martes, 26 de octubre de 2010

Uruguay: La venta de grandes extensiones de tierra a extranjeros

Espectador.com, 25-10-10


El tema genera preocupación no solo en Uruguay sino también en otros puntos del planeta. La venta de tierras a extranjeros, ya sean personas, empresas o estados, ¿es un problema para el país? ¿Debería estar limitada? ¿Cómo afecta la estructura social del sector productivo? ¿Corre riesgos la soberanía? Para analizar el tema, La Tertulia Agropecuaria reunió, por un lado, a los tertulianos habituales Guillermo Villa y Rodolfo “Catalán” Irigoyen. Además participaron, desde Argentina, Carlos Vicente, vocero de la ONG Grain, y Cesário Ramalho, presidente de la Sociedad Rural Brasileña. Como es habitual, la mesa fue coordinada por Rosanna Dellazoppa y conducida por Emiliano Cotelo
EMILIANO COTELO:


En general, en estas tertulias agropecuarias todos hemos coincidido en que la inversión extranjera es beneficiosa para el país porque trae tecnología, puestos de trabajo, desarrollo, etcétera.

Pero ¿qué pasaría si llegara una empresa extranjera y quisiera comprar, por ejemplo, todo un departamento, por mencionar uno, Paysandú? ¿Y si quisiera comprar más de un departamento, o buena parte del país, porque Uruguay no es muy grande que digamos?

Esta situación hipotética, que a muchos puede parecerles absurda, no tiene nada de irreal. Ya ha ocurrido en otras partes del mundo. Por ejemplo, en Madagascar hace dos años una compañía surcoreana alcanzó un acuerdo con el Gobierno de ese país por el cual adquiría por 99 años 1.300.000 hectáreas de campo. Esa es, casi, la superficie del departamento de Paysandú.

Este tipo de negocios, que se ha repetido en otros países de África y también en Asia, ha comenzado a preocupar a autoridades y organismos internacionales.

Aquí en En Perspectiva ya les hemos contado cómo han reaccionado Nueva Zelanda y Brasil, donde los Gobiernos están reformando el marco legal para limitar la compra de tierras por empresas extranjeras o estados.

Mientras tanto, en Uruguay esa inquietud fue planteada por el presidente José Mujica, que el mes pasado lo discutió con la Asociación Rural del Uruguay (ARU), y, por otro lado, les encomendó el estudio del tema a los senadores Enrique Rubio, Ernesto Agazzi y Jorge Saravia. Este trabajo, según informó el diario El País, se realizará en forma paralela al que está haciendo otro grupo en el Ministerio de Ganadería.

Teniendo en cuenta esos y otros antecedentes, hoy vamos a discutir sobre esta cuestión a partir de una serie de preguntas.

Por ejemplo, la venta de grandes extensiones de tierra a extranjeros, ya sean personas, empresas o estados ¿es un problema para el país?, ¿debería estar limitada? En caso de darse, ¿cómo afecta la estructura social del sector productivo? ¿Corre riesgos la soberanía?

EC – La mesa de hoy tendrá algunas características especiales. Por un lado, contaremos con nuestros tertulianos agropecuarios habituales, Guillermo Villa y Rodolfo “Catalán” Irigoyen. Pero, además, vamos a incluir voces de fuera del país que, espero, van a enriquecer esta charla.


Vamos a tomar contacto en primer lugar con la ciudad de Marcos Paz, en la provincia de Buenos Aires, donde se encuentra Carlos Vicente, que es integrante y vocero de la ONG Grain.

Para empezar, ¿qué es Grain? La palabra viene del inglés y significa ‘grano’. Pero ¿qué es la institución?

CARLOS VICENTE:

Grain es una pequeña organización no gubernamental internacional que hoy trabaja básicamente para que los campesinos, los pequeños productores y los países puedan tener control sobre su sistema alimentario, y no que este esté en manos de grandes corporaciones, de intereses financieros. Básicamente trabajamos en defensa de la soberanía alimentaria de los pueblos.


EC – ¿Qué importancia le adjudican ustedes a esta tendencia de los últimos años de compras de grandes extensiones de tierras en el hemisferio sur por estados y empresas extranjeras, a veces privadas y a veces estatales?

CV – Hace dos años, a partir del ejemplo que ustedes nombraban de Madagascar, al darnos cuenta de que esto se empezaba a multiplicar, y viendo que hoy en el mundo se están negociando entre 40 y 60 millones de hectáreas con este objetivo por países que supuestamente buscan garantizar su seguridad alimentaria, como China, los países árabes, Japón, adquiriendo o arrendando tierras en otras partes del para producir alimentos, empezamos a analizar este fenómeno y lo vemos con mucha preocupación. Es un fenómeno que ha crecido, y este último año también la FAO y la Organización Mundial del Comercio han empezado a mirarlo con preocupación desde otra perspectiva.

ROSANNA DELLAZOPPA:

Una consulta. Decías recién “supuestamente están buscando garantizar seguridad alimentaria”. ¿Por qué decís “supuestamente”?

CV – Hace dos años, cuando empezó esta crisis alimentaria mundial, empezó a haber una fuerte preocupación por garantizar la seguridad alimentaria de los países.

EC – Te refieres al momento en que se produjo esa suba repentina del precio de los commodities.

CV – Exacto, que se dio en todo el mundo, y en más de 50 países hubo movilizaciones de la gente, preocupada porque los precios de los alimentos subieron muchísimo. El caso de México fue paradigmático en América Latina, porque allí subió el precio de la tortilla, a partir del aumento del precio del maíz, y eso puso en jaque la alimentación básica. Los países empezaron a preocuparse, y los países más poderosos empezaron a comprar o arrendar tierras en otras partes para garantizar la producción de alimentos para sus países. Pero a lo largo de estos dos años se ha visto cómo eso, que ya de por sí era una amenaza, porque, como ustedes decían, que un país destine un millón de hectáreas a producir alimentos para otros significa que se dejan de producir alimentos allí para la población local o para la misma soberanía alimentaria.

Pero a lo largo de los años se fue convirtiendo, como pasa en con casi todos los commodities globales, en un negocio especulativo en el cual empezaron a jugar un papel muy importante empresas privadas, y en este último año ha empezado a jugar un papel muy importante el capital financiero internacional, que especula con los precios de estos commodities. Finalmente ha dejado de ser una cuestión de seguridad alimentaria, que de por sí podría ser cuestionable por el impacto local que tiene, para ser un negocio especulativo. Y esto se torna mucho más grave porque se está jugando nada menos que con la alimentación de buena parte del planeta, y en nuestro caso, Brasil, Uruguay, Argentina, con la situación alimentaria de nuestros países, en los que hay fuertes inversiones extranjeras en este sentido.

RD – En todos los casos el análisis de ustedes es que los fines son especulativos, las inversiones nunca pueden traer prosperidad, desarrollo laboral, desarrollo del país donde se realiza la inversión. Los fines siempre son otros.

CV – El fin para el país, como en este caso China, que está invirtiendo en Argentina por ejemplo en Río Negro para manejar 200.000 hectáreas para producir soja –este es uno solo de los muchos ejemplos que hay– es garantizarse su producción de este grano. Vemos que, además de la especulación financiera, que por supuesto en el tema de los alimentos es grave, esto se repite en todos los casos en nuestros países, es la producción de un monocultivo en grandes superficies con una tecnología que en el caso de la soja es producción transgénica, con alto uso de agroquímicos, y que a nivel local únicamente significa el desplazamiento de otras producciones, porque no significa para nada mano de obra.

El cálculo en Argentina es que hacen falta más o menos dos personas por cada 1.000 hectáreas de soja que se produce. Es fácil hacer números. Y todo esto es para exportación, entonces hay un fuerte impacto local con desplazamiento de comunidades, con desplazamiento de producciones locales, y un commodity que se va absolutamente y no deja casi nada. En el caso de Argentina deja la cuestión de las retenciones, que no existen ni en Uruguay ni en Brasil, pero que desde nuestra perspectiva tampoco son un gran beneficio en la medida en que, supongamos, en Río Negro se produce una cantidad de alimentos, de frutas, que van a ser desplazados para producir soja.

EC – Vamos a incorporar ahora a quienes se encuentran con nosotros en la mesa, Rodolfo y Guillermo.

GUILLERMO VILLA:

Me quedan dos dudas básicamente de los comentarios. Primero, el ejemplo que usted puso de China, 200.000 hectáreas, hablando de cultivo de soja. ¿Piensa que ese cultivo de soja con transgénicos, con uso de herbicidas y demás es privativo de los chinos, o es lo que está pasando en el interior de Argentina y en Uruguay y demás? Si fuera así, no lo vamos a solucionar evitando que los chinos inviertan, sino que creo que hay problemas a nivel de país en cuanto al control y la regulación de la producción.

Segundo punto, esos países que supuestamente van a comprar tierras son poderosos desde el punto de vista económico. Ellos quieren asegurarse el alimento con inversión en tierras, básicamente la preocupación viene por la suba de los commodities. Esos países se van a asegurar el alimento de todas formas porque son los que tienen plata y cuando falte el alimento y suba van a poder comprar. Los que van a terminar pagando la falta de alimentos van a ser los mismos países de siempre, los que no tienen plata. Entonces me cuestiono: ¿cuál es la forma de asegurar la alimentación del mundo?

Indudablemente hacer producir eficientemente al mundo. Ese millón de hectáreas que compraron en Madagascar ¿producían o no producían? De repente después de que alguien las compró e invirtió pasaron a producir. Creo que asegura mucho más la alimentación del mundo el hecho de que las tierras improductivas produzcan –por supuesto que hablamos de producir en un sistema sustentable en el tiempo– que prohibir esa inversión y seguir con un millón de hectáreas improductivas.

CV – En primer lugar, es muy claro que nuestro cuestionamiento no va a esta cuestión del acaparamiento de tierras global, sino a todo un modelo de producción que ha reducido nuestra alimentación a una mercancía. Todo el tema de la sojización en el Cono Sur –en Argentina estamos por sembrar 20 millones de hectáreas de soja con aplicación de 200 millones de litros de glifosato– es un problema que venimos cuestionando desde el año 96, cuando se inició aquí la siembra de la soja transgénica.

EC – Guillermo iba a que eso en todo caso se puede enfrentar con buenos controles del Estado, del Gobierno sobre los sistemas de producción. La pregunta se refiere a qué diferencia implica que en estas operaciones empiecen a tallar por ejemplo estados que compran tierras o grandes empresas de origen estatal.

RODOLFO IRIGOYEN:

Una primera cosa para que alcancemos una discusión conducente a algo es que fijemos bien sobre qué vamos a discutir. Una primera gran diferenciación que debemos hacer son las inversiones extranjeras que existen en un país como Uruguay, que son inversiones a nivel microeconómicos con fines obviamente productivos. La especulación siempre existe, se gana y se pierde con ella, no es un seguro de vida para nadie. La especulación inmobiliaria, la valorización o desvalorización de los activos son cuestiones inherentes a la actividad económica, no creo que vengan al caso.

Si vamos a discutir ese tema, que es interesante, o si vamos a discutir los grandes temas globalizados, esas compras masivas de tierra por parte de estados o de grandes corporaciones que representan a los estados, que se están denunciando, creo que no tienen ninguna posibilidad de realizarse en Uruguay por una serie de razones. Podríamos decir que esos estados están en estadios precapitalistas de desarrollo, allí la tierra no vale nada, no produce nada y es muy fácil adquirirla.

GV – Y pertenece al Estado, en muchos casos.

RI – Por supuesto, son tierras fiscales y demás.

EC – Ese es uno de los argumentos que manejó el presidente de la ARU, Manuel Lussich, cuando lo entrevistamos sobre este tema el mes pasado. Él decía que en varios de esos países donde se han concretado estas compras eran tierras pertenecientes a su vez al Estado. Era una negociación Estado-Estado o entre una corporación perteneciente a tal Estado con el Estado del país receptor de la inversión.

RI – En Uruguay existe un mercado de tierras que funciona con transparencia, el que quiera comprar un metro cuadrado de tierra va a tener que comprarlo a precios de mercado, en condiciones de mercado. Entonces no es viable, además de que por la extensión del país estaríamos últimos en los objetivos de estas empresas o de estos estados. Me parece que esa discusión no va a aportar nada, nos vamos a perder en disquisiciones genéricas de fondo mucho más filosófico de otro tipo, como estar contra los transgénicos, contra el glifosato, contra el eucalipto, contra la celulosa, contra la empresa extranjera, contra las trasnacionales.

Y hay que estar a favor de cosas. Yo pensé que ese discurso después de la autorización definitiva de Botnia, de la apertura del puente y demás, el discurso Gualeguaychú, por llamarlo de alguna forma, había quedado perimido en el país. Veo que no, y veo que todas esas cosas que se satanizan son las que están haciendo que cientos de millones de personas en todo el mundo salgan de la pobreza, mejoren su alimentación, mejoren la calidad de su administración. Por supuesto que eso va a tener costos sociales, toda revolución –esta es una revolución productiva histórica en el mundo– tiene costos sociales, vamos a ver cómo los mitigamos sin ponerles palos a la rueda a revoluciones que han mejorado enormemente el ingreso del conjunto de los pueblos del mundo.

CV – Lamentablemente, y sin entrar en ningún tipo de chauvinismo nacionalista con relación al tema Gualeguaychú y Botnia, para nosotros el debate –y no el debate filosófico, sino el debate político y tecnológico, si se quiere– tiene que ver con este cuestionamiento a quiénes controlan la alimentación en el mundo. Básicamente quiero remarcar que toda esta revolución tecnológica no ha estado a favor de la alimentación. Simplemente tomemos un dato, para hablar de datos y no de especulaciones: en el mundo hemos llegado a tener mil millones de hambrientos, ahora la cifra se ha reducido un poco, como nunca hubo antes en la historia.

 Entonces lo que debemos pensar de manera objetiva es ¿quiénes alimentan al mundo? Y lo real es que estas corporaciones y la soja transgénica y el maíz transgénico no están alimentando a las personas sino el negocio de un puñado de corporaciones que cada vez son menos y que está produciendo –justamente por este esquema de que no producen alimentos– mercancías para una industria globalizada que alimenta pollos aquí o vacas allá, Unión Europea o China, pero no a las personas. Lo real es que el 70 u 80% de la alimentación en el mundo, de nuestros alimentos, sigue siendo producido por pequeños agricultores, por campesinos, por productores familiares.

Creemos que el enfoque crítico que necesitamos es volver a mirar esta agricultura que no solo puede y está alimentando al mundo, sino que también es una respuesta a este otro grave problema, que miremos o no la realidad está ocurriendo, que es la crisis climática, se están produciendo transformaciones debidas a este modelo de agricultura industrial. Hemos hecho cálculos de que casi el 50% de los gases con efecto invernadero es producido por este modelo, entonces hay que cambiar, el mundo necesita cambiar, y mirar hacia delante no es volver a una agricultura de hace 200 años, sino que hay un modelo de agricultura que puede alimentar al mundo.

GV – Se imagina que si a mí, que estoy en el tema, me cuesta entender la explicación, lo que debe ser para un oyente normal. Creí entender que todo lo que producen de granos, carne, leche y lo que sea estas grandes corporaciones o multinacionales nunca llega a la alimentación de un ser humano, se pierde. Pero si llega a una vaca en China, esa vaca algún día se va a convertir en leche o en carne, esos granos se van a convertir en proteína, terminan alimentando a algún ser humano en el mundo.

Si tenemos que discutir si esa producción de granos se debe hacer con grandes corporaciones o con pequeños productores, es otra discusión, y quizás ahí tengamos algunas coincidencias. La realidad es que Uruguay, por ejemplo, gracias a la inversión extranjera multiplicó por 100 su producción de soja, y no creo que esa producción se haya tirado al océano, creo que sirvió para alimentar a algunas personas. Ahí es donde debemos focalizar la discusión.

CV – Por supuesto que sirve para alimentar, como vos decís muy claramente, “a algunas personas”. Yo lo planteo con números, ustedes tienen datos sobre Uruguay, yo no los tengo, pero ¿quién produce los alimentos para los uruguayos, lo que comen realmente los uruguayos? ¿Es esa inversión extranjera la que los produce?

RI – Hay una serie de afirmaciones de tono catastrofista que no tienen correlato con la realidad porque son apenas una parte de la verdad, como lo de los mil millones de hambrientos, pero nunca antes hubo 6.500 millones de habitantes. Si vemos cuánto aumentó el número de los que comen y antes no comían, es muchísimo mayor que el número de hambrientos. Proporcionalmente y en términos relativos, que es lo que interesa, el hambre en el mundo ha disminuido enormemente, y eso es gracias a estas tecnologías.

Claro que son mercancías, obvio, funciona el capitalismo. Yo he conocido otros sistemas, todos peores, probadamente peores, y en el capitalismo los alimentos en la mayoría de los casos son mercancías. Los que no son mercancías, los que no acceden al mercado, al menos en el caso de Uruguay, son una ínfima minoría, porque los productores de subsistencia son un porcentaje muy bajo, e incluso los productores de subsistencia acceden al mercado con su producción.

Entonces no sé de qué mundo estamos hablando, si entramos en este terreno me parece que la discusión sobre la extranjerización pierde todo sentido y volvemos a las discusiones sobre si Uruguay va a ser el basurero de la celulosa del mundo, como se decía cuando estaba el tema de Botnia arriba de la mesa, y ese tipo de afirmaciones que me parecen absolutamente inconducentes.

No hay comentarios:

Ir arriba

ir arriba
Powered By Blogger