En realidad es un ingeniero de Arizona cuyo principal objetivo son los indocumentados
Para iniciar la “caza” clandestina de inmigrantes, Glenn Spencer tiene que dar sólo seis pasos. Son los mismos que lo separan de su cama deshecha a una mesita con dos potentes computadoras.
Cada día, a las 4:30 horas, Spencer se sienta delante de sus dos Mac, intercambia mensajes y supervisa hallazgos de sus telecámaras en la frontera.
Ese es el corazón de la Patrulla Americana de la Frontera, un puñado de cinco vigilantes empeñados en reducir la inmigración clandestina procedente de México.
Desde hace cinco años Spencer vive en un rancho, en el sur de Arizona, a 600 metros del muro. Ingeniero de 72 años, divorciado, invirtió sus ahorros en una guerra privada. Vive solo, si se excluye que tiene seis perros lobo. Sus centinelas.
El rancho de Spencer se parece más a un cuartel que a una casa. La propiedad se la compró a un ex oficial fronterizo que escapó con gran prisa después de una batalla entre agentes y narcos.
Desde entonces Spencer convirtió las paredes del rancho en colección de mapas, cámaras defotos, radios. Un rincón está destinado a Melissa, su asistente.
El único toque amable de su residencia es un piano, recuerdo de las tradiciones de la familia: su tío compuso canciones para una película de John Wayne.
El resto es todo desorden, con un fuerte olor a insecticida antipulgas. Para los detalles no hay tiempo: hay que frenar a los invasores.
Y para detenerlos, Spencer sacó sus dotes de inventor. Para empezar, mostró una habitación y un hangar-oficina.
En la primera pasa el tiempo Mike, un ex combatiente de Ejército, quien creó el software que administra las videocámaras colocadas a lo largo de frontera.
Una de ellas está colocada encima de un poste delante del rancho que es controlada por un coronel retirado que vive en El Paso, Texas, quien en lugar de pescar salmón vigila la red para “cazar” a mexicanos.
Sus ojos vigilan de día y noche cualquier movimiento sospechoso. “El sábado pasado —explicó Spencer— descubrimos a una decena de clandestinos y de inmediato dimos aviso a la Policía. Detuvieron a algunos”.
El cazador está convencido del éxito de su sistema de vigilancia y presume haber descubierto a centenares de intrusos.
Este ingeniero dice que los busca desde abajo y desde arriba. Antes de hacer un recorrido por la red electrónica los sigue a través de su flotilla aérea. En el pequeño hangar tiene aparcado al “Challenger II”, un ultraligero armado de computadoras y videocámaras con radiocomandos.
Parecen juguetes, pero los “vigilantes” los utilizan para filmar la frontera desde hace un par de años.
Con misiones a baja cuota, Spencer documentó los boquetes a lo largo del muro fronterizo, identificó los sitios que utilizan los “polleros” o contrabandistas y señaló cada una de las actividades ilegales que desarrollan, todas éstas, pruebas de que la autoridad federal —acusa— no hace su deber.
Milicia antimigrantes
“Dicen mentiras —golpea Spencer— y engañan a la opinión pública”.
Glenn nos lleva a ver una sección de muro cercano a su rancho. De pronto el muro de hierro se interrumpe. “Burlarlo es un juego de niños”, dice.
El ingeniero muestra su enésimo video: se observan sombras que superan el muro.
Spencer imita entonces una voz: “Amorcito podrías pasarme la bolsa, sí esa beige”, un sarcasmo que reserva a quienes lo consideran racista.
Y las acusaciones tienen algo de cierto. En el pasado Spencer fue arrestado por usar armas de fuego con el pretexto de haber sido atacado.
Luego, recibió en el rancho a Shawna Forde, una mujer acusada de asesinar a un hombre y a la hija de 9 años, de origen mexicanos, quienes según la mujer la habrían atacado.
En realidad, cuentan, lo que buscaba Spencer era crar su propio ejército antiinmigrante.
Pero a Spencer le tiene sin cuidado lo que digan de él, lo mismo que las promesas de los políticos.
Incluso desafió al republicano John McCain (demasiado blando para él) durante una reciente asamblea ciudadana.
También tiene tiempo para reírse la Guardia Nacional.
“¿Quiere ver que hacen?”, pregunta.
Inmediantamente después muetra decenas de fotografías: “Mírelos, están sentaditos esperando”.
La furia de Glenn se calma sólo a las 16:30 horas.
Es entonces que se olvida del mundo y dedica su tiempo a sus soldados más leales: sus seis perros-lobo. Les da de comer y juega con ellos. Si ladran mucho, él recurre a su piano.
Apenas unas cuantas notas de música clásica y los diablos se acurrucan y se vuelven mansos. Al alba, estarán listos para empezar de nuevo sus labores de patrullaje.
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