Carlos Malamud
Comienza la segunda década del siglo XXI con un nuevo gobierno en Brasil, aunque la pregunta de fondo no es sólo si el país cambiará, sino también, en el caso de una respuesta afirmativa, hacia dónde y con que dirección. El cambio arroja algunas novedades junto a numerosas incertidumbres. Comencemos por las primeras, las más triviales, aunque éstas no carezcan de importancia.
El primero de enero de 2011 una mujer se sentará por primera en el palacio de Planalto, en Brasilia. Un cambio de gran importancia para Brasil, pese al creciente rol protagónico que sus mujeres están comenzando a jugar en todos los aspectos de la realidad. La presidencia de Dilma Rousseff no supone un corte radical con el pasado, dada su pertenencia al PT gobernante, el partido de Luiz Inácio Lula da Silva y al hecho de que, en líneas generales, se mantiene la amplia coalición de gobierno, que reúne hábilmente a partidos de derecha, centro e izquierda, una situación que no responde a una habilidad homérica de Lula sino a una sólida tradición nacional.
La segunda novedad, no menor, también afecta a Rousseff y cuestiona directamente su futuro. Por primera vez desde el restablecimiento de la democracia, tras la dictadura militar de las décadas de 1960 y 1970, y después de la reforma constitucional que introdujo la reelección consecutiva, el presidente electo pertenece al mismo partido que su antecesor. A diferencia de Fernando Henrique Cardoso que se veía amortizado políticamente tras dejar su cargo, Lula se siente joven, está sumamente insatisfecho, tiene un fuerte afán de protagonismo y cree posible, pese a sus caballerosas declaraciones sobre el futuro de Rousseff, a volver a la primera línea del gobierno federal ni bien le sea posible.
Hay un consenso muy extendido en Brasil de que Rousseff encuentra un país en una situación excepcional, como nunca antes había ocurrido. Está claro que el éxito tiene demasiados padres, y en este momento tanto Lula como Cardoso se disputan la titularidad de esa gran potencia emergente que es Brasil. Pero si uno quiere ser honesto con el pasado debería reconocer que los cimientos de esta prosperidad no se cavaron en los últimos ocho años, sino en los ocho anteriores.
Pese a haber logrado grandes cosas para su país, o precisamente por eso, Lula abandona su cargo con bastante menos modestia que la que mostró cuando llegó al gobierno. Su última rueda de prensa con los periodistas que lo acompañaron estos años es una seguidilla de perlas de un hombre muy pagado de sí mismo. Es evidente que tanto la opinión pública nacional como la internacional soportaron muchas cosas de Lula, convertido en un icono internacional, gracias a sus orígenes modestos, al hecho, mil y una vez apuntado desde su círculo íntimo, del obrero tornero sin estudios convertido en el presidente exitoso de un país exitoso.
Entre las cosas que dijo Lula en una de sus últimas intervenciones como presidente saliente destacaría su reconocimiento, adobado con bastante falta de modestia, de que ya lo sabe casi todo y no necesita estudiar más: “Mi experiencia en la Presidencia de la República ha sido como un posdoctorado en economía elevado a la quinta potencia. No sé lo que podría aprender más en la Universidad”. Pero hay más, siguiendo por el hecho de que no se considera un hombre común y ya no aspira a la Secretaría General de la ONU, un puesto sólo válido para “burócratas competentes” o para “un simple funcionario” y no para políticos de prestigio como él.
También centró sus críticas en Obama, acusándolo de “menospreciar” a América Latina y no entenderla. Obama “cambió poco o nada la visión de Estados Unidos sobre América Latina y eso me entristece mucho, porque estamos viviendo el proceso de democratización más importante del mundo”. Habría que preguntarle a Lula cuánto cambió su visión de EEUU desde que fue presidente, especialmente tras sus dos más sonados fracasos diplomáticos, Honduras e Irán, que se sigue negando a reconocer y que endilga a la perversidad del sistema político de EEUU y su particular forma de ver el mundo.
Será precisamente Lula el principal contendiente y el mayor problema de Rousseff en su primer año de gobierno, y no la oposición del PSDB. La nueva presidente deberá luchar contra el recuerdo de lo que hizo Lula, de todo lo bueno que logró, y de la forma en que lo hizo, y también con el Lula de carne y hueso, contra sus aspiraciones de mantener en el poder a sus más fieles, de seguir recorriendo a su manera los caminos ya transitados, evitando innovar. Ante esto, Rousseff deberá luchar por imponer su estilo de gestión, por rodearse de nuevas figuras, aunque mantenga algunas del pasado. A José Serra el peso de Lula le supuso el fracaso de su campaña electoral. ¿Ocurrirá lo mismo con Rousseff? ¿Funcionará lo del abrazo del oso o lo de las muertes por fuego amigo?
Con la ironía que lo caracteriza, Fernando Henrique Cardoso dijo que no entendía a Dilma Rousseff: “No, no la entiendo, le confieso que tengo una seria dificultad para entender lo que dice”. “Es una dificultad mía, Ud. sabe que soy de corta inteligencia. A veces no consigo entenderla, ella no termina su razonamiento y no tengo la imaginación suficiente para saber lo que ella irá a decir”. Más allá de los problemas de Cardoso para entender a Rousseff, la nueva presidente tiene muchos retos por delante, comenzando por el ajuste fiscal que deberá hacer en los primeros dos años de su gobierno y siguiendo por numerosos otros campos, incluyendo el de la explotación del petróleo presal y concluyendo en la política exterior.
Por eso, la derrota de Lula en los años venideros será la mejor noticia para Brasil. Si Lula pierde y Rousseff gana se habrá visto un gobierno consolidado en un país que no cesa de avanzar. Por el contrario, si en 2014 el candidato oficialista es Lula y no Rousseff los problemas de Brasil serán unos cuantos, especialmente después de celebrado el mundial de fútbol y a las puertas de los Juegos Olímpicos de Rio. Ahora bien, también es necesario que Rousseff tenga la claridad política de Lula, que fue la que lo llevó a rechazar a modificar la Constitución para lograr una nueva reelección: “uno pide un mandato más y después quiere cuatro, quiere cinco, y el país se va convirtiendo en una dictadurita sin que nadie lo note”. ¡Murió el rey, viva la reina!
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