posiciones al lado de aquellos por quienes proclaman su lucha.

Ante esta situación, los movimientos sociales han ido ganando protagonismo en los procesos de transformación de las sociedades en el continente. Esto presenta inconvenientes que resultan claros a la hora de definir estrategias y tácticas unificadas para enfrentar el reto de tomar el poder político en nuestros países.

Además, en un escenario de amplia diversidad de intereses sectoriales; el deseo de resaltar asuntos vinculados con la naturaleza de cada grupo particular, genera interminables discusiones sobre posiciones redundantes, y muchas veces desencuentros insuperables. Las experiencias electorales en países sudamericanos donde asumieron gobiernos progresistas, mostraron movimientos sociales muy fortalecidos y organizados, y movimientos políticos con poca o ninguna capacidad de reacción rápida.

La ventaja innegable de los movimientos sociales radica en su permanente contacto con las bases, y por lo tanto, mayores posibilidades de construcción real de poder. Desde esta posición, la unidad es un objetivo más tangible y alcanzable. El cambio de escenario en esta construcción de poder, de los movimientos políticos a los movimientos sociales, presupone que los primeros, eventualmente, asumirán responsabilidades dentro del ambiente unitario.

Sin embargo, la transición en los movimientos sociales, de las luchas reivindicativas a la decisión de buscar la toma del poder político, requiere de liderazgos claros, firmes, determinados y políticamente comprometidos con los intereses de todo el pueblo. Este liderazgo es fundamental, debido principalmente a que la organización que aglutina a todos los movimientos sociales está obligada a asumir posiciones frente a la realidad nacional en primer plano, sin que esto vaya en menoscabo de la importancia de la reivindicaciones de sus miembros.

Es importante entender que los movimientos sociales y políticos, no son mutuamente excluyentes, por el contrario, frente a condiciones y coyunturas políticas que requirieran de reacción rápida, la vía más expedita para encontrar las respuestas adecuadas se encuentra en la interconexión de las acciones de ambos, sin olvidar que los movimientos políticos tienden a ser más estáticos en razón de sus fuertes compromisos y arraigo.

Planteado así, el problema de la unidad latinoamericana, pasa por la construcción de una base sólida constituida por los movimientos sociales, la construcción de poder con miras a asumir la dirección del estado, mientras los movimientos políticos mantienen posiciones de estudio sobre puntos coincidentes de acción entre ellos, y la toma de resoluciones que les permitan estar a la altura de la dinámica de los pueblos.

En ningún caso los movimientos sociales deben rehuir la responsabilidad de adoptar posiciones políticas congruentes con el desarrollo histórico, aún cuando esto implique la búsqueda del poder político; a final de cuentas la práctica política forma parte de su actividad permanente. Debe tenerse en cuenta que es muy probable que todo el desarrollo revolucionario dependa del impulso que se tenga en el seno de los movimientos sociales; sin que esto reste importancia a los movimientos políticos.

La experiencia también nos ha venido enseñando que el escenario político electoral es una vía factible para que los pueblos puedan aspirar a maximizar su representatividad y participación en la toma de decisiones fundamentales para el desarrollo de sociedades más justas. En consecuencia, ningún movimiento, sin importar su naturaleza, debe temer su inserción en disputas electorales dentro del marco del derecho burgués. Por el contrario, debe considerarse a esta como una de las formas fundamentales de acceder al control del estado.

Bajo ninguna circunstancia puede un frente de agrupaciones sociales y políticas, separar las luchas populares de la lucha electoral. Todo movimiento es en esencia político, y la vía electoral necesariamente una de sus alternativas; hacer consideraciones en otro sentido, puede significar un error gravísimo frente a la agresividad y voracidad de los partidos de derecha. Entiéndase que nuestro objetivo común final, y más importante, es la toma del poder; de otro modo no tenemos ninguna opción de incidir definitivamente sobre nuestro futuro.

Finalmente, debe tenerse en cuenta que no puede sacrificarse la teoría revolucionaria en nombre del pragmatismo. Ningún proyecto sin teoría llega a buen puerto, y no hay teoría que sirva sin la praxis necesaria. Así pues, las condiciones esenciales para la victoria radican en tres elementos fundamentales: la unidad, la teoría y la praxis.

Asumir con responsabilidad el reto de construir la interrelación de estos tres elementos, constituye el desafío más importante que se ha presentado ante los pueblos de la América latina durante toda su historia; incluso más importantes que los procesos independentistas del siglo XIX. Por eso, y sin soslayar el significado de la impresionante agresión imperialista en el continente, la clave del éxito en nuestras luchas esta en nuestras manos.

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