El ghetto de Gaza
Por Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
El placer de la escritura sólo me resulta superable si su ausencia la motivan vacaciones, como ha sido mi caso en el último mes. Si bien tenía pensado desconectarme de los acontecimientos públicos, me resultó imposible cuando los titulares del mundo entero contabilizaban, al modo de un video game, el recurrente déjà vu de la crueldad, el sadismo y la soberbia criminal del Estado de Israel sobre el ghetto en el que ha encerrado a la población de la Franja de Gaza. No sólo las vacaciones sino la propia escritura se contraen ateridas ante tan vasta e impune expresión extrema del horror y la degradación humana. Intentaré no obstante acercar una mínima reflexión a partir de dos presupuestos desarrollados en contribuciones anteriores que aquí sólo enuncio. Por un lado, caracterizo al Estado de Israel como “terrorista imperial”, una tipología del terrorismo específica y diferenciada de otras como el de estado (que asolaron nuestros países) o el individual (como el que por ejemplo practica Hamás). Por el otro, que en las condiciones actuales y las inmediatamente previsibles, la división del territorio en dos estados independientes no resultará en superación alguna, sino inversamente en una consolidación del atraso y la barbarie que caracteriza a toda la región medioriental, la que reclama indispensablemente su revolución francesa.
El déjà vu aludido no refiere exclusivamente a las permanentes vejaciones, masacres y humillaciones sobre Palestina, que se cuentan por centenares desde 1948, sino que el crimen, el terror e inclusive las limpiezas étnicas han sido factores constitutivos de la creación de los estados nacionales de los últimos siglos. De lo contrario no se explicaría la existencia de los jóvenes países sudamericanos con sus genocidios, ni más recientemente la fragmentación de la antigua Yugoslavia. Y no exclusivamente en su fundación sino en su devenir histórico y su violenta conflictividad interna. Basta recordar los progroms de fines de siglo XIX y del XX, el antisemitismo europeo con sus persecuciones de judíos, el nazismo y la Shoa, además, por supuesto, del sionismo. Lograr la fundación de un nuevo estado-nación en relativa paz es cada vez más difícil –si no imposible- porque la tierra es una sola y no hay fábricas de planetas, sino sólo de hábitats, insumos y medios de producción, mientras la población mundial crece. El ejercicio monopólico de la territorialidad continua, constitutivo de una parte de la llamada soberanía de los estados-nación, ya está siendo ejercido de facto con mayor o menor violencia en el mundo entero. Modificar los mapas sin el extremismo de la violencia bélica, las limpiezas étnicas y las masacres, requeriría un consenso de todos los involucrados que no resulta avizorable en éste u otros casos.
Cuando la prensa se refiere a esta limpieza étnica como “conflicto”, término que puede usarse para una habitual negociación salarial o lucha por derechos, me corre un escalofrío. ¿El holocausto también fue un simple conflicto? Tanto como cuando contabiliza los muertos y heridos y refiere, por ejemplo, que “el 70% de las víctimas palestinas son civiles”, cuando todas las víctimas palestinas lo son, ya que carece Gaza de Estado y de Fuerzas Armadas. Cuenta efectivamente con milicianos o guerrilleros, que henchidos de mesianismo y no exentos de odio y brutalidad y de concepciones aberrantes, etnocentristas y discriminatorias, practican formas de resistencia mediante tácticas de terrorismo individual, las que Israel dice querer combatir, aprovechando para barrer en supuesto “combate” la vida toda y las haciendas palestinas, dejando una secuela de terror implantada. Pueden no ser inocentes respecto a la violencia, pero no dejan por ello de ser civiles. Debiera además recordar que desde antes de la “independencia” de Israel, ya bajo el protectorado británico de Palestina, grupos de judíos se organizaban en bandas armadas para perpetrar actos terroristas, matanzas de inocentes y sabotajes y destrucción de bienes británicos y árabes. Algo no muy diferente a lo que hoy practica Hamás.
Se ha enquistado en toda esta región lacerada una conjunción de concepciones y prácticas premodernas, mutuamente realimentadas en una totalidad bárbara. Siendo sintéticos, el Estado israelí carece de normas jurídicas y garantías de ciudadanía universal. Se erige como una etnocracia, es decir, una suerte de apartheid basado en la segregación étnica legalizada. Basta repasar en su interior la Ley de Bienes Ausentes del ´50, las leyes que prohíben o restringen la venta de tierras para evitar la propiedad palestina, además de las expropiaciones con el argumento del “interés público” o las más recientes como la “del Retorno” que concede privilegios a todos los judíos del mundo, sus descendencias o los conversos, excluyendo sin embargo a los palestinos expulsados o a los judíos que abrazaron otras creencias. La sola interrogación por la pertenencia religiosa debería avergonzar al Estado que la requiera. Huelga subrayar además que los desperdigados territorios palestinos (cuya fragmentación también impide la constitución de un Estado-nación) están sitiados y ocupados colonialmente, custodiados por un ejército que actúa a la vez como aduana selectiva sobre poblaciones sometidas, aisladas, hacinadas y destruidas. Ejerce, en suma, el terrorismo de estado fuera de sus fronteras, guiado por una funcional “ley del talión” exponencial, precisamente lo que caracterizo como terrorismo imperial.
Sin embargo, no por ello los líderes palestinos fundarían algo mejor, si las condiciones se lo permitieran. Ni los líderes sionistas, ni los de Hamás y Al-Fatah pergeñan algo superador sino inversamente la ratificación de su racismo clasificatorio y humillante con leyes inclusive teocrático-patriarcales que –con particular énfasis en Palestina- reducen a las mujeres a una condición de virtual esclavitud y sometimiento. No casualmente en oriente medio convergen en extrema proporción los monoteísmos abrahámicos (esencialmente el judaísmo, el cristianismo y el islam), todos ellos involucrados directamente, ya sea como víctimas o victimarios, en las peores empresas militares y matanzas históricas de la humanidad. Es un aspecto fundamental que me lleva a concluir sintéticamente que la única salida es la fundación de un nuevo estado único, laico, con plena igualdad ante la ley, multinacional y multicultural, con plena libertad de culto y todas las libertades del –aún limitado- estado moderno. Así viene superando Bolivia su racismo ancestral con la nueva constitución o lo superó Sudáfrica.
No quiero dejar las últimas líneas sin referirme a la atonía diplomática de la Unasur en general y de los gobiernos de izquierda y progresistas dentro de ella en particular, a excepción de Bolivia. El Mercosur ha hecho una buena declaración y varios países individualmente también. ¿Pero eso es todo? Declaraciones podemos hacer muchos, particularmente quienes escribimos y hablamos en los medios y las cátedras. Pero de los gobernantes tenemos que esperar mucho más que cartas y palabras. ¿Hace falta recordar nuestro reciente genocidio perpetrado por las últimas dictaduras militares para concluir que esas prácticas de exterminio no tienen que condenarse sólo en los futuros libros de historia sino mientras se están ejerciendo y fundamentalmente agotar los esfuerzos para impedirlas? Los palestinos son hoy lo que los judíos fueron hasta mediados del siglo pasado. Tanto como quienes dicen actuar en su nombre, son los actuales nazis de aquel entonces. Son los palestinos quienes necesitan solidaridad material y simbólica, no Hamás. Alimentos, medicinas y materiales para la reconstrucción, no cohetes. Pero también necesitan el máximo aislamiento de Israel. Cuando hace pocos días, tras la declaración condenatoria de Brasil, la cancillería israelí calificó a ese país como “enano diplomático” y la Presidenta Rousseff dijo que Israel era un “país amigo” a pesar de las diferencias, no podemos evitar un sentimiento de decepción e impotencia, tanto como por la indiferencia del resto de los países árabes o por las ayudas militares a los genocidas. Las matanzas no se paran sólo con palabras. Tal como hizo Evo Morales durante la masacre de Gaza de 2009, es necesario romper relaciones diplomáticas con Israel, propiciar hasta dónde sea posible un bloqueo y promover el caso ante la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. No se puede consentir la convivencia con cómplices o propagandistas de criminales. Tampoco mantener los derechos ciudadanos de sudamericanos que se hayan enrolado voluntariamente en el ejército israelí, ya que son ejecutores directos de la masacre. Ni olvidarnos de otras tragedias como las de Egipto y Sudán.
Como mínimo esto implica expulsar a las misiones diplomáticas de nuestros países y retirar a las nuestras, conlleve o no perjuicios comerciales. Los principios no pueden estar sometidos a conveniencias especulativas. A la vez no encuentro razones que impidan transacciones, ya que el capitalismo no requiere amistad para el comercio. Más bien por el contrario, la niega en la medida en que deshumaniza las relaciones al fundar el lazo en lo que cada uno tiene y no en sus valores o bonhomía. No dejaría de comprar alimentos en un supermercado porque desprecie al dueño, ni él se privaría de vendérmelos por idéntico motivo.
El oscurantismo, las supersticiones y los delirios místicos no sólo se imprimen en textos y recorren las redes, sino que son el necesario combustible que impulsa cada misil.
El ghetto de Gaza
Por Emilio Cafassi
Profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar
El placer de la escritura sólo me resulta superable si su ausencia la motivan vacaciones, como ha sido mi caso en el último mes. Si bien tenía pensado desconectarme de los acontecimientos públicos, me resultó imposible cuando los titulares del mundo entero contabilizaban, al modo de un video game, el recurrente déjà vu de la crueldad, el sadismo y la soberbia criminal del Estado de Israel sobre el ghetto en el que ha encerrado a la población de la Franja de Gaza. No sólo las vacaciones sino la propia escritura se contraen ateridas ante tan vasta e impune expresión extrema del horror y la degradación humana. Intentaré no obstante acercar una mínima reflexión a partir de dos presupuestos desarrollados en contribuciones anteriores que aquí sólo enuncio. Por un lado, caracterizo al Estado de Israel como “terrorista imperial”, una tipología del terrorismo específica y diferenciada de otras como el de estado (que asolaron nuestros países) o el individual (como el que por ejemplo practica Hamás). Por el otro, que en las condiciones actuales y las inmediatamente previsibles, la división del territorio en dos estados independientes no resultará en superación alguna, sino inversamente en una consolidación del atraso y la barbarie que caracteriza a toda la región medioriental, la que reclama indispensablemente su revolución francesa.
El déjà vu aludido no refiere exclusivamente a las permanentes vejaciones, masacres y humillaciones sobre Palestina, que se cuentan por centenares desde 1948, sino que el crimen, el terror e inclusive las limpiezas étnicas han sido factores constitutivos de la creación de los estados nacionales de los últimos siglos. De lo contrario no se explicaría la existencia de los jóvenes países sudamericanos con sus genocidios, ni más recientemente la fragmentación de la antigua Yugoslavia. Y no exclusivamente en su fundación sino en su devenir histórico y su violenta conflictividad interna. Basta recordar los progroms de fines de siglo XIX y del XX, el antisemitismo europeo con sus persecuciones de judíos, el nazismo y la Shoa, además, por supuesto, del sionismo. Lograr la fundación de un nuevo estado-nación en relativa paz es cada vez más difícil –si no imposible- porque la tierra es una sola y no hay fábricas de planetas, sino sólo de hábitats, insumos y medios de producción, mientras la población mundial crece. El ejercicio monopólico de la territorialidad continua, constitutivo de una parte de la llamada soberanía de los estados-nación, ya está siendo ejercido de facto con mayor o menor violencia en el mundo entero. Modificar los mapas sin el extremismo de la violencia bélica, las limpiezas étnicas y las masacres, requeriría un consenso de todos los involucrados que no resulta avizorable en éste u otros casos.
Cuando la prensa se refiere a esta limpieza étnica como “conflicto”, término que puede usarse para una habitual negociación salarial o lucha por derechos, me corre un escalofrío. ¿El holocausto también fue un simple conflicto? Tanto como cuando contabiliza los muertos y heridos y refiere, por ejemplo, que “el 70% de las víctimas palestinas son civiles”, cuando todas las víctimas palestinas lo son, ya que carece Gaza de Estado y de Fuerzas Armadas. Cuenta efectivamente con milicianos o guerrilleros, que henchidos de mesianismo y no exentos de odio y brutalidad y de concepciones aberrantes, etnocentristas y discriminatorias, practican formas de resistencia mediante tácticas de terrorismo individual, las que Israel dice querer combatir, aprovechando para barrer en supuesto “combate” la vida toda y las haciendas palestinas, dejando una secuela de terror implantada. Pueden no ser inocentes respecto a la violencia, pero no dejan por ello de ser civiles. Debiera además recordar que desde antes de la “independencia” de Israel, ya bajo el protectorado británico de Palestina, grupos de judíos se organizaban en bandas armadas para perpetrar actos terroristas, matanzas de inocentes y sabotajes y destrucción de bienes británicos y árabes. Algo no muy diferente a lo que hoy practica Hamás.
Se ha enquistado en toda esta región lacerada una conjunción de concepciones y prácticas premodernas, mutuamente realimentadas en una totalidad bárbara. Siendo sintéticos, el Estado israelí carece de normas jurídicas y garantías de ciudadanía universal. Se erige como una etnocracia, es decir, una suerte de apartheid basado en la segregación étnica legalizada. Basta repasar en su interior la Ley de Bienes Ausentes del ´50, las leyes que prohíben o restringen la venta de tierras para evitar la propiedad palestina, además de las expropiaciones con el argumento del “interés público” o las más recientes como la “del Retorno” que concede privilegios a todos los judíos del mundo, sus descendencias o los conversos, excluyendo sin embargo a los palestinos expulsados o a los judíos que abrazaron otras creencias. La sola interrogación por la pertenencia religiosa debería avergonzar al Estado que la requiera. Huelga subrayar además que los desperdigados territorios palestinos (cuya fragmentación también impide la constitución de un Estado-nación) están sitiados y ocupados colonialmente, custodiados por un ejército que actúa a la vez como aduana selectiva sobre poblaciones sometidas, aisladas, hacinadas y destruidas. Ejerce, en suma, el terrorismo de estado fuera de sus fronteras, guiado por una funcional “ley del talión” exponencial, precisamente lo que caracterizo como terrorismo imperial.
Sin embargo, no por ello los líderes palestinos fundarían algo mejor, si las condiciones se lo permitieran. Ni los líderes sionistas, ni los de Hamás y Al-Fatah pergeñan algo superador sino inversamente la ratificación de su racismo clasificatorio y humillante con leyes inclusive teocrático-patriarcales que –con particular énfasis en Palestina- reducen a las mujeres a una condición de virtual esclavitud y sometimiento. No casualmente en oriente medio convergen en extrema proporción los monoteísmos abrahámicos (esencialmente el judaísmo, el cristianismo y el islam), todos ellos involucrados directamente, ya sea como víctimas o victimarios, en las peores empresas militares y matanzas históricas de la humanidad. Es un aspecto fundamental que me lleva a concluir sintéticamente que la única salida es la fundación de un nuevo estado único, laico, con plena igualdad ante la ley, multinacional y multicultural, con plena libertad de culto y todas las libertades del –aún limitado- estado moderno. Así viene superando Bolivia su racismo ancestral con la nueva constitución o lo superó Sudáfrica.
No quiero dejar las últimas líneas sin referirme a la atonía diplomática de la Unasur en general y de los gobiernos de izquierda y progresistas dentro de ella en particular, a excepción de Bolivia. El Mercosur ha hecho una buena declaración y varios países individualmente también. ¿Pero eso es todo? Declaraciones podemos hacer muchos, particularmente quienes escribimos y hablamos en los medios y las cátedras. Pero de los gobernantes tenemos que esperar mucho más que cartas y palabras. ¿Hace falta recordar nuestro reciente genocidio perpetrado por las últimas dictaduras militares para concluir que esas prácticas de exterminio no tienen que condenarse sólo en los futuros libros de historia sino mientras se están ejerciendo y fundamentalmente agotar los esfuerzos para impedirlas? Los palestinos son hoy lo que los judíos fueron hasta mediados del siglo pasado. Tanto como quienes dicen actuar en su nombre, son los actuales nazis de aquel entonces. Son los palestinos quienes necesitan solidaridad material y simbólica, no Hamás. Alimentos, medicinas y materiales para la reconstrucción, no cohetes. Pero también necesitan el máximo aislamiento de Israel. Cuando hace pocos días, tras la declaración condenatoria de Brasil, la cancillería israelí calificó a ese país como “enano diplomático” y la Presidenta Rousseff dijo que Israel era un “país amigo” a pesar de las diferencias, no podemos evitar un sentimiento de decepción e impotencia, tanto como por la indiferencia del resto de los países árabes o por las ayudas militares a los genocidas. Las matanzas no se paran sólo con palabras. Tal como hizo Evo Morales durante la masacre de Gaza de 2009, es necesario romper relaciones diplomáticas con Israel, propiciar hasta dónde sea posible un bloqueo y promover el caso ante la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. No se puede consentir la convivencia con cómplices o propagandistas de criminales. Tampoco mantener los derechos ciudadanos de sudamericanos que se hayan enrolado voluntariamente en el ejército israelí, ya que son ejecutores directos de la masacre. Ni olvidarnos de otras tragedias como las de Egipto y Sudán.
Como mínimo esto implica expulsar a las misiones diplomáticas de nuestros países y retirar a las nuestras, conlleve o no perjuicios comerciales. Los principios no pueden estar sometidos a conveniencias especulativas. A la vez no encuentro razones que impidan transacciones, ya que el capitalismo no requiere amistad para el comercio. Más bien por el contrario, la niega en la medida en que deshumaniza las relaciones al fundar el lazo en lo que cada uno tiene y no en sus valores o bonhomía. No dejaría de comprar alimentos en un supermercado porque desprecie al dueño, ni él se privaría de vendérmelos por idéntico motivo.
El oscurantismo, las supersticiones y los delirios místicos no sólo se imprimen en textos y recorren las redes, sino que son el necesario combustible que impulsa cada misil.
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