Los días 6 y 7 de noviembre el papa Benedicto XVI visitará la ciudad de Barcelona. Dicha visita, sufragada en buena parte con dinero público, ha generado diversas campañas en defensa del laicismo y de la separación entre Iglesia y Estado. El siguiente texto es la intervención preparada por el científico británico Richard Dawkins para la manifestación realizada en Londres el 18 de septiembre pasado contra la visita papal. Al final, el alcance de la manifestación –se calcula que asistieron unas 15.000 personas- obligó a los oradores a recortar sus discursos.
¿Debería haberse recibido a Joseph Ratzinger con la pompa y la ceremonia reservadas a un Jefe de Estado? No. Como Geoffrey Robertson ha mostrado en su libro The Case of the Pope, la pretensión de la Santa Sede de actuar como Estado se basa en un pacto fáustico que permitió a Mussolini conceder a la Iglesia más de tres kilómetros cuadrados del centro de Roma a cambio de su apoyo al régimen fascista. Nuestro gobierno aprovecha la ocasión de la visita del papa para anunciar su intención de “acercarse a Dios”. Que no nos sorprenda, como comenta un amigo mío, si Hyde Park se cede al Vaticano para cerrar el trato.
¿Debería Ratzinger, pues, ser recibido como jefe de la Iglesia? Evidentemente, si los católicos a título individual desean pasar por alto sus muchas infracciones a la ley y tender una alfombra roja al diseñador de sus zapatos rojos, que lo hagan. Pero que no nos hagan pagar al resto. Que no pidan al contribuyente británico subsidiar la misión propagandística de una institución cuya riqueza se calcula en decenas de miles de millones; una fortuna para la cual la expresión “mal habida” viene como anillo al dedo. Y que nos ahorren el espectáculo nauseabundo de la Reina, del Duque de Edimburgo, de los representantes de la Casa Real y de otros dignatarios arrastrándose y adulándolo como sicofantas, haciéndonos creer que se trata de alguien a quien deberíamos respetar.
El predecesor de Benedicto, Juan Pablo II, era considerado por algunas personas un hombre santo. Pero nadie podría llamar santo a Benedicto XVI sin que se le caiga la cara de vergüenza. Este viejo y malicioso intrigante es todo menos un santo ¿Un intelectual? ¿Un académico? Es lo que suele decirse, aunque no está claro que puede haber algo académico en la teología. Como mínimo, nada respetable.
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