viernes, 29 de octubre de 2010

Alicia Alonso y sus fragantes 90 en festival habanero

La Habana capital mundial del ballet
La danza habitó anoche en La Habana, al conjuro del 22 Festival Internacional de Ballet, cuya gala inaugural devino reverencia unánime a uno de los mitos sin los cuales sería imposible escribir la historia de ese arte.

Tiene 90 años y todavía baila. Le bastan sus manos y sus brazos, la leve ondulación de su cuerpo en reposo, la elocuencia del gesto, un giro de la cabeza, la línea aun pura de su perfil en escorzo para que la danza fluya de ella como una corriente contínua.

Alicia Alonso baila con todo el fragor de su espíritu incandescente, iluminada por el resplandor interior que le permitió suplir la pérdida gradual de visión desde el inicio de su carrera.

Una clarividencia nacida "desde la percepción más profunda de su espíritu", como la definió su coterráneo, el poeta Miguel Barnet.

La danza la posee de la cabeza a los pies. Aprendió a reproducirla mentalmente, animarla sirviéndose de los dedos de ambas manos para recrear el batido de las puntas, la elevación la fragilidad, el vuelo.

La sala García Lorca del Gran Teatro habanero vibró repleta de un público presto a reciprocarle su entrega, a rendir homenaje a su voluntad, su coraje, a la tenacidad con que supo alimentar una escuela y una compañía cuyo sello de identidad la ha hecho reconocible en todo el mundo.

El presidente cubano, Raúl Castro, la acompañó en el palco de honor desde el cual ella abrió simbólicamente las puertas de un festival que atrae cada dos años, a esta islita plantada en medio del Caribe, compañías y estrellas danzarias de rango universal.

Tras las palabras de elogio del Historidador de la Ciudad, Eusebio Leal, la escena se iluminó con Impromptu Lecuona, una coreografía que lleva su sello, consagrada al fallecido compositor Ernesto Lecuona, timbre de orgullo de la memoria musical cubana, por el 115 aniversario de su nacimiento.

El rojo y el negro dominando. Los cuerpos gráciles, esbeltos, circundados por la luz. La música de Lecuona derramándose. Dos piezas suyas, La comparsa y Malagueña, en un juego de incitaciones. Las zapatillas de punta y la sensualidad hermanadas. Lecuona y Alonso en una cuerda vibrante de cubanía.

Luego ella emergió desde la mirada múltiple del documental que le dedicó Televisión Española, el primero de la serie Imprescindibles, bajo el título Alicia Alonso, para que Giselle no muriera. Un retrato trazado por quienes siguieron su trayectoria, la obra consolidada junto a Fernando y fructificada en la escuela cubana y el Ballet Nacional de Cuba.

Una Alicia humana y terrenal, multiplicada en las generaciones sucesivas que desfilaron en un relevo enriquecedor, el paso del futuro ante los ojos del auditorio, la continuidad de una tradición que necesitó apenas dos décadas para florecer -mientras que otras necesitaron siglos-, y que el crítico inglés Arnold Haskell calificó, en los años 60, como milagro cubano.

Alicia en el centro, al final, en una reverencia de gratitud ante la ovación recibida y luego ella misma reverenciando al relevo forjado con su magisterio y su inspiración, con su voluntad indómita.

Ella con sus 90 fragantes, sin mengua alguna de su vitalidad. Esos 90 a los que gusta de restar el cero para quedarse solo con el 9, la misma edad que tenía cuando empezó a bailar. La danza habitó anoche en La Habana, como si ella comenzara, niña aún, a bailar. No hubo embrujo. La magia no hizo falta, sobraba.
 
Prensa Latina

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