viernes, 19 de marzo de 2010

EL PODER DEL GENOCIDA‏

¡¡Êramos tan pobres¡¡

Ese estado de situación no referido a la opulencia o a la pobreza material nos impone la cruda realidad. Nos señala duramente que honrar la vida no es asunto que abunde en estos pagos. Que nadie quiere hacerse cargo de tanta ensoberbecida desmemoria.

Y desde esa pobreza del valor estalla en tribunales el discurso amenazante de un asesino que habla en nombre de la República , que se enorgullece de sus crímenes y sabe que no está solo. Expresa que hoy más que nunca, con ese olfato criminal que lo caracteriza, tiene nuevos compañeros de ruta. Esos que en nombre de la maldita y artera reconciliación invitan a querer a los asesinos.

Y eso lo sabe bien Jorge Rafael Videla. Tienen poder y esperan.

Sabe esta acanalla que la restauración galopa por despachos eclesiales, camina por los pasillos de la Jefatura de la ciudad de Buenos Aires, que las palabra golpe y desestabilización destilan nostalgia y se naturalizan.

Que el Poder Legislativo se ha convertido en una banda de cobardes. Que fuerzas políticas por izquierda y por el centro izquierda alegran a la derecha que los transformó en la “santa oposición”. Una antipatria “presentable”. Que no necesita uniforme de combate. Y esa es la "estrategia" de la conspiración. Sectores neofascistas traman con sectores oligárquicos locales y transnacionales dar el golpe final al gobierno constitucional argentino.

Y la historia es implacable.

Nunca fue tan explícita la complicidad de las mayorías privilegiadas y de la clase media con la más feroz dictadura instaurada en la historia del pueblo argentino. La Dictadura Militar de 1976.

La explosiva maquinaria de muerte que funcionó en el país a partir del golpe de estado de 1976 hubiese sido imposible de implementar sin la participación activa de distintos sectores de la sociedad. Las corporaciones económicas y la gran burguesía no sólo sabían del plan de matanzas que llevaba a cabo el gobierno de Videla sino que en muchos casos sectores oligárquicos, dueños de ingenios, empresarios de multimedios colaboraron activamente delatando familias , entregando a los verdugos comisiones internas de trabajadores. Los grandes centros de exterminio se hallaban situados en el corazón de las grandes ciudades, a lo largo y ancho del país. La voz de orden era mirar para otro lado.

La sociedad civil argentina actuó en esos años con tal grado de indiferencia frente a la barbarie que se impuso a si misma la complicidad de su criminal silencio.

El sadismo y el grado de brutalidad demostrado de los campos de exterminio superaba el alcance de las órdenes superiores. Jóvenes, mujeres y ancianos eran asesinados después de haber sido rebajados a una condición infrahumana a través de la tortura. Los niños alumbrados por las parturientas secuestradas eran canjeados como botín de guerra por los dueños de vida.

No obstante, el enorme grado de responsabilidad y culpabilidad que pesa sobre su historia, los representantes del poder económico que se escondían detrás de los uniformes militares no pagaron sus culpas y sólo un puñado de asesinos conocen el “rigor” de los tribunales que les siguen ofreciendo más premios que castigos..

Alojados en cárceles VIP y con juicios interminables forman asociaciones ilícitas ante la complacencia de la mayoría de los jueces.

Hoy en estos últimos dos años hemos visto el verdadero rostro de la ferocidad. Una sociedad llena de odio, de miseria, de venganza contra los más pobres, volviendo a la dicotomía siniestra de CIVILIZACIÓN O BARBARIE. La hipocresía y la mentira dominan los relatos. El fascismo crece en proporciones geométricas. El monopolio dimensiona o no a sus jugadores. Les reprocha a sus legisladores que aún no se consume la traición. El golpe aún espera.

La derecha cobra vida en nuestro país con otros apellidos. Hizo suyos los símbolos que defendieron con coraje nuestros patriotas. Transfirieron su discurso de defensa de sus propios intereses a los mediocres.

El genocida levanta la voz en nombre de más que muchos. Y es nuestra tarea militante, en nombre de nuestros compañeros muertos y desaparecidos, decirle a nuestro enemigo principal, firmemente:

A USTEDES ASESINOS NI JUSTICIA.

veca muelle

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