José Doroteo Arango Arámbula, mejor conocido como Francisco o Pancho Villa, El centauro del norte, nació en Durango el 5 de junio de 1878 y murió asesinado en Parral, Chihuahua el 20 de julio de 1923. Su tumba fue profanada el 6 de febrero de 1926, el encargado descubrió que la fosa 632/Sec.IX había sido violada.
Francisco Durazo, coronel de la Guarnición Militar de Parral, dijo que por órdenes de Álvaro Obregón, Villa debería ser decapitado. Una patrulla de soldados del 11º Regimiento de Infantería, saltó la barda del panteón, cavaron la sepultura, cortaron la cabeza y la envolvieron en una camisa. Durazo la guardó en una caja de municiones y la ocultó bajo su cama, por ello recibiría 50 mil dólares del Chief officer de Columbus. Otros cuentan que está enterrada en El Huérfano, entre Parral y Jiménez.
Esto viene a cuento por lo del centenario de la Revolución. En 1974, siendo capitán recibí bajo mi mando la plaza de Parral, el destacamento se encontraba a un costado del Panteón de Dolores, justo donde estaba la tumba abandonada, después de la negativa del general Enríquez para que fuera sepultado en el panteón “De los héroes nacionales” en Chihuahua"
Conocía algo de la historia por la vox populi
"Cuantos jilgeros y cenzontles veo pasar;
pero qué triste cantan esas avecillas;
van a Chihuahua a llorar sobre Parral;
donde descansa el General Francisco Villa;
lloran al ver aquella tumba,
donde descansa para siempre el general.
Sin un clavel, sin flor ninguna,
sólo hojas secas que le ofrenda el vendaval.
De sus dorados nadie quiere recordar,
que Villa duerme bajo el cielo de Chihuaha,
sólo las aves que voltean sobre Parral
van a llorar sobre la tumba abandonada.
Sólo uno fue, no lo ha olvidado,
a su sepulcro la oración a murmurar.
Amigo fiel, cual buen dorado,
grabó en su tumba ¡Estoy presente general!”
El primer reconocimiento a Pancho Villa fue en 1959 y después cada año
El mismo día que me hice cargo, con la tropa realizamos un boquete en la vieja barda que daba al panteón, la tumba estaba a unos metros, a partir de ahí ya no fue la “tumba abandonada” pues quedó bajo nuestro cuidado, la remozamos, sembramos flores, y ordené que a diario le hicieran el aseo y se regara. Frente a la tumba repetía ¡Estoy presente general! Tal cual la leyenda.
En una ocasión que recibí la visita del general Félix Galván López, mi comandante, después secretario de la Defensa, lo enteré del acontecimiento; pasó a ver la tumba y mi orden la convirtió en orden superior. El divisionario asentía ¡bien capitán! Después conocí el lugar de la emboscada donde fue asesinado mi general Villa, me asomé por las rejillas de donde le dispararon, toqué el vehículo con los impactos de las balas que le quitaron la vida. Cerca de Parral fui a conocer la Hacienda de Canutillo, Durango, lugar que él habitó. Conocí la Quinta Luz, casona donde vivió, hoy museo en la capital.
A principios de noviembre de 1976, presente en la 5ª Zona Militar el general Galván me ordenó que preparara los honores fúnebres para la exhumación de Pancho Villa. Concentré a mi unidad en el Lienzo Charro frente al panteón, ahí nos alojamos con la caballada. Practicamos los honores; antes me trasladé a los campos menonitas a Ciudad Cuauhtémoc, donde construyeron un carruaje que sería tirado por caballos y una urna para depositar los restos de mi general. Me acompañaban el teniente Quinardo Hamilton Antillón y el sargento José Longino Valdez Moreno. Tenía libertad de acción para cumplir con la orden.
El día de los hechos, hubo mucha gente y autoridades de todas partes, el centro de atención inédito en el lugar, fue la inhumación. Una unidad de caballería bajo mi mando, portando el luto reglamentario, formada en línea frente al panteón, hace honores militares al salir el féretro. Después que se depositó la urna en el carruaje que esperaba en la puerta del panteón con sendos caballos, se integró la columna fúnebre encabezada por la banda de guerra tocando la marcha dragona. Un caballo de mano con caparazón negro y unas botas como alforjas sobre sus ancas seguía al carruaje donde iban los restos, inmediatamente atrás iba montado con mi unidad formada en columna de escuadras escoltando a mi general Pancho Villa, desfilamos por las calles de Parral, en honor y despedida a Pancho Villa hasta el aeropuerto donde fue traslado a Durango y luego depositado en la columna NW del Monumento a la Revolución en la ciudad de México; después ahí me hice presente.
Pero antes, cuando estábamos ya formados para los honores, montado, alcanzaba a ver a gente que se remolinaba en torno al general Galván, discutían quién iba a exhumar los restos de Villa. De pronto escuché ¡Gallardo! Salté de mi caballo y corriendo con el sable embrazado me presenté:
—¡Ordene mi general!
—¡Capitán! Usted va a exhumar los restos de Villa.
—¡Como ordene mi general! –saludé con sable en mano y me retire.
Sentí una gran emoción y una carga de energía. Luego me trasladé al lugar, ataviado y armado, me puse de rodillas frente a la fosa, que ya estaba removida, y con mis manos comencé a sacar piedras, madera y los restos que ahí se encontraban; los fui depositando en la urna que la misma tropa sostenía. Mi general Galván no permitió que ningún civil interviniera. Así que ningún Óscar W. Ching, reportero de El Sol de México, fue el exhumador. Luego, por la llovizna, se hizo un lodazal, removía con mis manos el lodo, madera y restos, hasta que me cercioré que no quedara nada. Luego, la urna la trasladamos al carruaje que esperaba en la puerta. Igual estaba mi asistente con mi caballo y el trompeta de órdenes. Monté y se hicieron los honores de ordenanza a Pancho Villa, como general de división con mando de tropas, tal cual lo marca el ceremonial militar, fue la orden recibida.
En 1989 regresé a Chihuahua, pero ya como general brigadier, me desempeñé como comandante de la Hacienda Santa Gertrudis (Criadero de Ganado-2). Por Satevo y Balleza conocí los escondites que Villa utilizó durante la persecución del general J.J. Pershing después que atacó Columbus, Nuevo México, como represalia al reconocimiento oficial que hiciera Estados Unidos al gobierno de Venustiano Carranza. Lo más emotivo es que despaché en el casco de la hacienda, en lo que fue su cuartel general. ¡Qué experiencia! ¡Qué honor! para un soldado de caballería que soñé ser desde niño.
A la lealtad de mi general Pancho Villa, un poema anónimo que traían en su pecho los espartanos antes de entrar a combate:
Se como Dios que nunca llora;
se como el diablo que nunca reza;
se como el robledal cuya grandeza,
necesita el agua y no la implora.
¡Que rueda y vocifere vengadora
ya rodando por el polvo tu cabeza!
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