Andrew Levine
Hace cuatro décadas y media, Lyndon Johnson consiguió reformas en el Congreso que deberían darle vergüenza a Barack Obama y que, a diferencia de las suyas, no reforzaron el poder de quienes las hicieron necesarias. Johnson también heredó una guerra imposible de ganar que luego intensificó e hizo suya, al igual que Obama ha hecho con el asalto, motivado por la venganza, de George Bush a Afganistán. Solo que Johnson tuvo la suerte de haber heredado sólo una guerra imposible de ganar y contraproducente; Obama heredó dos. Y, con considerable insinceridad, declaró culminada “la fase de combate” de la guerra de elección de Bush en Irak, pero, realmente, lo único que hizo fue cambiarle el nombre. ¡Vaya candidato de la paz y Premio Nóbel! También ha iniciado o intensificado otras guerras, aunque de menores dimensiones, en lugares como Yemen, Somalia y las regiones tribales de Pakistán, a la vez que se mantiene la perspectiva de guerra contra Irán y en otras regiones islámicas ricas en petróleo. Dado que, hoy en día, ejecutamos nuestras guerras con reclutas económicos y mercenarios y con dinero prestado, y puesto que muchos liberales siguen decididos a darle holgura sin límites a Obama, básicamente se ha acallado toda voz de condena pública. Era distinto hace cuarenta años. En ese entonces, la Guerra de Vietnam fue suficiente para destronar a la Gran Sociedad, y hacer de Lyndon Johnson una figura odiada entre quienes, de otro modo, habían elogiado sus reformas. Por eso no era raro ver, entonces, pegatinas en los parachoques que decían: “Lee Harvey Oswald, ¿dónde estás ahora que te necesitamos?”
La reciente cháchara acerca de cómo "los extremistas", tanto de la izquierda como de la derecha, son culpables de la masacre de la semana pasada en Tucson, me hizo recordar el lema. Como era de esperar, algunas personalidades de la derecha están liderando la acusación. Además, como [también] era de esperar, algunos ¿expertos? liberales vociferan similar cantaleta. Un ejemplo notable es el del "objetivo" periodista de Newsweek, Jonathan Alter, autor de La Promesa, una crónica del primer año de Obama como presidente. Al aparecer, en el show de Brian Lehrer (en National Public Radio, una fuente de sabiduría convencional y de propaganda a favor del régimen un poco más ‘elegante’ que la revista Newsweek), argumentó la culpabilidad de la izquierda, citando un comentario que apareció hace varias semanas en el sitio web The Daily Kos. Allí, el blogger que lleva el nombre de Blue Boy escribió que, debido al apoyo de Gabrielle Gifford a la "avenencia" de Obama en el tema de los impuestos, "ella está muerta para mí". ¿Podría alguien familiarizado con la forma de hablar de la gente tomar eso como un llamado al asesinato de Gifford? Tal vez Alter tiene problemas con los giros idiomáticos. Sin embargo, lo más probable es que, al igual que otros propagandistas del régimen y repartidores de sabiduría convencional, estaba buscando ‘la quinta del gato’.
Incluso en los días de LBJ, cuando la retórica de la izquierda -la izquierda real, no la variedad de The Daily Kos– se puso realmente incendiaria, y cuando hubo atentados (nunca tiroteos), se tuvo cuidado de atacar siempre a la propiedad, no a las personas. Algunos militantes del Weather Underground se inmolaron mientras fabricaban bombas. Fuera de eso, la izquierda blanca fue responsable sólo de una muerte: un estudiante de posgrado que estaba, en el momento equivocado, en un edificio del campus de la Universidad de Wisconsin que albergaba al nefasto Centro de Investigación Matemática del Ejército. Los logros de la izquierda negra eran comparables, a pesar de los increíbles niveles de represión policial dirigida contra el partido Black Panther y otras organizaciones militantes. Hubo algo de violencia, sí, pero era casi siempre defensiva, y nunca terrorista. Comparemos eso con la violencia suscitada por figuras prominentes de la derecha y en los movimientos sociales asociados a ella, especialmente el movimiento anti-aborto. Ellos han estado trabajando el tema durante años y, periódicamente, sus incitaciones fructifican. A menos que el tirador de Tucson, Jared Loughner, estuviera delirando y que una congresista demócrata se convirtió en un objetivo de conveniencia, una historia que ha ganado espacio últimamente, mientras Obama y otros piden que se "baje el tono" de la retórica y se hagan las paces, los hechos de la semana pasada son sólo el episodio más reciente.
Obviamente que la pegatina para parachoques sobre Oswald no era un llamado a asesinar a Lyndon B. Johnson, sino una expresión de rechazo a la guerra de Vietnam y del papel de Johnson en ella. Después de Bush, y ahora con Obama, nos hemos acostumbrado tanto a la guerra perpetua que es difícil imaginar la cantidad de rechazo que generó la guerra de Vietnam. Sin embargo, hoy la izquierda, incluso la extrema izquierda, incluso la "gente" (the folks, palabra favorita de Obama cuando se trata de parecer campechano) a quienes Sara Palin cree que Obama "menosprecia un poco", no son tan violentos como algunas personas de la derecha. Y, a pesar del llamado de Obama a la "civilidad" (léase: a la derecha, de ser un poco menos incendiaria y a la izquierda, para que sea aún más reacia a defender sus posiciones), la izquierda, o lo que queda de ella, ha sido, durante mucho tiempo, excesivamente civil.
La avenencia de Obama para con la derecha y la desestimación de las preocupaciones de todos a su izquierda, que sólo va a empeorar a medida que apila más clintonianos en su administración, no sólo es incapacitante; lo acepto: la idea de Obama como el candidato de la esperanza de 2008, el auto-declarado agente del "cambio", es indecente. En un escenario político menos fuera de control que el nuestro, esto daría lugar a su caída, tal como Vietnam llevó a LBJ a renunciar. Y todavía puede. Por suerte para Obama ocurrió esta tragedia en Tucson. Su llamado a la "civilidad" fue sincero, sin duda, y es comprensible que resuene con sus partidarios liberales. Pero llega al mismo tiempo que Obama se prepara para volver a capitular, esta vez ante los halcones del déficit en el Partido Republicano y los suyos propios, hasta el punto, muy probablemente, de proponer recortes a las ayudas sociales (Seguridad Social y Medicare) en su próximo discurso del Estado de la Unión.
Así, en el espíritu de la época en que la indecencia patente estimulaba una resistencia significativa y sostenida, y cuando se desdeñaba, justificadamente, toda civilidad hacia quienes osaban proponer proyectos reaccionarios, ahora es el momento de llamar a Lewinsky para que nos ayude, tal como hace décadas la gente llamaba a Oswald. "Mónica Lewinsky, ¿dónde estás, ahora que te necesitamos otra vez?". Después de todo, fue ella o más bien su coqueteo con Bill Clinton, lo que le impidió poner a la seguridad social en su "mira". Puede que no lo haya planeado o que no se dio cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Pero ella salvó el logro más representativo del New Deal! Por lo tanto, aunque sólo haya sido por inadvertencia, Lewinsky hizo más bien que cualquier otra mujer en el ámbito de Bill Clinton, sin excepción.
No es por convicción basada en principios, porque no tiene ninguno; pero por razones oportunistas Bill Clinton fue, en efecto, el mejor presidente Reaganiano de todos los tiempos - más eficaz que cualquiera de los Bush o que el propio malvado Old Gipper (como llamaban a Reagan). Él hizo más que cualquiera de los demás para poner el "síndrome Vietnam" a descansar, para quitarle poder al movimiento obrero, para avanzar en el "libre comercio", para desregular el capitalismo financiero y para darle libertad a la "la comunidad de negocios" de otras limitaciones molestas, para aumentar la desigualdad (en beneficio de sus amos en los dos partidos mayoritarios), y para desmantelar lo que quedaba de la seguridad social estadounidense. Estaba a punto de coronar su legado con un ataque a la Seguridad Social cuando lo interrumpió el "caso Lewinsky".
Ahora Obama está a punto de reanudar la causa. Tal vez la culpa la tienen su "civilidad" y sus aún no correspondidos intentos de "bipartidismo". O tal vez el simulacro de estudios de Obama en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago lo convirtieron en un criptoliberal. ¿O es sólo oportunismo al mejor estilo Clinton? La razón poco importa. Lo que importa es que no hay un asunto Lewinsky para detenerlo. ¡Si sólo Obama fuera un poco más cachondo! ¡Ojalá una pasante lo detuviera!
El peligro de que este último clavo selle el ataúd del New Deal es real e inminente. Los republicanos aún pueden ser mejores que los demócratas en hacerle una reingeniería al sistema de impuestos para redistribuir la riqueza hacia arriba. Pero los republicanos no pueden tocar el "tercer riel" de la política estadounidense. A pesar del tan cacareado "capital político" que adquirió después de las elecciones de 2004, la primera elección que ganó de verdad, George Bush no pudo privatizar (descuartizar) la Seguridad Social. Clinton probablemente hubiera podido, de no ser por Mónica, y también puede Obama, al menos mientras la "gente" que habitualmente vota por los demócratas, las únicas personas que quedan que pueden bloquear la marea reaganiana que está montado Obama, sigan apoyando a su ‘hombre'.
Obama cuenta con el Tea Party y sus representantes en el Congreso para asustar a los votantes para que se pongan en línea y para volver a traer más "moderados" a su redil. Quizás lo hagan [se asusten]. Pero, a medida que recorre la ruta que Bill Clinton marcó, Obama podría calcular mal y tratar de abarcar demasiado. Esperemos que así sea, porque esta vez Monica Lewinsky no está ahí para salvarnos. Al igual que en los días en que se invocaba a Lee Harvey Oswald a mandar a pasear (no matar) a un presidente empeñado en desencadenar el asesinato y el caos en los países del sudeste asiático, ahora es el momento de invocar el nombre de "esa mujer" (como en "yo no tuve sexo con esa mujer") en un esfuerzo por evitar que los demócratas hagan lo que sólo los demócratas pueden hacer: hacer retroceder el reloj a como estaban las cosas hace mucho tiempo, cuando el futuro actor cuyo candidato a una "presidencia transformadora" que Barack Obama comparó con el famoso Franklin Delano Roosevelt, era todavía sólo un mocoso, allá, en Dixon, Illinois.
Andrew Levine es Senior Scholar en el Institute for Policy Studies. Es autor de The Americna Ideolgy (Routledge) y Political Key Words (Blackwell), así como de muchos otros libros de filosofía política. Fue profesor en la University of Wisconsin-Madison.
Traducción parawww.sinpermiso.info: Antonio Zighelboim
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