miércoles, 6 de octubre de 2010

José Manuel Fortuny: un comunista clandestino en Montevideo

por Roberto García Ferreira

José Manuel Fortuny (1916-2005) fue uno de los importantes dirigentes comunistas de América Latina. Adquirió notoriedad por su amistad y cercanía con el presidente de Guatemala Jacobo Arbenz Guzmán, derrocado tras un golpe militar encubierto fraguado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) a mediados de los años 50. A consecuencia de estos hechos y al igual que un importante número de compatriotas, partió forzosamente al exilio.

En medio de la Guerra Fría, su condición de comunista lo convertía en un blanco de permanente vigilancia por parte de la CIA, quien se mantuvo al tanto de varias de sus actividades y viajes pese a la “clandestinidad” de los mismos. A casi medio siglo, esta ponencia describe su presencia “secreta” en Montevideo durante el invierno de 1958, hecho que constituye un excelente ejemplo de cómo un dirigente se esforzaba por permanecer “clandestino” intentando burlar la vigilancia de los servicios secretos.

Aunque la ahora disponible documentación de la inteligencia policial uruguaya permite apreciar varias de las exitosas maniobras del propio Fortuny para despistar la celosa vigilancia, el resultado global de su presencia derivó en la posterior detención de éste. Es que, aún en el “liberal y democrático” Uruguay, el cerco no era sencillo y las fuentes permiten reconstruir un muy temprano operativo coordinado de tres servicios: la CIA y las policías secretas uruguaya y brasileña.

Jacobo Arbenz, José Manuel Fortuny y el PGT

Piero Gleijeses ha reconstruido con acierto la cordial amistad que unió a Fortuny con Arbenz. Según sus profusas investigaciones en este aspecto —basadas fundamentalmente en testimonios orales de los protagonistas—, dicha relación comenzó en el otoño de 1947, luego de que Arbenz como Ministro de Defensa se opusiera a que varios obreros fueran deportados tras acusárseles de comunistas. Fortuny, “intrigado por [el] (…) inesperado comportamiento” y actitud del jerarca, le hizo una visita a Jacobo. En ese momento se conocieron. El propio Fortuny, en testimonio al investigador citado, recordaba que en aquella entrevista “descubrió a un hombre distinto del estereotipo del militar” centroamericano. A ese primer encuentro “más bien formal”, siguieron otros hasta que el propio Jacobo invitó a José Manuel a su casa, donde las discusiones y conversaciones se hicieron comunes prolongándose habitualmente hasta la madrugada.

Tenían “personalidades completamente diferentes” argumenta Gleijeses: “Fortuny, como María, era extrovertido, ingenioso, vivaz, interesado en todo, desde el cine hasta la política; podía hablar durante horas, sin aburrir jamás (…). Como Arbenz, estaba inspirado por un fiero nacionalismo y un ardiente deseo de mejorar la suerte del pueblo guatemalteco; como Arbenz, buscaba respuestas en la teoría marxista”. Por esas razones, “Arbenz encontró en Fortuny el hermano que nunca había tenido, al complemento de sí mismo, a un hombre con quien se sentía completamente a gusto”. Se trató de “una relación que nunca tendría con nadie más, excepto con María”.3 Sobre esas bases, Gleijeses concluyó en que “de todos sus amigos, ninguno sería tan íntimo como José Manuel Fortuny”.

Cuando la campaña electoral de 1950, Jacobo le pidió a José Manuel que escribiera algunos discursos. El tema central de los mismos era la reforma agraria, el “proyecto preferido” de Arbenz y a la vez, “una aberración para un ladino de clase media”. Compartieron la holgada victoria en los comicios de finales de 1950 y, de allí en adelante, las tareas de gobierno. Mientras buena parte de los dirigentes de la coalición oficialista se disputaban arduamente la cercanía con el presidente buscando beneficios personales, los líderes del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), especialmente Fortuny, “eran los consejeros más cercanos de Arbenz y constituían su gabinete privado”.

No hay dudas respecto del ascendiente que tenía Fortuny sobre Arbenz. Sin embargo, dicha relación no debe idealizarse y sí tomarse en consideración —algo que Gleijeses pasa por alto, probablemente influido por la estrecha amistad que tuviera con José Manuel— que el propio Fortuny también buscaba sobresalir. Las muestras por exteriorizar su cercanía con el presidente resultan inocultables y sus memorias reflejan fielmente esa necesidad permanente de “mostrarse” como el personaje “clave” de muchos de los trascendentes hechos históricos de aquellos años. Entre los gestos algo incómodos por lo ostensibles que resultaban, Jacobo Arbenz Vilanova —hijo del ex presidente— recuerda la manera como Fortuny siempre “parqueaba el carro frente a la casa presidencial”.

De todas formas, importa subrayar que junto a Jacobo, Fortuny vivió los últimos momentos de la revolución, redactando la famosa misiva de renuncia que el presidente grabara la tarde del 27 de junio de 1954.

A consecuencia de ello y al igual que un buen número de guatemaltecos, ambos debieron optar por salvar la vida asilándose en la Embajada de México. Partieron rumbo a ese país para comenzar sus respectivos exilios meses más tarde y, aunque en el caso de Jacobo, jamás pudo regresar a Guatemala, las peripecias del destierro fueron sufridas —y en momentos también compartidas— por ambos.

El golpe militar y las motivaciones de Estados Unidos

Liberados en su casi totalidad los registros de la operación encubierta por medio de la cual la CIA forzó el derrocamiento del presidente Arbenz en junio 1954, ha quedado definitivamente claro que el tema constituye un evento decisivo de la Guerra Fría. No debe entonces sorprender que dada la trascendencia del mismo, hecho que ya fuera percibido en su momento, un buen número de estudiosos haya dedicado sus esfuerzos a tratar de comprender aquellos episodios. Con los registros ahora públicos y a más de medio siglo de aquellos hechos, el debate historiográfico coincide en que la decisión de derrocar a Arbenz por parte de Estados Unidos estuvo motivada por los imperativos ideológicos y políticos propios del enfrentamiento bipolar. Aclarado ese tópico y puesto en evidencia que más allá del vasto operativo diseñado por la CIA el presidente guatemalteco cayó mediando un golpe militar, aún resultan escasas las investigaciones relativas al exilio guatemalteco.

La “diáspora guatemalteca” en el exilio

Derribado Arbenz del poder, los principales funcionarios gubernamentales y simpatizantes debieron solicitar asilo político en diferentes Embajadas o Legaciones para intentar evitar la cárcel o el linchamiento por parte de las fuerzas contrarrevolucionarias. Desde la radio clandestina, los anticomunistas amenazaron con “fuertes represalias” contra todo aquel que hubiese colaborado con el anterior gobierno, lo cual expandió un sentimiento de “pánico colectivo” entre la población. En razón de ello y como han identificado especialistas en Derecho Internacional, la crisis de Guatemala derivó en un inusual “asilo político en masa”.

Naturalmente, las misiones de los países limítrofes a Guatemala — fundamentalmente México— constituían un polo de preferente atracción. Pero la capacidad de las mismas era limitada y el número de asilados muy superior a aquella. Por esa razón, otras representaciones del sur del continente, como los casos de Chile, Ecuador, Brasil, Argentina y Uruguay, también recibieron a un buen número de guatemaltecos presurosos de salvar su vida.

El caso de la Legación de este último país fue especial. Inicialmente, sus grandes vecinos —Argentina y Brasil— ofrecían mejores posibilidades de desarrollo que el pequeño Uruguay. Sin embargo, sólo se trataba de apariencias. Aunque amistosamente el Brasil trasladó en su avión militar a los guatemaltecos asilados en la sede uruguaya — abaratando los costos y facilitándole a su vecino cumplir los acuerdos internacionales— de allí en más su actitud se alejó en demasía de lo que podría llamarse “cordialidad”. Aunque no debe obviarse que los exiliados guatemaltecos llegaron al país en un momento especial en su historia —recuérdese que el presidente Getulio Vargas se había suicidado a fines de agosto de 1954 dejando un emotivo testamento—, también resulta evidente que el Departamento de Estado presionó con insistencia a los países de la región buscando que la ambigua resolución anticomunista aprobaba en Caracas fuera ampliamente cumplida.

Debe añadirse que muy similar —por lo hostil— fue la conducta Argentina y también en este caso cabe consignar la manifiesta premura de Washington para que el gobierno de Buenos Aires emprendiera “acciones” “contra el comunismo”. Un memorándum de la conversación mantenida entre el presidente Juan D. Perón y Henry Holland, Secretario Asistente para Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado, revela que el presidente argentino mostró un “fuerte énfasis” anticomunista ante el funcionario norteamericano, asegurándole que “acentuaría la represión interna y que se controlaría a los exiliados guatemaltecos”, negándole al ex embajador de Arbenz la posibilidad de brindar “conferencias públicas”.

Empero, lo afirmado no explica totalmente las razones por las cuales las medidas aplicadas por Argentina y Brasil fueron tan extremas.16 ¿O acaso Uruguay podía resistir mejor las presiones de Estados Unidos? Así las cosas, Montevideo culminó transformándose en un sitio de refugio seguro y sobre todo, cordial para los diez desterrados guatemaltecos. Además de respetar lo que era una tradición muy firme y arraigada sobre el tema, el gobierno de entonces —cuya figura más influyente era Luis Batlle Berres— era consecuente con una actitud ampliamente favorable hacia los regímenes de Arévalo y Arbenz, además de condenatoria del intervencionismo norteamericano, aunque ello sin dejar de lado una evidente prudencia dirigida a no enemistarse con Estados Unidos en momentos de difícil relacionamiento con el gobierno peronista. A este respecto y más allá de los pronunciamientos públicos y editoriales, importa destacar parte del contenido de un memorándum elevado al jefe de Estado por uno de sus más cercanos asesores. En dicho documento, el emisor “le pide y le encarece” a Batlle la “mayor atención para el asunto Guatemala”, aconsejándole mantenerse en la “misma línea que significa: Ni United Fruit ni Comunismo”. Actitud que debía redoblar no sólo por cuestiones ideológicas sino en razón del sostenido conflicto con el vecino rioplatense, de cuya actitud se dudaba ampliamente: “(…) en lugar de embanderarnos contra Guatemala con posible sospecha sobre nuestra actitud debemos sostener acción mediadora contraria a toda acción exterior.

Para nosotros debe ser tan mala una agresión preparada en Honduras como otra agresión que fuese preparada en Entre Ríos”. Debe evitarse, proseguía el asesor, que “Montevideo descienda al nivel de Caracas en materia internacional”.

La “visita defensiva” de Juan José Arévalo a Montevideo los días previos al comienzo de la invasión por parte de Castillo Armas —movilizando en la oportunidad a una importante cantidad de público— y la excelente imagen que dejara Manuel Galich contribuyeron de manera significativa para el cordial recibimiento de los exiliados. Las muestras de simpatía fueron varias y resulta importante destacar que las mismas provenían de un amplio espectro que abarcaba a los sectores mayoritarios de los partidos tradicionales del país —el gobernante Colorado y el Nacional— además de los partidos de izquierda, minoritarios y sólo con “testimonial” representación parlamentaria.

La Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) nombró una delegación para esperar a los exiliados en la Terminal aérea. El influyente semanario independiente Marcha les dio la bienvenida y exhortó a sus lectores “a participar en la ayuda a los exiliados” ofreciendo su sede para la entrega de las “donaciones”.

La revista del Partido Socialista haría lo propio, publicando varias colaboraciones. Los comunistas locales, además de publicar notas, le ofrecieron a uno de los emigrados, Miguel Ángel Vázquez —“el guate”—,se encargara de las informaciones internacionales, lo que hizo hasta bien entrado el año 1958. Por último, cabe agregar que el Directorio del Partido Nacional en pleno recibió en su sede a la maestra Consuelo Pereira de Vázquez, esposa de Miguel Ángel. Tras una breve presentación por parte de uno de los senadores más allegados al líder blanco Luis Alberto de Herrera, Consuelo Pereira arremetió con una cerrada y apasionada oratoria para defender los logros de la revolución guatemalteca, denunciando al “imperialismo estadounidense” y a “la Frutera” como instigadores del golpe contra Arbenz.

Igualmente, dichas gratitudes públicas contrastaban con lo que era una celosa y discreta vigilancia cumplida por el Servicio de Inteligencia y Enlace (SIE) de la Policía de Montevideo, un desprendimiento “natural” de la estación local de la CIA, que de manera directa no podía asumir esas tareas sin poner en riesgo su privilegiada relación con la policía local. Algo que, cabe agregar, ha sido recientemente confirmado por uno de sus ex directores, quien recuerda que “en la policía debíamos entregarle a los yanquis copia de todos nuestros informes referentes a las investigaciones que realizábamos”.

Una carpeta de asunto conserva las fotografías originales, firmas y huellas dactilares de los emigrados guatemaltecos y que fueran tomadas al llegar éstos a Montevideo. Se trataba de algo poco usual ya que esa documentación debería permanecer en la cancillería y no en el servicio de inteligencia. En razón de lo antes afirmado no parece exagerado suponer que su conservación en dicho repositorio pueda explicarse por la cercanía de varios agentes del SIE con la estación de la CIA. Ello no sorprende ya que el SIE fue informado de los antecedentes políticos de los recién llegados por comunicación del Comité Nacional de Defensa Contra el Comunismo, un organismo de inteligencia creado en Guatemala por la CIA tras el derrocamiento de Arbenz y que se manejaba en sus menesteres con “fondos confidenciales ejecutivos” dependiendo directamente del Presidente. Significativa es la anotación que figura en la ficha personal de Edmundo Guerrero Castellanos pues parece corroborar la existencia de tempranos —y bien coordinados— esfuerzos de represión entre los aparatos de inteligencia latinoamericanos: “Según nota No. 2568 de fecha 31 de mayo de 1955 del Comité de Defensa Nac. Contra el comunismo de Guatemala, el reseñado” figura “en órganos del Partido Guatemalteco del Trabajo (PÁG.Comunista) desempeñando el cargo de presidente de la Junta Nal. Electoral del Depto. De Guatemala.– Figura en la lista de los principales comunistas de Guatemala”.

Arbenz y Arévalo en Montevideo

El Uruguay, que como brevemente se describió, había vivido con intensidad y optimismo todo el proceso revolucionario guatemalteco, asistió con impotencia al final del gobierno de Arbenz. Por ello y por tratarse de un país hospitalario en la materia, supo recibir y albergar por un tiempo a los dos ex presidentes de la denominada “primavera democrática”.

Arévalo, que tenía especial estima para con el Uruguay, arribó a Montevideo en varias ocasiones antes, durante y después de la renuncia de su sucesor, estableciéndose de manera estable entre 1958 y principios del siguiente año, cuando aceptó una cátedra universitaria en Venezuela. Gozó de cierta libertad y pudo expresarse a través de artículos periodísticos que el semanario Marcha recibió gustoso.

El arribo de Arbenz y su familia a mediados de 1957 sí fue diferente. Su amistad con los comunistas, especialmente con el propio Fortuny, y su pasaje obligado por Checoslovaquia, la URSS y China en el marco de un exilio doloroso, despertaban importantes sospechas. La CIA programó y efectivamente puso en práctica una intensa serie de “operaciones en contra” a través de la prensa periódica, el cine y los ámbitos de la diplomacia, buscando presionar al gobierno uruguayo para que no otorgara al guatemalteco la residencia. Fracasado en este último aspecto, primaron las labores de desgaste a través de un sospechoso y riguroso control policial del asilado, su familia y amistades. El grueso de dichas actividades era asumida por parte del SIE y las peripecias del “caso Arbenz” exhiben una llamativa libertad de movimiento por parte del citado servicio.

Aunque el asilado era grato para las principales figuras políticas del oficialista Partido Colorado, el gobierno no pudo evitar que los agentes policiales se abocaran con particular celo a la vigilancia del guatemalteco. Ello se vio notoriamente acrecentado durante 1958 y, muy especialmente, desde que el oficialismo perdiera a manos del Partido Nacional las elecciones nacionales celebradas a fines del 58. Dichos señalamientos explicarán, junto a otros factores que a continuación trataremos, la denodada actitud anticomunista de la inteligencia policial uruguaya, cultivada desde tres décadas atrás.

Las “actividades comunistas” y las policías políticas de la región

Especialmente la Tercera Internacional no hubiera tenido la importancia que tuvo de no haber sido por su manifiesta misión de integrar a los partidos comunistas mundiales, los sindicatos obreros, el campesinado, los intelectuales y la juventud en una “magna organización mundial” destinada a derrotar al capitalismo y reemplazarlo por el socialismo”. En razón de ello, tales disposiciones promovieron la existencia de una especial preocupación de parte de las agencias de inteligencia a nivel internacional, que mantuvieron a los comunistas bajo un atento “escrutinio” desplegando tempranas labores de “inteligencia preventiva”. Por su naturaleza, buena parte de dichas tareas recayeron en cuerpos de inteligencia policial y, aunque su acción ha evitado dejar huellas, no parece arriesgado argumentar que los servicios secretos de la región compartieron información confidencial bastante antes que la Guerra Fría irrumpiera en la escena internacional. Según la hipótesis de una politóloga estadounidense, la denominada Operación Cóndor sólo fue la “manifestación de una estrategia anticomunista más amplia” y anterior.

Algunos breves ejemplos y la investigación de la cual es resultado parcial este capítulo, corroboran la validez de su interpretación.

En los años treinta y a consecuencia del levantamiento indígena en El Salvador, la policía ubiquista fue prontamente informada por sus colegas salvadoreños acerca de los militantes comunistas que habían conseguido escapar hacia Guatemala una vez fracasado el complot y fue la propia Gaceta de la Policía donde además de publicar los documentos sobre dicho proceso, dejaba “entrever de que estaba al tanto de los sucesos insurreccionales de El Salvador”.

Poco después y en esta oportunidad sí mediando un intento revolucionario auspiciado por Moscú en Brasil, la región se vio convulsionada. Tanto como ello, y según un documento recientemente hallado en archivos oficiales de Brasil, los servicios de inteligencia uruguayos y brasileños trabajaron coordinadamente en la ocasión. Aunque como fuera mencionado, la creación del SIE en la policía uruguaya respondió a los avatares de la Guerra Fría —sus inicios se remontan a septiembre de 1947—, el celo anticomunista de ella precedió a ese enfrentamiento bipolar y, por ende, sus archivos conservan información previa a 1947. Y uno de los casos corroborados es precisamente el de Luis Carlos Prestes, a quien se le iniciaron sus antecedentes y prontuario respectivo en abril de 1936. Como se evidencia por los sellos que lucen las copias de fotografías y huellas dactilares, tales registros habían sido cedidos por sus colegas brasileños.

El temprano prontuario personal del dirigente Enrique Rodríguez, cuyos vínculos internacionales le aseguraban un lugar de importancia entre las figuras más visibles del Partido Comunista de Uruguay, exhibe importante evidencia respecto al manejo común de información confidencial así como al trabajo conjunto de la policía uruguaya con su par argentina.

Ambos señalamientos no resultan sorprendentes ya que, por lo menos desde los tempranos años 30, las policías políticas de la región compartían un objetivo común: la represión y control de “actividades comunistas”, fueran estas reales o imaginarias.

La creciente inmigración desde Europa hacia la Argentina y la expansión con ella del anarquismo promovieron desde el régimen oligárquico la creación de “organizaciones” que desde la policía fueran capaces de controlar las actividades de aquellos. De esta forma, sostiene una investigadora, el régimen combinaba “prácticas inclusivas” y “prácticas excluyentes”, éstas últimas, especialmente dirigidas contra los anarquistas y el movimiento trabajador. El golpe militar de 1930 puso fin al proceso de democratización policial impulsado desde la asunción de Hipólito Yrigoyen en 1916. Y desde allí, la misma tendió a politizarse crecientemente, razón por la cual el control de las disidencias se transformó en la “principal actividad” policial. El golpe de 1943 no hizo sino fortalecer dicho carácter consolidando a nivel nacional el “control estatal del uso de la fuerza” para que, de esa forma, el régimen se protegiera “contra los enemigos”. Entre ellos, y según se ha podido estudiar en sus publicaciones, la policía argentina mostraba temprana predisposición para combatir la influencia del comunismo, a quien definía como el “terrible enemigo de la nación y de sus instituciones”.

Similares señalamientos caben hacia la policía brasileña, cuyo marcado anticomunismo resultó tan temprano como el de sus colegas argentinos, en especial para los servicios policiales de Río de Janeiro en cuyas actividades contaron con amplia participación del Ejército.

La coordinación trascendía al sur del continente. Cuando el matemático e importante dirigente comunista uruguayo José Luis Massera realizó las gestiones y finalmente obtuvo una beca de estudio en los Estados Unidos, el FBI norteamericano estaba al corriente de todos sus antecedentes personales, familiares y políticos. ¿Quién si no la policía uruguaya podía ser la “fuente confidencial” y “creíble” que menciona en su informe el Director del FBI?. Resulta interesante advertir que el documento también contiene información anterior al trabajo del SIE, lo cual parece revelar la existencia —en otras dependencias que aún los historiadores no conocemos— de informaciones policiales previas a la Guerra Fría, aunque inspiradas en una lógica anticomunista muy similar.

Montevideo: el “nido” de los comunistas

Dentro de ese espacio latinoamericano, el caso uruguayo merece especial atención. La circunstancia de haber sido el primer país de América del Sur —durante agosto de 1926— en formalizar vínculos diplomáticos con los soviéticos —promotores de la Revolución Mundial— fundamentó la existencia de muy tempranas tareas de control policial respecto de las “actividades comunistas”, un concepto simplificador y flexible donde cabían una importante cantidad de opciones políticas que no necesariamente suponían una identificación político-partidaria con el marxismo-leninismo.

Según fuentes policiales, era la “garra de la III Internacional moviendo en nuestro país una fuerza profundamente perturbadora, orientada, sin duda alguna, hacia la destrucción del sistema gubernamental” —pues los “soviets” deseaban “implantar en los países de América la dictadura democrática del proletariado”—, la que justificaba dichas labores preventivas. A lo cual corresponde agregar, siempre según el mismo documento, que los orígenes de la “celosa vigilancia” de los “focos” comunistas —dentro de los cuales la policía había comprobado la existencia de “agitadores profesionales”—, se remontaba a 1921, año en que la labor de la policía uruguaya sufrió “una intensificación progresiva” para vigilar dichas actividades y desde allí, proceder a iniciar una “investigación paciente y dificultosa acerca de los elementos desconocidos que arribaban al país”.

En función de lo señalado parece comprensible la visible preocupación exhibida en sus informes por los diplomáticos extranjeros acreditados en Montevideo desde inicios de los años treinta, definiendo a esta capital como un “nido de comunismo”. Aunque no cabe duda acerca del carácter distorsionado de varios de dichos telegramas, no todo era suspicacia y exageración: cuando el suizo Jules Humbert-Droz —un importante cuadro de la Internacional comunista—, visitó Montevideo, se refirió a ella en estos términos:

“Es una pequeña ciudad provinciana, un poco como Lyon, bastante muerta y tranquila. Desde el punto de vista policial, esto es de una seguridad desconcertante. Cada uno entra y sale como quiere sin presentar papeles y dando el nombre que quiera. Una vez adentro ya no hay control. Es un verdadero paraíso para los ‘comerciantes de nuestra especie’”.

Esas circunstancias no pasaban desapercibidas para las autoridades políticas y policiales uruguayas y si bien éstas últimas bregaron insistentemente por una legislación más “eficaz” —por lo restrictiva—, sus mensajes tuvieron escaso eco, muy probablemente porque la estabilidad política uruguaya —habitualmente destacada desde el exterior—, constituía un factor de autocomplacencia decisivo. Sin embargo, más allá de la retórica pública de las autoridades, convencidas del valor que tenía la “excepcionalidad democrática” del sistema político-partidario de Uruguay, hoy sabemos que también pesaron “razones de inteligencia” en las decisiones de no ilegalizar a los partidos políticos que conformaban la izquierda, especialmente al Partido Comunista local:

“Quizás no sea conveniente llevar al comunismo a la clandestinidad dado que ello obligaría a nuestra Policía a descubrir las nuevas organizaciones y conocer los nuevos métodos de trabajo y enlace que dicho partido adoptaría, necesariamente, al colocarse fuera de la ley”.

De todas formas y también remitiéndonos a sus propios documentos, las “amplias facilidades” que ofrecía el país parecían notorias y hay importante evidencia documental acerca de cómo la inteligencia policial uruguaya manejaba la situación. Un memorándum de esa repartición estatal mientras en Europa tenía lugar la Segunda Guerra Mundial, advertía que Uruguay era “el Centro del Comunismo en la América del Sur en la misma forma que lo es Méjico para la América del Norte”. Agregándose en el mismo informe que desde Montevideo se canalizaba propaganda comunista hacia los países vecinos, especialmente Argentina, Brasil, Chile y Bolivia. La presencia de instituciones culturales soviéticas en los departamentos fronterizos más importantes de Uruguay con Argentina y Brasil puede explicarse precisamente por ello. En respuesta, el control de las actividades allí desplegadas fue entonces prioritario para los servicios, desde donde se evaluaba que Montevideo constituía una “base libre” de permanente ingreso de propaganda.

Una investigación reciente sobre uno de los más célebres espías del KGB, evidencia que Montevideo era uno de los sitios más estables para su actuación en América del Sur.

En razón de ello, y como se corrobora en los registros consultados, cabe suponer que la paranoia de la Guerra Fría sistematizó y expandió prácticas que ya tenían —por lo menos— dos décadas en el país, aunque como se ha visto ellas asumían un carácter regional.

Todo indica que en ello la influencia de Estados Unidos resultó decisiva, haciéndose evidente que la misma se enmarcaba en una política hemisférica más amplia cuya finalidad era alentar y financiar la profesionalización de los servicios de inteligencia policial y militar latinoamericanos encauzando los objetivos de estos en la contención y represión del “comunismo”, algo que indudablemente consiguió.

La Cancillería guatemalteca, los embajadoresy sus labores de espionaje

Una vez arribados al poder, hay evidencia de la premura con que el gobierno liberacionista dirigió sus acciones para conseguir documentación inherente a eventuales “instrucciones especiales” que durante los “dos gobiernos anteriores” se hubieran otorgado para facilitar los viajes de “políticos” y “comunistas”. Resulta plausible relacionar dichos pedidos con la imperiosa necesidad norteamericana de conseguir pruebas acerca del carácter “comunista” del régimen derrocado. Debe subrayarse que la posibilidad de obtener “evidencia documental” con la cual exponer la “conspiración comunista” en los asuntos de Guatemala, había sido definida como uno de los “objetivos primarios” por parte de la CIA, que envió a varios de sus oficiales a Ciudad de Guatemala durante 10 días para que coordinasen la creación de una fuerza de seguridad local inspirada en el anticomunismo y que fuera “eficaz”. La razón de este énfasis se derivaba de que el golpe reveló que más allá de su buena voluntad, la Guardia Civil no había podido apresar a los principales líderes comunistas que consiguieron refugiarse en las embajadas mexicana, chilena, salvadoreña y argentina entre otras.

Tal circunstancia no pasó desapercibida para el gobierno estadounidense y fue seguida con atención por parte de la CIA, quien evaluó la peligrosidad de los exiliados guatemaltecos dispersos en el continente.

Ello explica, en parte, la incansable tarea anticomunista de los diplomáticos liberacionistas. De esta forma hoy sabemos que los embajadores guatemaltecos remitían asiduamente a la cancillería de su país recortes de prensa e informaciones relativas a los exiliados opositores a la dictadura instaurada tras el golpe de estado. En buena medida, el resultado de las mismas era el fruto natural de sus intensas labores de espionaje y contra-propaganda. Sus funciones en ese sentido se veían facilitadas tanto por los estrechos vínculos con los servicios de inteligencia locales así como también por las sumas de dinero invertidas discretamente en periodistas que habitualmente difundían “noticias” dirigidas a ponderar al nuevo régimen guatemalteco.

José Manuel Fortuny: una “figura clave” paralos servicios de inteligencia

Por su condición de comunista, la vigilancia y control de las actividades de Fortuny se constituyeron en un objetivo prioritario para los servicios de inteligencia, cuya “misión” es la de “generar conocimiento para anticiparse a las amenazas y asistir a la toma de decisiones”.66 Aunque debe reconocerse que las funciones propias de dichos organismos son inherentes a todo Estado, parece pertinente recordar que la crisis de Guatemala —en medio de la caza de brujas promovida por la histeria “macarthista”—, había incentivado notoriamente la colaboración entre las policías políticas de la región al reclamar de parte de los países latinoamericanos “un alto grado de cooperación internacional” e “intercambio de información” a los efectos de reprimir las actividades de aquellas “personas que hagan propaganda del movimiento comunista internacional”. Durante 1958, el Departamento de Estado reconoció, al momento de caracterizar su política hacia América Latina, que “en consonancia con la Resolución de Caracas” sobre el comunismo, había “proporcionado información sobre los comunistas a los gobiernos latinoamericanos” buscando que éstos restringieran sus intercambios con el bloque soviético. No sólo ello alentaba Estados Unidos: también buscaba fortalecer las “capacidades” de las fuerzas de seguridad pública locales cuyas “actividades” se dirigían a dejar sin efecto el accionar comunista. Merece subrayarse que ese tipo de colaboración entrañaba “peligros” para Estados Unidos: en caso de que sus actividades “extra legales” salieran a la luz pública sería algo “repugnante” para la sociedad.

En razón de ello y remitiéndonos a lo recabado, es notorio que el dirigente guatemalteco era una figura “conocida” en suelo latinoamericano. No resulta novedoso que entre la documentación desclasificada por la CIA pueda hallarse un importante número de registros dedicados a Fortuny y que abarcan diferentes etapas de su carrera comunista.

Un documento relativo al comunista cubano Juan Marinello menciona, entre varios otros, a Fortuny como el referente guatemalteco del comunismo internacional, junto a Carlos Manuel Pellecer y Víctor Manuel Gutiérrez. Se trataba de un boletín del Servicio Especial de Información (SEI) que poseía carácter “Confidencial” y, como consta en el encabezado de cada página, había sido confeccionado para su uso “exclusivo” por “Autoridades do Brasil e dos Paises Latino-Americanos”, lo cual aporta mayor evidencia al mencionado tema del manejo coordinado de información confidencial de inteligencia entre las agencias de la región bastante antes que el Plan Cóndor se instaurara.

El archivo de la Policía Nacional de Guatemala hallado en 2005 permite interpretaciones similares, aunque la ficha personal de Fortuny no parece todo lo elocuente que debiera ser en razón de sus vínculos internacionales. De todas formas, el prontuario deja entrever la creciente paranoia anticomunista que ganó a la Policía guatemalteca una vez derrocado Arbenz. Desde ese momento las anotaciones relativas a Fortuny se acrecentaron y la primera de ellas corresponde al 23 de agosto de 1954, cuando las autoridades policiales, informadas por la Guardia Nacional, registraron que Fortuny y Víctor Manuel Gutiérrez “llegaban a soliviantar los ánimos en la Administración de Arbenz”. Años más tarde y mientras el dirigente guatemalteco se encontraba en la URSS asistiendo al 40 aniversario de la Revolución bolchevique, la Jefatura de la Policía Nacional estrechó la vigilancia en la frontera con México, solicitando en la oportunidad su captura y detención por “tenerse conocimiento” de que intentaba ingresar al país.

La Organización Democrática Latinoamericana (ODLA), una “fuente” natural de la policía uruguaya, confeccionaba un “Boletín informativo” que, según se decía desde su portada, contenía “Material reservado a personas con cargo de dirección y responsables”. Así, el citado boletín no pasó por alto la presencia de Fortuny en Montevideo durante el mes de agosto de 1958.

Naturalmente, José Manuel era alguien conocido para el SIE. Según un detallado y minucioso documento “secreto” conservado entre la información relativa al guatemalteco, este era una “figura clave en la organización clandestina del Partido Comunista de Guatemala” siendo “el oficial de enlace autorizado entre el Partido Comunista y Arbenz, y muy influyente como asesor y confidente del Presidente”. En suma, y siempre según el mismo documento, “para fines de 1957” se informó que Fortuny había viajado rumbo a Moscú para “asistir al Cuadragesimo [sic] Aniversario de la Revolución Roja…utilizando un pasaporte Mexicano obtenido ilegalmente en un nombre no suyo y intentando [sic] de modificar su aspecto fisico [sic]”. La confusa redacción del informe sugiere que la lengua madre de los autores del mismo no era el español y todo indica que el documento constituye un “dossier” personal confeccionado por la CIA para su manejo común por parte de las agencias de la región.

Es altamente probable que la información que en su momento publicara la revista latinoamericana Visión tras el arresto de Fortuny en Brasil, tuviera como fuente original el informe que comentamos, no sólo por las manifiestas coincidencias de su texto sino porque, como se afirmaba en la nota periodística, estaban dando a conocer un “texto abreviado” de uno de los “dossiers” que les fuera entregado a los periodistas por los “departamentos de policía y gobiernos”.

En suma, también resulta atinado interpretar que se trata de un caso típico de manejo común de información ya que el propio Fortuny, refiriéndose en sus memorias a su detención en Brasil, comentó que el Inspector a cargo del operativo “extrajo un legajo de papeles” donde constaba “un gran expediente sobre mi vida” que incluía “fotografías mías de años atrás”.

En cuanto a ello debe reconocerse que Fortuny no exageraba. El “dossier” contenía información veraz respecto a la amistad que unía al dirigente comunista con el presidente derrocado: “Desde sus días de estudiante Fortuny fué [sic] íntimo confidente y consejero de Jacobo Arbenz, el ex Presidente de Guatemala, y de María Vilanova de Arbenz. Fué [sic] mayormente a través de Fortuny que los Arbenz recibieron su adoctrinamiento comunista”. También certeros eran los datos relativos a episodios sucedidos al interior del comunismo guatemalteco durante los días de exilio en México: “Posteriormente fué [sic] sometido a un proceso disciplinario formal en México en 1955 por los miembros del Comité Central del PGT, en el cual fué [sic] acusado de ‘conducta personal indigna de su cargo’ y de haber expresado ‘opiniones políticas erróneas y pesimistas’ durante la crisis que culminó en el derrocamiento del gobierno de Arbenz”.

De todas formas, nada sorprende como la minuciosidad exhibida en cuanto a los “datos verídicos” actualizados a “Noviembre de 1957” y que incluían, además de varias fotografías, información sobre su edad y la “que aparenta”; “estatura”; “peso”; “postura”; “tez”; “nariz”; “frente”; “ojos”, “orejas” e inclusive sobre el aspecto de la “dentadura”, también importante ya que sus “dientes inferiores [estaban] manchados por tabaco”.

Tampoco sus hábitos quedaron fuera del informe: tras definir al guatemalteco como “fumador empedernido”, “bebedor” y “nervioso”, el documento secreto hacía constar —previendo las medidas preventivas de Fortuny para despistar a los servicios— las cicatrices que poseía: una “cicatriz bajo ceja derecha” que “causa aspecto burlón” y otra de “3,8 cm en la frente”. Por último y habiendo consignado con tanto detalle las características verdaderas del personaje, el “dossier” cerraba con los denominados “datos alterados”, actualizados en la misma fecha que sus “datos verídicos”: el nombre falso era “Martín Gonzalez Frías”, haciéndose pasar como “mexicano” con unos “lentes con pesada armadura de concha” y “cabello” “teñido rojo”.

“Pedro Armando Cairoli”: Fortuny “clandestino” en Montevideo

Pese a tanta evidencia y detalle, Fortuny logró sortear los controles policiales arribando a Montevideo procedente desde Brasil en agosto de 1958. Previamente había permanecido como asilado en México y desde ese país emprendió viaje rumbo a la URSS en representación del comunismo guatemalteco. Era la primera vez que llegaba a dicho país y según consignara en sus memorias, “ese viaje y sus incidentes determinaron que me quedara fuera de México varios años. Me quedé varado en la Unión Soviética y en América del Sur”.

Aunque el famoso discurso secreto de Jruschov condenando a Stalin se filtró al mundo occidental, “durante unos años siguió habiendo razones para defender el patriotismo soviético y creer en el comunismo reformado” observa un historiador ruso. Debe recordarse, como prosigue el mismo profesor Zubok, que “la Unión Soviética demostraba un crecimiento económico impresionante, restaurando y expandiendo su poder industrial” y por esa razón “en los países de Asia, África y América Latina el atractivo que suscitaba el sistema soviético de modernización alcanzó sus máximos”. En suma, es pertinente destacar que por ese entonces la propia URSS se encontraba abocada en una importante ofensiva económica en el Tercer Mundo. Y, paralelamente a ello, las manifestaciones anti- norteamericanas a que dio lugar la gira latinoamericana de Richard Nixon habían sido muy visibles provocando un justificado temor en el Departamento de Estado.

En ese marco, los Estados Unidos se esforzaron por matizar las concepciones negativas de los latinoamericanos que tendían a interpretar —no sin fundamento— como displicente su actitud hacia la región, fundamentalmente en lo que atañe al desarrollo económico. Una investigación reciente argumenta que dichos cambios, además de haber surgido por la necesidad de dar respuesta a la mencionada ofensiva económica soviética de los años 1958-59 en América Latina,89 también respondieron a una no menor necesidad de resguardar sus intereses estratégicos en la región, presentándose como la potencia que habría de vencer en la Guerra Fría.

Lo antedicho y el expandido clima anticomunista explican el momento especialmente ríspido por el que atravesaba la región al momento de retornar Fortuny desde la URSS. Además de percibir la diferente consideración que merecían los comunistas europeos respecto de sus camaradas latinoamericanos, el dirigente guatemalteco reconoció que tras las celebraciones, entre diciembre de 1957 y enero de 1958, “nos dieron charlas sobre métodos de clandestinaje, sobre diversos aspectos de la guerra popular prolongada que había librado el Partido Comunista con Mao al frente, sobre técnicas de propaganda, de agitación, etc.”. Luego de las mismas y mediando las consabidas medidas de seguridad, logró llegar a Río de Janeiro ingresando poco después al Uruguay.

La CIA estaba enterada del viaje y de cuáles eran sus intenciones: “quería ir a Venezuela pero el gobierno de Venezuela no le dio la visa”. Tampoco lo hizo el gobierno del Brasil y por eso la breve nota llegada al SIE le prevenía a éste de que Fortuny “intenta venir a Montevideo para ponerse en contacto con Arbenz”. Por esa importante razón, la hoja suelta advertía que “en sus viajes el ha usado documentos falsos. Cuando el fue a Moscú caminaba en nombre de Martin Gonzalez Frias, con pasaporte Mexicano falso. Posiblemente el venga acá con documentos en nombre de Felipe Tzay Marroquin, alias Jose Luis Ramos, comunista Guatemalteco ya atras de la cortina de hierro”. La ausencia de firmas, fechas, su escasamente prolija redacción —como puede verse los tildes eran excepcionalmente empleados— y, fundamentalmente, la incorrecta conjugación de los tiempos verbales sugieren que la esquela provenía de la estación de la CIA en Montevideo.

Pese a todas las previsiones y abordando un avión de la compañía Varig —“cuyas tarifas eran las más baratas”—, Fortuny arribó a Montevideo el 7 de agosto sin ser detectado. En la ocasión empleó un pasaporte falso a nombre de un ciudadano argentino, declarando ser empresario teatral a las autoridades de migración. “Pedro Armando Cairoli” era el “nombre” del “empresario”. Se alojó en el céntrico Hotel España y sus movimientos en dicho sitio fueron discretos, tanto como su estadía. Cuando los agentes del SIE concurrieron al lugar y exhibieron a su personal varias fotos del guatemalteco, la respuesta unánime fue que Fortuny no había pasado por allí ya que de haberlo hecho lo tendrían presente en función de que “en estos últimos tiempos han tenido pocos pasajeros y los que tienen son más o menos estables y conocidos”.

Según sus memorias, un insoportable “dolor de muelas” había ayudado para que permaneciera poco tiempo en el hotel ya que “buscar un dentista” en forma urgente se hizo imperioso. Solucionado el inconveniente dental, “Cairoli” fue al encuentro de los camaradas orientales, a quienes llegó —siempre de acuerdo a su propia versión— “a través del periódico matutino que publicaban”. El contacto se hizo a través de uno de los más importantes cuadros dirigentes del Partido Comunista del Uruguay (PCU): Enrique Rodríguez. Cuando se vieron “nos dimos un abrazo” recuerda el guatemalteco en su trabajo. En efecto, para el comunista uruguayo Fortuny no era un desconocido y recordaba perfectamente el final de aquel experimento revolucionario. El propio ex presidente Arbenz, que desde el año anterior vivía en Montevideo, había departido ampliamente con Rodríguez transmitiéndole los principales episodios de aquellos intensos días finales de su gobierno recuerda una amiga en común de ambos. Por obvias razones cuando se encontraron Rodríguez le dijo que “hoy en la tarde” lo alojarían “en casa de un camarada” donde “te tratarán muy bien”. Se trataba, como bien consignó en sus memorias, de la casa de un compañero “albañil”. El asado y el mate “llenaban una y otra vez la bombilla con agua caliente”. “Su casa era tan fría que yo dormía en un sofá vestido y con el abrigo puesto”, circunstancia más que probable por tratarse de mes especialmente frío en Uruguay.

Luego de establecido, llegó el contacto con su viejo amigo Jacobo. Fortuny afirmó que ese era precisamente “el objetivo de mi viaje”. Se reunieron en unas tres ocasiones y mediando importantes medidas de seguridad. Los movimientos del ex presidente se encontraban controlados por parte del SIE y si la policía descubría sus reuniones con su amigo “clandestino”, el ex mandatario y su familia estarían en problemas. Además de referirse a la situación de Guatemala, según parece ambos departieron acerca del documento del PGT que circulaba clandestinamente —la ya referida “Legítima Leche de Magnesia de Phillips”— y sobre el cual el ex presidente le manifestó varias reservas. Tanto su amigo como más tarde su propia viuda, consignaron por separado que aquél “folleto” fue “para Jacobo un golpe muy duro” ya que “el PGT lo atacaba y prácticamente lo señalaba como cobarde”.

Sin embargo, no eran solamente esos los temas a tratar: allí estuvo presente la espinosa y delicada vinculación de Arbenz con Fortuny y el PGT.103 La suspicacia ha sido tanta que aún hoy el abordaje del tema resulta complejo. Según Fortuny, que en verdad nunca perdió oportunidad para presentarse como el “centro” de cada cuestión inherente a Arbenz, el cometido de su presencia secreta en Montevideo era comunicarle a su amigo la “respuesta afirmativa del PGT a su solicitud de ingreso”. El profesor Gleijeses, fuertemente influido por sus entrevistas con Fortuny, corrobora que Arbenz ingresó oficialmente al PGT en 1957 mientras estaba en Uruguay. Un documento de la CIA, basado en información suministrada por Carlos Manuel Pellecer —por ese entonces, y pese a las sospechas que ya pesaban en torno a su figura, también comunista— en septiembre de 1955, daba cuenta que Arbenz había “calificado” como miembro del PGT a través de un “agente de enlace” de los Partidos Comunistas en el área del Caribe. En ese momento su “aceptación” fue mantenida “en espera” y, según anotaron los agentes a renglón seguido, aquello no debía ser “mencionado de ninguna manera ya que su efecto puede ser contraproducente” dejando en evidencia “la fuente”.

“Figueroa” y el XVII Congreso del PCU

A la semana de su arribo a Montevideo tuvo lugar un congreso partidario del PCU, entre los días 15 y 20 de agosto. Se trataba de una instancia importante por varios motivos. En primer lugar porque constituía un evento de reafirmación ideológica especialmente significativo debido a la crisis interna que había golpeado al Partido tres años antes, oportunidad donde se había producido la expulsión del Secretario General Eugenio Gómez. Segundo, y en esa misma línea, aquel Congreso, el número XVII, resultó ser “el punto de partida ideológico” de una “nueva etapa” al aprobarse durante sus deliberaciones una trascendente Declaración Programática. En tercer lugar debe consignarse que el mismo incluyó una importante presencia de dirigentes extranjeros, asistiendo delegados de Chile, Argentina, Brasil, Francia, España, Bulgaria, Venezuela, México y Bolivia.

Por lo antedicho, y al igual que sucedía con la totalidad de las restantes actividades de ese partido, aquel evento fue seguido de cerca por la inteligencia policial uruguaya. Más allá de los pronunciamientos públicos y documentos programáticos, al SIE le importaba especialmente saber qué otro tipo de instancias podían celebrar los comunistas uruguayos con aquellos delegados extranjeros. Efectivamente y “al margen” del Congreso, la inteligencia policial tuvo conocimiento de varias reuniones que “se llevaron a cabo en los domicilios de Rodney Arismendi (Missouri 1439, donde se hospedó Jourdain) y del Ingeniero José Luis Massera (Mar Mediterráneo 5501)”.

Pocas personas supieron de ellas y la asistencia estuvo fuertemente restringida: “estas reuniones fueron todas de carácter ‘privado’ y desconocidas para la mayor parte de los propios comunistas” dice un documento elaborado con posterioridad.110 Doce personas integraron aquella selecta lista: “los europeos Tenev y Jourdain; los uruguayos Rodney Arismendi, José Luis Massera y Enrique Pastorino; Luis Telles (Brasil); Rodolfo Ghioldi (Argentina); Julieta Campusano (Chile); Eduardo Gallegos Mancera (Venezuela); Juan Pablo Sainz (México); Dr. Raúl Ruiz González (Bolivia) y un representante del partido guatemalteco del Trabajo, de apellido “Figueroa”, que habría entrado al Uruguay bajo otro nombre con documentos adulterados”. La marginal infiltración del SIE en el PCU no permitía un conocimiento detallado de todo lo tratado en esas reuniones secretas y el propio servicio de inteligencia reconocía que las “referencias” “obtenidas” lo eran “en forma muy parcial y fragmentada”. De todas formas, ellas indicaban que “se habrían considerado informes sobre la situación económica, política y social de los países latinoamericanos, en base a los cuales se desarrollará su acción continental”.

Empero, importa reseñar que el SIE consiguió saber que Fortuny, transformado en “Figueroa” para despistar al grueso de la militancia comunista, había participado activamente de las reuniones, circunstancia sobre la cual sus memorias guardan silencio. Aunque no está clara su vinculación en ese momento, la misma no sería sorpresiva en razón de que los comunistas consideraban que dichas instancias debían ser aprovechadas. La correspondencia privada del propio Massera con su esposa, en los orígenes de la Guerra Fría, es testimonio de ello. La hija de ambos, consultada acerca de la presencia de Fortuny en aquella ocasión, aunque manifestó que le era “imposible recordar ese caso particular”, no la descartó en absoluto: por el contrario, es muy “probable” ya que “por casa pasaron muchos dirigentes internacionales”. Néstor Bardacosta, un joven cuadro del Partido y que más tarde compartió varios años de celda con Massera durante la dictadura cívico-militar, recordó que “José Luis” le había comentado de aquella presencia del guatemalteco.

La captura en Brasil y la investigación del SIE

El último día de agosto y días después de finalizado el congreso partidario, Fortuny regresó a Brasil. Permaneció allí todo el mes de septiembre y sabiendo que era buscado por la policía brasileña fue finalmente detenido en los primeros días de octubre. La muy difundida revista latinoamericana Visión, informó que su apresamiento había tenido lugar mientras se “dirigía en shorts a playa Flamenco”. La versión periodística parece poco veraz y es deudora del contenido del artículo, concebido con la intención de mostrar el dinero con que se manejaban los comunistas latinoamericanos para propagar la Revolución Mundial.

De acuerdo al propio Fortuny, los agentes policiales brasileños golpearon la puerta de su habitación casi a la medianoche y en el preciso momento en que se acostaba a dormir. Se “llevaron hasta los papeles rotos que había en el cesto de la basura” indicó.

Con prontitud, la CIA comunicó a la inteligencia policial uruguaya lo acaecido en Brasil. “La policía federal de Rio [sic] de Janeiro agarró a José Manuel Fortuny el día 3 de octubre. Les daré más detalles después, pero por ahora parece que Fortuny viajó a Montevideo desde Moscú (según mi informe anterior), pasaba tiempo aquí vinculado con el XVII Congreso del PCU y celebró entrevistas con Arbenz y probablemente con Arevalo”. Existía contacto fluido de la policía uruguaya con el emisor de la pequeña esquela, que según se desprende de sus palabras, se hallaba “aquí” en Montevideo. La “hoja” suelta no sólo informaba, también contenía algunas tareas para que el SIE desempeñara: “sería interesante averiguar cómo entró al país, qué nombres usaba, y cómo salió para Brasil”.

Los “detalles” llegaron poco después, tras los interrogatorios a que fuera sometido Fortuny en Brasil. Su agenda, también capturada por los agentes, aportó una lista de personas y direcciones fruto de su paso por Montevideo. Con ella, la policía uruguaya comenzó a cumplir con el pedido de la CIA.

Hay evidencia de que realizaron las investigaciones de rigor en los lugares correspondientes, además de consultar sus propios archivos. Así, se confirmó que Fortuny estuvo en contacto con Angel Emilio Gavagnin, un “Oficial albañil” —en cuyo “oficio” se “iniciara con su padre”— que se desempeñaba como empleado del Partido Comunista en la sección “Organización” debido a su condición de “activo militante” de dicho Partido. Angel Emilio vivía en la calle Jackson de la capital uruguaya en un apartamento que, según la versión policial, sería “pagado por el Partido Comunista para realizar reuniones o tareas de índole especial, pudiendo servir también como un refugio para personas de esa ideología que necesiten ocultar”.

Otros nombres encontrados en poder de Fortuny también apuntaban a la misma dirección pues se trataba de activos militantes del PCU. Tal es el caso de Lorenzo Collado, quien concurría “casi todas las noches a la Casa del Partido Comunista”.

Sin embargo, no todos fueron contactos partidarios: entre los nombres que figuraban en la “lista” estaba el de “AVC”, una señorita de 23 años. A ella la policía no la conocía por su militancia político partidaria —no se pudieron obtener “informes respecto a su vinculación al comunismo”— sino porque se trababa de alguien que “ejercía o ejerce la prostitución en la vía pública”. No se trató del único caso. En la “lista”, además de nombres, había direcciones y en una de ellas los agentes supieron, tras investigar, que “hace dos meses aproximadamente, estuvo residiendo en el apartamento No. 3, una persona que responde a los datos filiatorios y a la fotografía de Manuel Fortuny —la del año 1953—, pero usando bigote”. Usaba “lentes”, y “siempre andaba con un portafolios” con el cual “salía en dirección a Carrasco”, o en otras oportunidades, “al parecer en dirección al Centro”. Tras consignar que “hace más de un mes que no lo ve por allí”, “la misma fuente de información” reveló que la persona en cuestión “vivía con una de las mujeres que frecuentaba el apartamento”. Se trataba de “La Pícola”, quien asistía a “varios centros de diversión nocturna, donde ejerce la prostitución”. De creer dicho testimonio, Fortuny no había sido desagradecido: hacía unos días había llegado una carta “fechada en Brasil” y donde su remitente agradecía al dueño del apartamento “todas las atenciones que tuvieron con él”, en especial para con las “muchachas” que “había conocido allí”.

Cinco días más tarde, la policía dio con la pista de “Cairoli”: había arribado el día 7, pernoctó en el Hotel España y salió del mismo sin registrar “otras entradas”.

El “caso” enfureció a los sectores del anticomunismo local, quienes se hacían sentir asiduamente en medios radiales, celebrando mítines públicos, conferencias y foros. Contaban con espacios estables en la prensa y por esa razón las repercusiones relativas a la detención del guatemalteco circularon profusamente en la prensa anticomunista uruguaya, desde donde se censuró a la policía uruguaya, carente de medios para controlar sus fronteras. Es “asombroso comprobar como el jefe del comunismo latino americano, el guatemalteco Fortuny, pasó 20 días en Montevideo dando instrucciones a sus subordinados, sin ser molestado” indicó una columna muy leída. Se trataba de un momento especialmente furioso en ese sentido y con ambos bandos buscando aglutinar adherentes. Circulaban en el ambiente las repercusiones de un reciente Foro Anticomunista que tuvo lugar en Montevideo; lentamente asomaba a la opinión pública el denominado “caso Mesutti” y las crecientes movilizaciones estudiantiles dirigidas a consagrar la autonomía universitaria ganaban las calles, provocando hilaridad y temor.

En tiendas opuestas, la prensa comunista alertó sobre la “nueva campaña calumniosa contra” el “compañero Fortuny”, desacreditando a tales columnistas cuyo “ideal” es “un régimen como el que el sanguinario dictador impuso a sangre y fuego en la noble tierra del quetzal con las armas y los aviones yankis”.

Aunque la creciente movilización estudiantil y obrera eran el resultado de la manifiesta agudización de una crisis económico-social cada vez más evidente, resulta acertado concluir que dichos episodios, parte de ese clima anteriormente descripto, “enturbiaron” el final del gobierno colegiado del Partido Colorado que pese a acceder a los reclamos universitarios, cayó derrotado por sus opositores blancos en las elecciones de finales de 1958.

Conclusión

Para finalizar, no puede soslayarse la complejidad del “asunto Fortuny” y sus derivaciones. A más de medio siglo, el caso puede ser objeto de múltiples miradas y por el momento el tema permanece abierto ya que los registros consultados resultan insuficientes para aventurar interpretaciones más precisas. Mayores certezas se obtendrían si tales documentos pudieran ser contrastados con expedientes provenientes de archivos soviéticos y por la consulta de repositorios brasileños al ser la policía política de ese país la que capturó al guatemalteco.

El derrotero del presente capítulo torna plausible asociar la presencia de Fortuny en Uruguay con su asistencia al Congreso del PCU. “Este individuo, desde Montevideo, dio órdenes e instrucciones a todo el comunismo continental, en el que está considerado con mando superior al de Lombardo Toledano o al del brasileño Luis Carlos Prestes” indicaba en su boletín secreto la Organización Democrática Latinoamericana. ¿Se trataba de un dirigente de tanto peso? Aunque resulta dudoso adjudicarle al guatemalteco una importancia de tal magnitud, las reuniones paralelas con carácter secreto constituían una antigua aspiración de los comunistas y el arribo de Fortuny desde la URSS puede ser asociado con dicha pretensión. Ello sin temor a extremarnos en la interpretación y más allá del desafío que supone a los historiadores el manejo de información confidencial producida por servicios de inteligencia cuya tendencia hiperbólica es una de sus características más notorias.

De todas formas y corroborando que se trata de un tema por el momento abierto, parece probable que el episodio haya supuesto la intervención de los servicios brasileños, que en la oportunidad actuaron con prescindencia de fronteras: “Durante todo el tiempo que estuvo en nuestro país este sujeto, fue vigilado por la policía brasileña, que le vino siguiendo desde Brasil y que, al saberle de regreso en Río de Janeiro, le detuvo en un lujoso hotel donde se hallaba descansando, encontrando en su poder abundante material probatorio de las actividades ilícitas que desarrollaba”.

*) Este trabajo cuenta con una rigurosa documentación de referencias y bibliografías aportadas por el autor que se pueden consultar en la versión pdf, que este editor (L.Od.) no puede incluir en esta versión Web. Por razones técnicas.

* Trabajo presentado en las IX Jornadas de Investigación de la Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR, Montevideo, 13-15 de septiembre de 2010.

* Departamento de Historia Americana, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación -SNI

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