viernes, 14 de enero de 2011

Uruguay: la impericia delas autoridades competentes, personas “normales”, padres defamilia, trabajadores o pequeños comerciantes, se han convertido enasesinos. Ejercen la justicia por mano propia condenando a muerte alos ladrones; pero a diferencia de lo que sucede en las seriestelevisivas, aquí son avalados y justificados no sólo por susvecinos, sino también por las autoridades policiales y por losjueces. Ser robado o asaltado es una sensación muy embromada, y lodigo por experiencia propia. Pero peor es cargar con una muerte en laconciencia, y todavía tener que seguir viviendo con miedo a lasrepresalias. Por más que el gobierno maquille las estadísticas para demostrar queel crimen no ha aumentado, la experiencia personal de cualquierciudadano desmiente esa circunstancia. El crimen aumenta porqueaumenta la desigualdad, porque delinquir “paga” más que trabajar,porque además no hay trabajo digno, porque hay poca vigilancia,porque para muchos ir a parar a la cárcel, en última instancia esuna mejora en sus condiciones de vida. Los que sí han cambiado en los últimos años, son los protagonistasdel delito. Antes, los delincuentes eran profesionales y mayormenterobaban a los más ricos que podían. Ahora, la mayoría de losdelincuentes son marginales que roban a los que tienen más a mano (elalmacenero, el repartidor, el guarda del ómnibus, la abuela que va decompras, la muchacha que sale del liceo). Es que los pobres no puedenpagarse la policía privada que se pagan los ricos, ni colocar alarmaso alambrados eléctricos como ellos. En El Salvador, los repartidores de bebidas y alimentos llevan a unparamilitar, ametralladora en ristre, en cada estribo del camión.Hacia allí vamos por el camino que estamos siguiendo; cada vezestamos más cerca de la latinoamérica más miserable, con ricos muypero muy ricos y pobres buscando satisfascer sus necesidades deconsumo artificial y suntuario mediante el delito. Porque la mayoríano roba para comer sino para comprarse los zapatos “Nike” o elcelular “3G” o la dosis de pasta base o de cocaína. Ésta es la sociedad que el progresismo está construyendo por accióny por omisión, no encontrando la solución a los problemas heredados(hace ya seis años en el país, hace más de 20 años en Montevideo).Y uno los escucha y están contentísimos de que todos los meses sesigan batiendo los records de venta de automotores y de exportaciónde alimentos… Ellos saben que también se están batiendo los records de genteviviendo en la calle, de mendigos disfrazados de cuidacoches, delavadores de parabrisas, de malabaristas, de vendedores de ondulines,gente con la piel marrón, los ojos brillantes y el aliento fétido dela pasta base. Día tras día por toda la ciudad. Cientos y cientos. Y nuestros gobernantes, en lugar de pedir perdón por no sólo nopoder solucionar eso, sino por no poder evitar el incremento de lamarginalidad: saca pecho y se autoalaba, y acusan de“infantilistas” a los que les reclaman un accionar coherente.¿Saben una cosa? Son unos chantas, unos incapaces. Lástima que unode los precios de esa soberbia autocomplaciente sea ahora la guerra depobres contra pobres. Andrés Capelán

POBRES MATANDO POBRES

MONTEVIDEO/URUGUAY/14.01.11/COMCOSUR AL DÍA

Ante la imperencia de las autoridades competentes, personas “normales”, padres de familia, trabajadores o pequeños comerciantes, se han convertido en
asesinos. Ejercen la justicia por mano propia condenando a muerte a los ladrones; pero a diferencia de lo que sucede en las series televisivas, aquí son avalados y justificados no sólo por sus vecinos, sino también por las autoridades policiales y por los jueces. Ser robado o asaltado es una sensación muy embromada, y lo digo por experiencia propia. Pero peor es cargar con una muerte en la conciencia, y todavía tener que seguir viviendo con miedo a las
represalias.

Por más que el gobierno maquille las estadísticas para demostrar que el crimen no ha aumentado, la experiencia personal de cualquier ciudadano desmiente esa circunstancia. El crimen aumenta porque aumenta la desigualdad, porque delinquir “paga” más que trabajar, porque además no hay trabajo digno, porque hay poca vigilancia, porque para muchos ir a parar a la cárcel, en última instancia es una mejora en sus condiciones de vida.

Los que sí han cambiado en los últimos años, son los protagonistas del delito. Antes, los delincuentes eran profesionales y mayormente robaban a los más ricos que podían. Ahora, la mayoría de los delincuentes son marginales que roban a los que tienen más a mano (el almacenero, el repartidor, el guarda del ómnibus, la abuela que va de compras, la muchacha que sale del liceo). Es que los pobres no pueden pagarse la policía privada que se pagan los ricos, ni colocar alarmas o alambrados eléctricos como ellos.

En El Salvador, los repartidores de bebidas y alimentos llevan a un paramilitar, ametralladora en ristre, en cada estribo del camión.
Hacia allí vamos por el camino que estamos siguiendo; cada vez estamos más cerca de la latinoamérica más miserable, con ricos muy pero muy ricos y pobres buscando satisfascer sus necesidades de consumo artificial y suntuario mediante el delito. Porque la mayoría no roba para comer sino para comprarse los zapatos “Nike” o el celular “3G” o la dosis de pasta base o de cocaína.

Ésta es la sociedad que el progresismo está construyendo por acción y por omisión, no encontrando la solución a los problemas heredados (hace ya seis años en el país, hace más de 20 años en Montevideo).
Y uno los escucha y están contentísimos de que todos los meses se sigan batiendo los records de venta de automotores y de exportación de alimentos…

Ellos saben que también se están batiendo los records de gente viviendo en la calle, de mendigos disfrazados de cuidacoches, de lavadores de parabrisas, de malabaristas, de vendedores de ondulines, gente con la piel marrón, los ojos brillantes y el aliento fétido de la pasta base. Día tras día por toda la ciudad. Cientos y cientos.

Y nuestros gobernantes, en lugar de pedir perdón por no sólo no poder solucionar eso, sino por no poder evitar el incremento de la marginalidad: saca pecho y se autoalaba, y acusan de “infantilistas” a los que les reclaman un accionar coherente.
¿Saben una cosa? Son unos chantas, unos incapaces. Lástima que uno de los precios de esa soberbia autocomplaciente sea ahora la guerra de pobres contra pobres.
 

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