Los papeles de Palestina son tan condenatorios como la declaración de Balfour. La autoridad palestina –hay que ponerle comillas a esa palabra– estaba dispuesta, y sigue estándolo, a ceder el derecho de retorno de quizá siete millones de refugiados al Israel actual, a cambio de un Estado que sería apenas 10 por ciento (cuando mucho) de la Palestina en tiempos del mandato británico.
Y mientras se revelan estos fatídicos documentos, el pueblo egipcio llama a derrocar al presidente Mubarak, y los libaneses eligen a un primer ministro que será proveedor de Hezbolá. Rara vez el mundo árabe ha visto algo así.
Para empezar con los papeles de Palestina, está claro que los representantes de ese pueblo están dispuestos a aniquilar toda esperanza de que los refugiados vuelvan a su patria.
Será –y es– un escándalo para los palestinos enterarse de que sus representantes les han vuelto la espalda. No hay forma de que, a la luz de los papeles palestinos, esos refugiados puedan creer en sus derechos.
Han visto en película y en papel que no retornarán. Pero en todo el mundo árabe –y esto no significa el mundo musulmán– existe ahora una comprensión de la verdad que antes no se tenía.
Ya no es posible que los pueblos del mundo árabe se mientan unos a otros. Se acabaron las mentiras. Las palabras de sus líderes –que son, por desgracia, también nuestras palabras– han terminado. Nosotros las llevamos a ese final. Nosotros les contamos esas mentiras. Y ya no podemos crearlas otra vez.
En Egipto, los británicos amábamos la democracia. Alentamos la democracia en Egipto… hasta que los egipcios decidieron que querían poner fin a la monarquía.
Entonces los pusimos en prisión. Luego quisimos más democracia. Era el mismo viejo cuento. Así como queríamos que los palestinos gozaran de democracia, siempre y cuando votaran por quienes debían, así también quisimos que los egipcios amaran nuestra vida democrática. Ahora, en Líbano, parece que la democracia libanesa debe sentar sus reales. Y no nos gusta.
Queremos que los libaneses, por supuesto, apoyen a los que nosotros amamos, los musulmanes sunitas partidarios de Rafiq Hariri, cuyo asesinato –según creemos con razón– fue orquestado por los sirios. Y ahora tenemos, en las calles de Beirut, incendios de vehículos y violencia contra el gobierno.
Y entonces, ¿hacia dónde vamos? ¿Podría ser, acaso, que el mundo árabe vaya a escoger sus propios gobernantes? ¿Podría ser que veamos un nuevo mundo árabe que no esté bajo control de Occidente? Cuando Túnez se proclamó libre, Hillary Clinton permaneció en silencio. Fue el chiflado presidente de Irán quien dijo estar feliz de ver un país libre. ¿Por qué ocurrió así?
En Egipto, el futuro de Hosni Mubarak luce aún más perturbador. Bien puede ser que su hijo sea su sucesor designado; pero hay un solo califato en el mundo musulmán, y ése es Siria. El hijo de Hosni no es el hombre que quieren los egipcios: es un empresario de peso ligero que lo mismo puede ser o no capaz de rescatar a Egipto de su propia corrupción. El comandante de seguridad de Hosni Mubarak, un tal Suleiman que está muy enfermo, tal vez tampoco sea el hombre.
Y en todo este lapso, esperamos ver la caída de los amigos de Washington en todo Medio Oriente. En Egipto, tal vez Mubarak esté preguntándose hacia dónde huir. En Líbano, los amigos de Washington se derrumban. Es el final del mundo de los demócratas en el Medio Oriente árabe. No sabemos qué vendrá después. Tal vez sólo la historia pueda responder esta pregunta.
The Independent
Traducción: Jorge Anaya
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