lunes, 8 de marzo de 2010

La espada de Bolivar, Alerta que camina... por América Latina

Carlos Fonseca

Está de moda como una chillona canción de farándula, decir que la izquierda en América Latina se ha detenido en su avance luego del renacimiento revolucionario que comenzó con el nuevo milenio y el inicio de la Revolución Bolivariana en Venezuela; o peor aún, que está retrocediendo. Los compradores al por mayor de este nuevo producto de la industria mediática global son ciertos intelectuales de izquierda propensos al derrotismo (para variar) o que por lo menos convierten posibles estados depresivos en teorías sobre la coyuntura continental. Como fundamento de la tesis del estancamiento o retroceso de la izquierda se mencionan los triunfos electorales obtenidos por ciertas fuerzas de derecha contra otras fuerzas de derecha más moderadas que son presentadas como de izquierda para tener a una izquierda derrotada que presentar; tal como ha ocurrido con los resultados de los recientes procesos electorales de Panamá y Chile. Algo que goza de mayores credenciales en este sentido (por invocar los espantos dictatoriales de épocas pasadas), es el pírrico triunfo en Honduras – y único verdadero (si cabe el término) de la derecha en América Latina – de un golpe de Estado gracias al cual se logró en un plazo más breve y con mucha mayor efectividad, el mayor objetivo posible que podría haberse planteado la hasta entonces desarticulada izquierda en ese país con la convocatoria a la cuarta urna y la Constituyente, ante la cual fue precisamente que la derecha hondureña sentó ese precedente funesto para la democracia en el continente, pero a la vez un boomerang para su orquestadora, una oligarquía local atrasadísima cuyo festín de siglos nunca había sido perturbado por rebeliones populares hasta que ella misma provocó la primera al tratar de evitarla como si de ahuyentar un fantasma se tratara; y el fantasma cobró vida, porque no habría habido cuarta urna ni constituyente que lograra con semejante contundencia y en tan corto tiempo, convocar y comenzar a articular una fuerza popular y de izquierda tan vigorosa como la que actualmente existe en Honduras, donde sólo es cuestión de tiempo (el implacable, para decirlo con Pablo Milanés) que esa fuerza se convierta en una nueva revolución en marcha. Por lo demás, aún sin el golpe (con cuarta urna o sin ella) de todas maneras Mel Zelaya tendría que haber terminado entregando el gobierno a un Presidente de derecha que podría haber sido incluso, el mismo Porfirio Lobo, o en su lugar el candidato de los liberales, Elvin Santos, tan de derecha como Lobo o Micheletti, a quien derrotó por amplio margen en las elecciones primarias del Partido Liberal, a pesar del apoyo de Zelaya a cambio de que el Congreso aprobara la Ley de Participación Ciudadana, que fue introducida por el propio Micheletti. Cosa curiosa, en las filas de la derecha frecuentemente los que terminan dirigiendo los golpes de Estado son personajes oscuros y pusilánimes, que no se muestran de acuerdo con el mismo desde un primer momento, se deciden a la acción hasta última hora y luego asumen una conducta radicalmente contrarrevolucionaria para borrar ante los suyos su anterior imagen de vacilantes. Recuérdese que así sucedió también con Pinochet y Franco.

En el caso de Chile, si se toma a Eduardo Frei como de izquierda – tal como pretenden quienes presentan la derrota de la Concertación como una derrota de la izquierda – entonces ésta habría tenido en la primera vuelta de las recién pasadas elecciones el 55.94% (resultado de la suma de los votos de Frei – 29% –, Marco Enríquez-Ominami – 20.13% – y Jorge Arrate – 6.21% –), es decir que tendría consigo a la mayor parte del electorado, aunque con el voto dividido. Pero no es así, y la izquierda en Chile no fue desplazada del poder, porque no lo tenía. Independientemente de cuál sea su ideología oficial, el Partido Socialista de Chile ha estado participando (presidiendo dos de los cuatro gobiernos de la Concertación) en la administración del modelo neoliberal, sin ninguna diferencia importante de como lo ha hecho su aliado el Partido Demócrata Cristiano; y por eso, el electorado de izquierda que generalmente ha votado por la Concertación como el menor de los males, no quiso seguirlo haciendo y menos aún, por un candidato del sector más a la derecha de esa alianza política que cometió el inconcebible error de lanzar esta candidatura cuando sabía que el voto de izquierda con el cual ha contado siempre, ya no lo tenía seguro. La candidatura presidencial del diputado socialista disidente Marco Enríquez-Ominami apoyada por el popular senador también socialista disidente Alejandro Navarro, y la candidatura más públicamente de izquierda, de Jorge Arrate (también socialista disidente) constituyen la más clara expresión electoral de este fenómeno. Hay quienes sostienen que la izquierda chilena no podía unirse frente a un gobierno tan dual e indefinido como el de la Concertación, pero que lo hará sin duda frente a uno de extrema derecha, como el que está a punto de asumir en Chile. Según moros y cristianos, la novedad más importante de las recién pasadas elecciones es el regreso de los comunistas al Poder Legislativo con tres diputados, producto del pacto que en la boleta para estos cargos se dio entre la Concertación y la alianza Juntos Podemos, encabezada por el Partido Comunista que de esta manera, logró romper la exclusión de la que es víctima producto de la actual Constitución, redactada por el mismísimo Pinochet (ni siquiera eso se pudo cambiar en veinte años de gobiernos de la Concertación).

El colmo de los argumentos que presentan quienes plantean la existencia de un estancamiento o retroceso de la izquierda en América Latina, es aquel según el cual la Revolución Bolivariana en Venezuela está en peligro. Para comenzar, una revolución dejaría de serlo si deja de estar en peligro, pues se trata de cambios que afectan (favorable o desfavorablemente) los intereses de cuya defensa o perjuicio han surgido siempre nada menos que las guerras; y por tanto hacen entrar en efervescencia (a favor o en contra de los cambios en cuestión) a toda la sociedad. Una de las características de las revoluciones es que la mayor parte del tiempo, la mayor parte de la gente no permanece indiferente ante ellas: está a favor o en contra, aunque no siempre actúe en consecuencia. Y debido a lo complejo que es el cambio civilizatorio como destino del rumbo socialista que toda transformación revolucionafia de la sociedad tiene en el capitalismo y a la antes contradictoriamente subestimada importancia del factor subjetivo en lo que es eminentemente un proceso de construcción social consciente, el mayor peligro de toda revolución se encuentra dentro de ella misma. Pero la Revolución Bolivariana avanza, y entre las que se encuentran en marcha a partir de la llegada de Chávez al gobierno en 1998 es la que más lo ha hecho, logrando dar inicio ya al cambio en las relaciones de producción, esencia de la transformación revolucionaria de la sociedad por serlo principalmente de la conciencia debido a que ésta surge de aquéllas por ser la producción de bienes materiales el fundamento de la existencia de la realidad social. En la construcción del socialismo las relaciones de producción se cambian en su forma mediante la socialización de la propiedad, en el caso de la Revolución Bolivariana – y con ella, en el socialismo del siglo XXI – por la vía de la democratización económica de la sociedad a través de la promoción de los sectores populares de la economía y su fortalecimiento frente al sector privado tradicional, que continúa existiendo pero subordinado a un nuevo orden de cosas que responde a intereses contrarios a los suyos, lo cual no significa que no pueda continuar teniendo privilegios económicos en aras del desarrollo de las fuerzas productivas; pero ateniéndose a reglas del juego que no son las que quisieran los propietarios privados tradicionales, quienes sin embargo podrán seguir siéndolo (con las ventajas económicas que eso significa) siempre que acepten su condición estratégicamente subordinada en una situación en la que el protagonismo de la vida social ha pasado a manos de las clases populares. La expresión concreta de estos cambios (que son los más importantes en una revolución cuya meta es el socialismo como primera fase del cambio civilizatorio) son las nacionalizaciones y expropiaciones en general de aquellos medios de producción que por su naturaleza no pueden ser privados en el socialismo y aquellos cuyos propietarios pretendan violentar el nuevo orden jurídico, unidas al apoyo crediticio, tecnológico y organizativo a las expresiones empresariales populares de tipo asociativo, colectivo, cooperativo y comunitario, tomando como válidas para la socialización de la propiedad tanto la vía estatal como aquella que trae consigo el surgimiento de lo que el sociólogo nicaragüense Orlando Núñez llama los nuevos sujetos económicos populares, que beneficiándose a sí mismos benefician al nuevo sistema basado en la cooperación y la solidaridad, y sustituto del anterior, basado en la explotación y la opresión. El control social de la gestión económica y de la producción por los trabajadores constituye, en este caso, parte del contenido de tales transformaciones cuya forma está en los procesos arriba mencionados, y cuyo sustento para la creación de la nueva conciencia social sin la cual es imposible construir el socialismo, está parcialmente en la creación de los mecanismos mediante los cuales las clases populares ejercen el poder de forma directa, sin intermediarios; pero con conducción política – eso sí, abierta y horizontal como las circunstancias históricas y la experiencia socialista anterior indica que debe ser ejercida en aras de su efectividad como actividad revolucionaria–.

Pero esto no tendría posibilidades de avanzar si no fuera por la participación protagónica del pueblo y su motivación a favor de los cambios revolucionarios, lo cual es imposible de concebir sin la interiorización de esos cambios como propios por las clases populares (presentes o futuros, pero sobre todo presentes en un primer momento); lo cual se ha logrado con ayuda de la gran cantidad de programas sociales (las misiones) que no solamente resuelven problemas concretos, sino que hacen de las clases populares en defensa de cuyos intereses se hace la revolución, protagonistas de ésta, que debido a su naturaleza misma no se puede concebir sin esta condición. Tales programas sociales constituyeron en una primera etapa (como ocurre aún en Bolivia, Ecuador y Nicaragua) el eje central del proceso de cambios cuyo objetivo es la sustitución del capitalismo por el socialismo (bolivariano, comunitario, ciudadano, sandinista, cristiano o como se le quiera llamar – todas estas denominaciones son tan válidas como al mismo tiempo, específicas de cada realidad y expresiones de un mismo proyecto común que es el socialismo del siglo XXI –, pero surgido de la propia realidad que mediante su instauración se pretende transformar de manera revolucionaria). De manera pues, que con la sola excepción de la Revolución Cubana, la Bolivariana de Venezuela es sin duda el proceso que ha logrado avanzar más y con mayor celeridad en América Latina, debido a que fue el primero de la nueva oleada revolucionaria y a los providenciales recursos económicos (ese señor rudimentario que nos dará la absolución, diría Silvio Rodríguez) provenientes de la existencia de grandes cantidades de petróleo bajo el suelo venezolano y de los precios que el llamado oro negro ha llegado a tener, enhorabuena para la Revolución Latinoamericana y aunque por ello se tenga que sufrir en otros aspectos.

¿A qué se refieren pues, quienes pretendiendo advertir el peligro para la Revolución Bolivariana, no hacen más que invocarlo con su contraproducente alarmismo? En primer lugar, a la corrupción heredada del anterior orden de cosas que se pretende cambiar, y la lucha contra la cual forma parte de las tres erres con que se está relanzando el proyecto revolucionario bolivariano: revisión, rectificación y reimpulso; sucede sin embargo, que los niveles de corrupción actuales no son ni la sombra de los que había antes, pero ahora son más notorios precisamente porque son más contradictorios con la situación actual, caracterizada por la existencia de un proceso revolucionario en marcha. Se refieren también a los problemas relacionados con la crisis energética que ha llevado al racionamiento de la luz y que ha sido provocada principalmente por el fenómeno climático conocido como el Niño (agravado por la falta de inversión en la industria hidroeléctrica en años anteriores al inicio de la Revolución) y a lo cual el gobierno venezolano está respondiendo con inversiones en energía termoeléctrica para que el suministro energético no dependa del clima. Otro problema que se menciona es el desabastecimiento provocado intencionalmente por la empresa privada y espontáneamente por los especuladores, más el aumento del poder adquisitivo sin las medidas organizativas correspondientes, frente a lo cual ha sido necesario el control del abastecimiento de alimentos y de sus precios para que toda la población tenga acceso a ellos, y a nivel estratégico parte de lo que se conoce com la siembra petrolera, que consiste en dejar de depender exclusivamente de la exportación de petróleo, invirtiendo las ganancias obtenidas por ésta en la producción y elaboración de otros productos tanto para la exportación como para el consumo interno, lo cual incluye alcanzar la autosuficiencia y soberanía alimentaria. Y por último, una situación de la que se hace mención con frecuencia cuando se habla de los problemas que enfrenta la Revolución en Venezuela, y que es tan heredada del pasado como la corrupción: la inseguridad ciudadana, y nada mejor que una Revolución para resolver este problema, ejemplo de lo cual es Nicaragua, que gracias a la Revolución Sandinista pasó a ser el país más seguro de Centroamérica para no dejar de serlo a pesar de los dieciséis años siguientes de neoliberalismo tras una década de cambios revolucionarios en los años ochenta, destacándose el hecho de que siendo Nicaragua un país muy pobre y en una etapa de postguerra, no hayan aparecido fenómenos delincuenciales tales como el secuestro o las maras que tanto abundan en países cercanos. De igual forma, la Revolución Bolivariana está enfrentando el flagelo de la delincuencia con el pueblo organizado, pero también con las políticas sociales y la transformación del país y de la conciencia social, que son la única manera de resolver ese problema.

No se crea que se quiere aquí considerar necios a los que señalan el peligro o critican; por el contrario, la necedad consistiría en pretender no ver el peligro ni los problemas. Pero una cosa es eso, y otra decir que la izquierda va de retroceso porque existe ese peligro y esos problemas; esto ocurriría si no hubiera conciencia de ello y no se estuvieran haciendo cosas concretas para ahuyentar el peligro y resolver los problemas (como las está haciendo la Revolución Bolivariana y al frente de este esfuerzo, convocando a él su carismático líder, el Presidente Chávez). Por otra parte, no se debe confundir el lamentable derrotismo de un Heinz Dieterich Steffan, con la preocupación genuina y el llamado a ver las cosas con mayor realismo y profundidad, de un José Vicente Rangel y del mismísimo Hugo Chávez, siguiendo los pasos de su maestro y líder moral de todos los revolucionarios consecuentes del mundo, Fidel Castro cuando promovió en Cuba el demasiado poco conocido proceso de rectificación de errores y tendencias negativas a finales de los años ochenta. Volviendo al tan respetado y apreciado por quien escribe, Dieterich Steffan, ocurre que como todos los de su oficio está especialmente expuesto a contraer la enfermedad que con frecuencia afecta a los intelectuales revolucionarios (que son algo así como olmos dando peras, en el lenguaje con que se refería el Che a este tipo de problemas): el síndrome del librepensador pequeñoburgués, que confunde la crítica como instrumento de transformación revolucionaria, con un medio de desahogo intelectual; en su caso es de esperar que rectifique su forma de llamar a la rectificación al percatarse seguramente con mucha tristeza, pero también con la agudeza que le caracteriza, de que quienes antes lo censuraban ahora le abren las páginas de sus diarios y revistas, y le ponen a la orden sus micrófonos, dándole un rinconcito en sus altares (volviendo ahora inevitablemente a Silvio). Es demasiado notorio para que alguien con su capacidad de análisis no lo note.

Pero hay algo más: Si hubo un momento en que la Revolución Bolivariana estuvo expuesta al peligro de su eventual destrucción inmediata en dependencia de las circunstancias que se presentaran, fue cuando no contaba con una vanguardia organizada para la conducción del proceso revolucionario. Si hay consenso acerca de que la construcción del socialismo es un proceso consciente y organizado, debe haberlo acerca de la necesidad de que la parte de la sociedad que – debido al desarrollo desigual, irregular, no uniforme ni en avance constante de la misma – ha adquirido antes que el resto un mayor nivel de conciencia sobre la necesidad histórica (no se confunda con inevitabilidad) de la revolución socialista, debe organizarse y mantenerse unida para actuar de forma efectiva; si a eso no se le quiere llamar vanguardia, ya sería quizás un problema semántico. Si a esa, que es la expresión política organizada de la revolución, no se le quiere llamar vanguardia por no ser cerrada hacia afuera y vertical hacia adentro, sino abierta y horizontal respectivamente (tal como las circunstancias y experiencia históricas lo demandan, como se ha dicho antes), también es ya una discusión de otro tipo; lo más importante en todo caso, es ponerse de acuerdo en que esa organización política debe existir y actuar en base a todo aquello que mantiene unidos a sus integrantes para que el proceso revolucionario tenga consciencia de sí mismo y sepa hacia dónde va, y cómo avanzar. Pero ahora la Revolución Bolivariana cuenta con ese instrumento organizado – o al menos, ya lo está construyendo (con celeridad, audacia y originalidad) – sin el cual es impensable potenciar a favor de la revolución la ya mencionada importancia del factor subjetivo en la construcción del socialismo, ignorada por el marxismo dogmático de la escolástica soviética cuyo advenimiento fue intuido por Lenin y planteado por él entre líneas en su testamento político, como un peligro; él, que no por casualidad fue precisamente un maestro del factor subjetivo, igual que por las mismas causas lo fueron también Gramsci, Mao y el Che, posiblemente los mayores teóricos del marxismo posteriores a Lenin (e igual que él, dirigentes revolucionarios e intelectuales orgánicos – y orgánicamente vinculados a la lucha revolucionaria concreta y directa, es decir a la práctica (no en balde Gramsci prefería llamar filosofía de la praxis al materialismo dialéctico), y no intelectuales de oficio, sin que esto sea una descalificación a quienes lo son (pues por el contrario, su trabajo es no sólo una actividad legítimamente revolucionaria, sino indispensable para la revolución); siendo en cambio por tanto, un llamado de alerta sobre (ahora sí) el peligro permanente al que se enfrentan muchos de aquellos a quienes parece gustarles mucho descubrir peligros inminentes como presagios de seguros fracasos o como diagnósticos de derrotas, retrocesos o estancamientos; y no deja de ser explicable este comportamiento: las buenas noticias no venden libros ni imágenes eruditas –.

En Ecuador, Bolivia y Uruguay los resultados electorales hablan por sí solos, como han hablado siempre (por cierto) en Venezuela, donde la única elección que ha perdido la izquierda (de un total de 17 procesos electorales desde que Chávez llegó a la Presidencia en 1998) es la del referendo constitucional en 2007, por escasas décimas; una votación por lo demás, complicada y en la que se combinaban muchas propuestas sobre temas diferentes (sin embargo, el tema relacionado con el derecho del pueblo a la reelección del Presidente y de todos los cargos de elección popular – que era parte de esas propuestas – ganó dos años después con el 54.36% de los votos). En Ecuador, Correa ganó en 2009 con el 51.99% de los votos contra el 28.24% de su principal oponente, que curiosamente fue Lucio Gutiérrez, el ex militar que había ganado años atrás la Presidencia con un discurso de izquierda prometiendo cambios sociales que luego no ocurrieron, tratando de aparecer como lo que la derecha llama la izquierda decente, la izquierda cuya principal virtud – según un editorial del vocero de la oligarquía en Nicaragua (el diario La Prensa) – es no ser izquierda verdadera; y terminó huyendo en helicóptero de la sede de gobierno en Quito, escapando de ser linchado por el pueblo enardecido que no le podía perdonar lo que Eduardo Galeano llama el único pecado imperdonable: el que se comete contra la esperanza. Evo Morales en Bolivia ganó con más del 63%, después de sortear las crisis más duras imaginables durante años de hostigamiento facistoide y racista de la derecha oligárquica – en uno de cuyos episodios un partidario de la derecha decía en célebres declaraciones que ellos no tenían culpa de que los partidarios de Evo fueran negros y feos, y ellos (sus contrincantes) blancos y más o menos presentables. En Uruguay, Pepe Mujica ganó con más del 51% en segunda vuelta y más del 47% en primera. En ambos casos, se está dando un cambio cultural, pues en Bolivia (país con mayoría indígena) y en América Latina, es primera vez que alguien perteneciente a los pueblos originarios del continente está en la Presidencia, desde donde está refundando su país y haciendo que la sociedad boliviana a pesar de su polarización étnica y social, se apropie cada vez más de conceptos como la multiculturalidad y la multinacionalidad, y en este empeño se ha ganado el apoyo no solamente de la población indígena, sino también de una parte de la clase media. En el Uruguay de antes del Frente Amplio en el gobierno, era impresentable un candidato como Mujica: ex guerrillero en una época en que esa condición se ha presentado por la industria mediática oligárquica que ejerce la hegemonía cultural, como un sinónimo de ex terrorista (con más razón tratándose como es el caso, de una guerrilla urbana que utilizaba como uno de sus principales métodos, el secuestro), en una sociedad cuya cultura incluye una especie de culto a las instituciones civiles y cuyas generaciones actuales tienen aún más dificultad que las anteriores para asumir como normal el fenómeno de las guerrillas en los años sesenta y setenta; campesino en una población predominantemente urbana en todo sentido; antiprotocolario en un país donde los modos urbanos hacen de las formalidades algo casi sagrado; además, de aspecto desaliñado y compitiendo por primera vez para la Presidencia a una edad en que ya la mayoría de la gente está jubilada.

En Nicaragua, en las elecciones municipales de 2008 el FSLN logró por fin rebasar con un 47% de los votos para un 62.33% de los municipios ganados, la barrera electoral del 41% de donde no pasaba desde que perdió el gobierno producto de su derrota en las elecciones de 1990; incluso la elección presidencial, fue ganada en 2006 con el 38% de los votos. El logro obtenido por el sandinismo en 2008 es producto de los programas sociales que igual a los demás gobiernos de izquierda en América Latina, lleva adelante el FSLN (en el caso de Nicaragua: el Bono Productivo Alimentario y el Programa Usura Cero para capitalizar la economía campesina y la economía popular urbana, respectivamente – ambos destinados exclusivamente a las mujeres –); la Operación Milagro; los programas Alimentos para el Pueblo, Casas para el Pueblo y Calles para el pueblo; instalación en días festivos, de parques de diversiones gratuitos para los niños, y de diversos centros de recreación para la población en general habiendo logrado hasta este momento la reducción del analfabetismo del 35% al 3% (en 1980 se había reducido del 54% al 12% y luego, con la guerra de los ochenta y el neoliberalismo de los noventa volvió a subir); se han desprivatizado la salud y la educación; se ha garantizado acceso al crédito a una cantidad cada vez mayor de pequeños productores; se está subsidiando el transporte público en la capital; se han instalado los Consejos del Poder Ciudadano desde la base hasta el nivel nacional para que el pueblo decida las políticas de gobierno y tome las decisiones fundamentales que luego los funcionarios a su servicio deben cumplir; y se ha reducido la pobreza aproximadamente en un 7%.

Como se ve, la izquierda sigue avanzando, aunque no necesariamente lo haga en este instante sumando nuevos países a los que están siendo gobernados por ella, pero sí manteniendo en sus manos aquellos donde verdaderamente gobierna y consolidando los procesos de cambio allí donde éstos están teniendo lugar. Ofensiva es una cosa, y ofensiva exitosa es otra; pero ambas se confunden entre sí, porque la ofensiva no exitosa deja de ser ofensiva. Ciertamente, la izquierda debe estar preparada para enfrentar en el terreno que sea necesario, la ofensiva de la derecha y el imperialismo, pero sin derrotismo; y hay que tener claridad del nulo éxito de esa ofensiva, pero sin triunfalismo. Paraguay podría ser el caso más preocupante, pero allí ya se está organizando la fuerza política que deberá sustentar el trabajo para la preservación del poder en manos de la izquierda en ese país.

Panamá, Chile, Brasil, Uruguay y Argentina muestran de modos diferentes, que la única manera de que la izquierda se mantenga en el gobierno es con políticas de izquierda; y que el liderazgo personal no es transferible hacia la fuerza política correspondiente, menos aún sin un genuino proceso de cambios estructurales, porque entonces el pueblo percibe que tiene un buen gobernante, pero no identifica un proyecto en marcha que pueda hacer suyo; es decir, no se genera conciencia, y este es el principal parámetro para saber si hay o no una revolución. Pueden no haber cambios muy profundos en las estructuras económicas, pero si hay un cambio en la conciencia se está haciendo la revolución; y puede haber cambios en las estructuras, pero no en las conciencias y en ese caso, no se está haciendo la revolución. Porque el principal problema a resolver para alcanzar los objetivos que se constituyen como razón de ser para una revolución, es el de la conciencia; los valores actualmente predominantes son el obstáculo principal para que sea viable una sociedad libre, justa, con igualdad social, equidad de género y generacional, armonía entre el ser humano y la naturaleza de la que éste forma parte; sin explotación ni opresión, donde todo sea de todos y nadie mande a nadie; donde todos den de sí sin esperar a cambio nada más que la satisfacción espiritual proporcionada por ello. Esto último, sobre todo, es la condición sine qua non para la aplicación del principio comunista proclamado por Marx: a cada quien según su necesidad.

Como ejemplos de la intransferibilidad del liderazgo – sobre todo cuando no se cambian las estructuras sociales – pueden mencionarse los siguientes hechos: la popularidad de Tabaré Vázquez era del 71% cuando se dieron las elecciones en Uruguay, pero Mujica obtuvo tan sólo poco más del 47% en primera vuelta y más de 51% en la segunda; Michelle Bachellet en Chile tenía en las mismas circunstancias un 85% de popularidad, pero su candidato, Eduardo Frei perdió las elecciones obteniendo apenas el 29% en primera vuelta y el 48.3% en la segunda, y la votación total de todos los candidatos de izquierda más Frei fue del 55.94%, todavía muy lejos del liderazgo de Bachellet; en Brasil, Lula tiene una popularidad del 84%, pero su candidata, Dilma Rousseff tiene tan sólo el 25% (y viniendo de un 16% cuando Lula ya estaba en el pináculo de su liderazgo); incluso recientemente apareció un titular que decía: La popularidad de Lula supera el 80% y Serra aumenta ventaja sobre Rousseff. En honor a la verdad, ya la candidata del PT está disminuyendo la diferencia con su principal adversario, el socialdemócrata de derecha José Serra; pero en todo caso, Brasil es el ejemplo más claro de una fuerza de izquierda que no está siendo un gobierno de izquierda, según lo dicen sus propios dirigentes alegando que no hay condiciones para ello. Porque en el caso de Panamá y Chile, ni siquiera puede decirse que las fuerzas políticas que están siendo allí desplazadas del poder sean de izquierda; contrario al caso de Argentina, donde a pesar de no ser oficialmente de izquierda la fuerza política que gobierna (una facción del Partido Justicialista o peronista), ha promovido políticas y los dos gobernantes que ha tenido (los esposos Kirchner, pero sobre todo Cristina – quizás por la etapa en que le ha tocado gobernar –) han asumido actitudes más a la izquierda incluso que el gobierno del PT en Brasil y ya no se diga, que el de la Concertación en Chile. En el caso de Brasil y Uruguay, hay quienes ven en las políticas que allí se han estado promoviendo hasta ahora por fuerzas de izquierda que por el momento no se han planteado a través de ellas transformaciones estructurales en la sociedad, la vieja lógica etapista que había sido ya superada a principios del siglo XX como producto de los análisis de Lenin y Trotsky, pero que se reinstaló con Stalin en el imaginario del comunismo oficial; y aunque no puede descartarse que tales políticas respondan a particularidades de la realidad que les corresponde enfrentar a esas fuerzas de izquierda, hay algo que nunca se debe dejar de tener presente: el socialismo se construye no solamente en la medida en que se transforman de forma radical las estructuras sociales, sino también – y a veces únicamente, aunque de forma temporal – en la medida en que se crean condiciones adecuadas para dichas transformaciones, pero de cualquier manera lo importante es que esto se haga de forma tal que genere conciencia de clase a nivel masivo y como producto de ello, una creciente conciencia revolucionaria; sólo así se estará haciendo la revolución y se estará siendo un gobierno de izquierda sin necesariamente adoptar políticas radicales si ciertas condiciones excepcionales verdaderamente lo impiden (todo un lujo), y sólo así podrá justificarse para una fuerza de izquierda consumir el indispensable pero para ella mortal veneno que es siempre ejercer el poder o peor aún, solamente una parte de él (pues entonces se tienen menos posibilidades de hacer lo que hace esto justificable, aunque según se ha comprobado, siempre esas posibilidades existen).

Retomando el tema de los liderazgos, también debe tomarse en cuenta que éstos o más exactamente, la aceptación de los gobernantes por los ciudadanos, sólo son posibles a niveles como los mencionados cuando el político en cuestión ha tenido como consigna una que (con el debido respeto) no es propia de un revolucionario: no pelearse con nadie. Y no es que el revolucionario deba buscar gratuitamente pleitos, sino que no puede subordinarlo todo a evitarlos, porque los cambios que implica hacer una revolución siempre chocan con los intereses hasta entonces predominantes en la sociedad. Por otra parte, si lo que se pretende es un cambio de sistema, la izquierda debe permanecer en el gobierno indefinida e ininterrumpidamente, y esto unido a lo anterior, obliga a mantener en alto el liderazgo personal que aglutina a una porción suficientemente grande y amplia de la sociedad para dar continuidad al proceso de transformaciones correspondiente, aunque con la ventaja de que en este caso, existe mucha más conexión entre el liderazgo personal y la identificación de las clases populares con el proyecto que defiende sus intereses. Los cambios necesitan líderes, y la preservación del orden necesita instituciones. Pero los cambios revolucionarios no se hacen en un período de gobierno o dos, aunque terminan estableciendo un nuevo orden en permanente transformación pero siendo esto parte de la naturaleza de dichos cambios; entonces las instituciones vuelven a ser necesarias, pero con un carácter diferente. Su nuevo destino tal como se les conoce en la actualidad es desaparecer: el mismo que el del Estado y el poder político en el comunismo, que es la sociedad resultante del cambio civilizatorio hacia el cual conduce el socialismo si es auténtico; siendo la principal diferencia práctica entre ambas fases de la construcción social de carácter revolucionario el criterio para la distribución de los bienes materiales: según el trabajo en el socialismo, según las necesidades en el comunismo.

Para la izquierda no vale la pena ejercer el gobierno si no es para cambiar el sistema, o sea para hacer la revolución, porque de lo contrario el desgaste del poder no tiene su contraparte positiva y peor aún, el efecto dañino que el poder como instrumento de opresión produce en quienes lo ejercen cuando éstos son revolucionarios (o sea, enemigos de la opresión) no se ve ni remotamente compensado. El mejor momento para cambiar el sistema es – por razones que deberían ser obvias, pero parece que no es así – cuando el sistema está en crisis, porque además, si el sistema que la izquierda pretende cambiar está en crisis y la izquierda desde el gobierno no lo cambia para evitar que la crisis se profundice y así proteger a los sectores populares que podrán ser afectados por ella, el costo político de la misma lo pagará la izquierda con mucha mayor seguridad y las consecuencias correspondientes serán pagadas finalmente y de todas formas, por esos mismos sectores populares; pero si se cambia el sistema o se avanza en esa dirección, no solamente se resolverá la crisis sino que se evitarán otras y el costo político que pagará la izquierda en el gobierno por la crisis, será el mínimo posible. En otras palabras, la crisis del capitalismo no puede ser resuelta por la izquierda sino de manera revolucionaria, es decir sustituyendo el capitalismo por el socialismo, no salvando el capitalismo y para colmo, inmolándose en el intento. Para que todo esto se debata y para que de ahí surja una estrategia mundial de la izquierda y líneas de acción comunes y conjuntamente definidas, debe organizarse la Quinta Internacional. Otras instancias internacionales, como el Foro de Sao Paulo, no tienen este propósito ni intenciones de tenerlo, ni razones para tener esas intenciones, aunque su existencia siga siendo importante (como en efecto lo es) en tanto es un espacio más plural de carácter específicamente continental (en el continente que se ha convertido en el epicentro de la lucha revolucionaria a nivel mundial) y donde se prioriza el debate e intercambio de experiencias, lo cual es sumamente útil incluso, para estar en condiciones que permitan una más efectiva definición y aplicación de una estrategia revolucionaria única y consensuada para problemas comunes, que sería ya parte del quehacer de la Internacional, no debiendo interpretarse el tema de la pluralidad como que la Internacional no deba tenerla, pero inevitablemente será en menor medida, en vista de que su razón de ser es la acción conjunta en base a un proyecto de transformación revolucionaria de la sociedad a nivel mundial y por tanto, requiere más homogeneidad.

El único hecho entre los que se mencionan para sustentar las afirmaciones sobre un eventual estancamiento o retroceso de la izquierda en América Latina – y que constituye una verdadera amenaza para las fuerzas progresistas y revolucionarias en el continente – no es producto de acción alguna llevada a cabo por las derechas criollas, sino (como siempre) por sus amos imperialistas: la instalación de las famosas siete bases militares norteamericanas en Colombia, donde sin embargo existe como contrapartida (y principal pretexto – nunca le faltarán – por el que este lugar ha sido escogido por el Imperio para lo que constituye su más reciente intervención militar) el más antiguo, grande y poderoso ejército guerrillero que haya existido jamás en América Latina: las FARC, cuya indestructibilidad – más que demostrada y condición fundamental para el triunfo de cualquier resistencia armada de carácter revolucionario, patriótico y antimperialista – es garantía de que cualquier cosa puede pasar en Colombia, menos el final de la revolución latinoamericana; al contrario, puede ser el inicio de una nueva etapa – más cruenta, pero inevitable y muy posiblemente triunfante – en la lucha revolucionaria del continente, toda vez que la oligarquía global y el imperialismo que la ha engendrado no se resignarán pacíficamente a perder su poder y sus privilegios. Por algo será que en manos de esta formidable fuerza guerrillera con medio siglo de lucha continua en defensa de los oprimidos de Colombia y América Latina, se encuentra físicamente en este momento la espada de Bolívar.

blogs.larepublica.es/carlosfonseca

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