sábado, 8 de enero de 2011

Xenofobia

Por Daniel Edgardo Amador

Argentino, casado, subocupado, sin vivienda propia, técnico químico, técnico en PC.

xEstaba en la cola de la caja del supermercado esperando mi turno para que la joven cajera del súper de la cadena Día me cobrara mis pingües compras, cuando la señora que estaba detrás mío se despacha con un “qué bárbaro, como estamos, ¿no?”, a lo que amablemente le respondí: “Mejor que con cualquier gobierno de los últimos 40 años.”



La mujer se quedó mirándome por unos segundos y asintió y sonrió. “Pero están robando mucho en este barrio”, me dijo. “Siempre robaron, siempre hubo ladrones, a veces más, a veces menos... lo que pasa es que si usted mira la tevé va a ver 200 robos por mañana, y en realidad son unos cuantos pero repetidos tantas veces en los noticieros que uno cree que son muchos más”. La señora volvió a asentir y de golpe, como surgido de la nada, terció un señor que empezó con una arenga racista, citando a los vecinos de Lugano y sentenciando: “a estos hay que mandarlos a todos a su país, porque primero están los argentinos, después los hijos de los argentinos y los hijos de los hijos de los argentinos, y si el gobierno les da viviendas hay que sacárselas...”, y me miro socarronamente como diciéndome “chúpate esta”.

Yo lo miré y amablemente le pregunté cuál era su apellido, y este muchachón xenófobo me dice orgullosa y altaneramente un apellido italiano, que no recuerdo, pero que él lo pronunció hasta dándole una cierta acentuación itálica, agregando que sus abuelos le dejaron una media docena de propiedades fruto de su trabajo... Me sonreí y empecé a responderle serenamente que yo, hasta donde tengo comprobado y por parte de padre, mi tatara tatara tatara abuela somos argentinos, y que con 53 años y esposa y dos hijos vivo en la casa de mi viejo, que es lo único que tenemos, y que él también se rompió el lomo y más abajo, donde termina el lomo, y que mi familia era mucho más autóctona que la de él, y que si en la época en que llegaron sus abuelos de Italia, escapándole al hambre y a la guerra, hubiese –y los hubo– idiotas, cortos de mente y xenófobos como él y los hubieran mandado de vuelta en barco, él probablemente no tendría esa media docena de propiedades. Entonces este señor, que permanecía en silencio y ya no estaba tan desafiante, ensayó un “pero estos son todos negros bolivianos...”, a lo que le pregunté si su abuelo era un comendattore, un artista plástico o un humilde campesino hambreado.

No me respondió. Se quedó en silencio, entonces le aconsejé que pensara lo que decía, que dejara de leer sólo pasquines golpistas, que no sólo se quedara con lo que le cuenta el periodismo “independiente”. Siguió en silencio, pero ya era mi turno de pagar. En la Argentina, y me atrevo a decir que en todo Latinoamérica, la lucha de clases es también una lucha racial. Hay que reeducar a los adultos y educar a los jóvenes. Hay que tener una actitud militante y responderle a la gente que habla por hablar, no dejemos que digan cualquier cosa.
Contestar, replicar, retrucar, hacerles ver que nosotros somos muchos, hay que defender esto que hemos coseguido hasta acá, porque desde acá podemos ir por más.
Que no nos arrebaten los sueños ni en la cola de la caja del supermecado.

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