martes, 30 de agosto de 2011

Con todas esas cosas - M. H. Lagarde

Pablo Milanes
En un mundo dominado por el mercado y donde lo efímero parece ser una condición epocal, son pocos los músicos, compositores o intérpretes que pueden lograr durante algún tiempo el favor del público. Las nuevas canciones o figuras salidas del horno de la mercadotecnia padecen irremediablemente de la inconstancia postmoderna.

Pero ya se sabe que todas las reglas tienen sus excepciones y algunas adquieren especial valor sobre todo cuando se dan en contextos que, más allá de las últimas tendencias de moda, no han resultado los más favorecidos. Tal es el caso de Cuba donde un cantautor como Pablo Milanés ha sabido ganarse durante más de cuatro décadas no solo el favor de sus coterráneos, sino también el del público de otras latitudes.
Nacido en Bayamo, el 24 de febrero de 1943, Pablito —como a pesar de sus sesenta años recién cumplidos persisten en llamarlo muchos de sus seguidores—, entró en la música cubana casi adolescente como integrante de las agrupaciones Cuarteto del Rey y Los Bucaneros.
Considerado por los especialistas como una suerte de puente entre dos generaciones de trovadores, la del feeling y la que más tarde se conocería como el Movimiento de la Nueva Trova, dio el gran salto en su carrera cuando decidió estrenarse como solista en una Habana donde determinadas condiciones históricas —corrían los años iniciales de la Revolución cubana—, propiciarían, a la par que una transformación de toda la sociedad, un gran cambio en la cancionística y el quehacer musical cubano.
En sus trajines de aquellos años como cantor independiente, Pablo descubrió a otros jóvenes que, guitarra en ristre y armados de originales acordes y versos, siguiendo el legado de la sempiterna trova cubana, se habían hecho el propósito de dejar constancia de la épica y la lírica de esa nueva etapa.
Junto a Silvio Rodríguez o Noel Nicola, figuró entre los protagonistas de aquel concierto organizado por la Casa de las Américas en marzo del 68. Para entonces, ya Pablo había compuesto “Yo vi la sangre de un niño brotar”, un tema contra de la guerra de Viet Nam y que según su autor fue la que le “permitió el vínculo con lo que luego sería la Nueva Trova. Tuvieron noticias de esta canción que surgió a partir de una información que tuve sobre el Festival de la Canción Protesta y me llamaron a integrar un grupo de compañeros que trabajaban esa temática política.”
Un año después, del núcleo reunido en la Casa surgiría esa escuela que fue el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, dirigida por el maestro Leo Brower. Empezaron a escucharse algunas de esas canciones que con el tiempo formarían parte tanto del imaginario isleño y universal: “Yo no te pido”, “Los años mozos”, “Pobre del cantor”, “Hoy la vi” “Los caminos” o “Cuba va” (escrita junto a Silvio y Noel).
La más conocida de todas es, sin duda, la legendaria “Yolanda”, uno de esos temas que capaces de asegurarle a cualquiera la inmortalidad y cuyo título ha devenido sinónimo de mujer. Desde hace años, a Yolanda —esa mujer a los que todos hemos amado alguna vez—, se le canta en todas partes: en un parque de Madrid, en un café parisino, en una calle de Chile o en la Plaza de Mayo.
Recuerdo ahora una anécdota que la propia Yolanda contó alguna vez en televisión. Según ella, en un viaje que realizó junto Pablo por un recóndito paraje del Amazonas, un trovador local al saber que venían de Cuba quiso agasajarlos con la única canción que conocía de la tierra de los visitantes. Después de dos o tres acordes comenzó a cantar: Esto no puede ser no más que una canción...
Pero antes que la tentación convierta este texto en una remembranza infinita de canciones que de una forma han estado ligado a los más disímiles momentos de la vida de los contemporáneos de Pablo durante estos cuarenta años, quisiera apuntar que, a pesar de las modas y otros modismos no precisamente tan musicales, la extensa y aun inconclusa producción de Pablo ha marcado definitivamente toda una época de la música cubana e iberoamericana.
Esto ha sido posible gracias a unas especiales dotes vocales que le permiten, como a muy pocos cantores, incursionar en cualquier género de nuestro rico patrimonio musical o por la intensidad poética de unos textos dedicados ya sea a transformar ideas y sentimientos o a reflejar determinados entornos históricos.
Igualmente significativo ha sido su desempeño como músico, sobre todo, si se tiene en cuenta que su obra, así como él mismo, provienen de esas raíces que tan bien, antes que Win Wenders y otros descubridores lo hicieran, reflejó en la recopilación Años. Al mismo tiempo, desde aquellos experimentales finales de los sesenta hasta nuestros días, su creación ha estado siempre abierta a las más disímiles tendencias de la más reciente música universal.
Durante todos esos años de vida artística hemos apreciado a nuestro querido Pablo porque, gracias a sus proposiciones, hemos aprendido a amar a una mujer tanto como a esta Isla, a saber que los caminos no se hicieron solos o que el poeta también es él. Hemos descubierto el comienzo y final de una verde mañana y que no vivimos en una sociedad perfecta. Como Pablo, y aunque el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos, nos hemos quedado con todas esas cosas...
Publicado en La Jiribilla No 95 del 2003

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