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Cuando hablamos acerca del “progresismo en Costa Rica”, en realidad, ¿de qué estamos hablando? Reconozco que muchas veces he utilizado el concepto, y aunque usualmente procuro curarme en salud advirtiendo acerca de su vaguedad, no con ello he contribuido gran cosa a disipar la nebulosa.
Costa Rica |
Pero, en fin, me dije que se podía intentar darle nuevos significados al concepto y pensarlo más bien como un avanzar hacia sociedades más democráticas e inclusivas, más ecológicas, igualitarias, justas, libres y pacíficas ¿Tendrá sentido? En algún momento decidí que sí y que en el camino procuraría acomodar las cargas.
Entonces, y según los conceptos políticos tradicionales (cada vez más inapropiados), entiendo que progresismo es un término que intenta contener a ese abanico político multicolor que se sitúa desde el centro político hacia la izquierda, hasta llegar a un punto de quiebre, a la izquierda de la izquierda, donde los discursos y las prácticas políticas adquieren un registro muy distinto, lo cual rompe las posibilidades de interlocución.
Así pensado, el concepto progresismo intentaría reflejar las complejidades de la sociedad costarricense actual según estas se manifiestan en los sectores políticamente más críticos. Ese progresismo fue, en términos generales, el que llevó adelante la lucha contra el TLC con Estados Unidos y fue entonces cuando vivió sus mejores momentos, reflejado en un vasto movimiento de organización y movilización y en un esfuerzo extraordinario de construcción de discursos y propuestas políticas e ideológicas.
Fue un movimiento descentralizado y heterogéneo o, quizá mejor, una confluencia multicolor de movimientos y propuestas organizativas. Justo por ello siempre me han parecido desencaminados los diagnósticos -que se siguen repitiendo- acerca de que la debilidad de ese gran movimiento estuvo en la ausencia de un liderazgo fuerte, o bien en la carencia de una estrategia unificada (o en ambas cosas al mismo tiempo). La verdad es que nadie entre quienes intentaron jugar un papel de liderazgo –fuesen individuos o comisiones de coordinación o enlace- tenían más que algunas vagas e inciertas posibilidades de dirigir algo que se construyó desde lo diverso, como un entretejimiento de múltiples iniciativas.
No sé si esa insistencia en una conducción centralizada y un liderazgo fuerte sea acaso la pervivencia en el imaginario de algunas izquierdas de la vieja (y al parecer anhelada) proclama de “comité central mande”. El caso es que aquella fuerza social del no al TLC se movió como lo que era: un complejo diverso y heterogéneo. Fue un enorme ejercicio de construcción democrática autónoma, donde se acumularon logros extraordinarios como probablemente también se cometieron muchos errores, pero no creo que ninguno de estos haya tenido que ver con la negativa a someterse a una conducción autoritaria y centralizada.
Y cuando se diserta acerca de cuál debió ser la estrategia correcta, afirmando que la que se aplicó no lo era, interpreto que se nos dicen que la gente, el pueblo organizado y movilizado democráticamente, estaba equivocado. Y entonces, ¿es que acaso el pecado estuvo en un “exceso” de democracia?
Pues ese progresismo de hoy día fue ese gran actor en aquella lucha contra el TLC, pero ahora desprovisto del ímpetu organizacional, la imaginación política y la creatividad expresiva que fueron sus grandes fortalezas de entonces. Y aunque debilitado, sigue siendo plural, heterogéneo y por lo tanto complejo. Lo es en su perfil clasista, en sus expresiones y construcciones culturales y en sus visiones político-ideológicas.
Justo esa complejidad hace que resulte tarea muy ardua la de encontrar fórmulas sintéticas por medio de las cuales explicar lo que ese progresismo es. Que quede claro: no pretendo generalizar, sino tan solo caracterizar tendencias o manifestaciones más o menos dominantes. Por ejemplo, la existencia de un imaginario de justicia social que, la mayoría de las veces, gira alrededor de un eje principal: el papel asignado al Estado social de derecho. Aparece una opción por la organización democrática autónoma junto a un discurso patriótico-nacionalista relativamente bien posicionado, el cual se expresa en la defensa del patrimonio institucional y natural de Costa Rica. Por esa vía se establece un ligamen, en general bien definido, con el ambientalismo en sus múltiples expresiones: desde las luchas por el agua a la defensa de las reservas y parques nacionales. La vena patriótica ocasionalmente se vuelve anti-imperialista, pero a veces también da lugar a discursos –por lo menos en boca de alguno o algunos ideólogos- con una carga nostálgica y mitificada que resulta incluso reaccionaria (ello se expresa, por ejemplo, en la exaltación emocional y acrítica de viejos caudillos y en las visiones patriarcales y bucólicas de un pasado presuntamente igualitario).
Los pueblos indígenas o el campesinado y la seguridad alimentaria, como también la denuncia de las corruptelas de las oligarquías dirigentes, suscitan expresiones más o menos enérgicas por parte de las diversas vertientes de este progresismo. Pero no es infrecuente que se muestre conservador en lo moral y bastante “demodé” en cuestiones culturales. Por ello, no son inusuales los desencuentros en asuntos de género o juventudes, la casi incomunicación con las feministas y una indisimulada homofobia que, en el mejor de los casos, se expresa como un profundo desprecio hacia las personas sexualmente diversas.
El estado de debilitad en que se encuentra ha llevado al progresismo costarricense a pactar con sectores con los que apenas ayer estuvo enfrentado, tal cual se ha visibilizado en la reciente constitución de la alianza parlamentaria opositor. Pero esto último mejor dejarlo para una reflexión posterior
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