domingo, 15 de mayo de 2011

Columna de pensamiento‏ - La farsa de los dos ejércitos o la guerra inventada

Escribe Ignacio Martínez
Cualquier reunión para establecer un pacto o acuerdo entre algunos compañeros tupamaros y algunos militares, hayan sido en el 72 o en el 84 o en el 88 o ayer, a mí no me representan y, la verdad, no representan a nadie
 No se trata, nunca se trató, de un armisticio entre partes enfrentadas en una guerra.
 No se trata, nunca se trató, de reuniones entre combatientes o comandantes de dos fuerzas beligerantes.
Quien lee así la historia se equivoca fiero.
Lo que hubo aquí y en casi todo el continente, fue el proceso de enfrentamiento entre sectores en el poder (banqueros, agroexportadores, dueños de medios de comunicación y empresas multinacionales) que se enriquecieron a niveles de obscenidad, contra el pueblo trabajador, la clase media y los intelectuales que cayeron por el barranco del empobrecimiento vertiginoso (a fines de los 50, con la firma del primer tratado con el FMI, sólo para poner una fecha).
 En ese marco surgieron expresiones armadas.
 Se construyeron aparatos armados con diferentes propósitos, pero todos rodeados por la lucha creciente de los trabajadores rurales y urbanos, de los estudiantes y de las capas medias que, para poner un ejemplo, el 13 de abril de 1972 , hicieron el paro general más grande de toda la historia, con el comercio adherido casi por unanimidad.
 ¿No se acuerdan de eso?
 Estos enfrentamientos no trajeron “caídos de ambos bandos”. Lo que trajo, por un lado, fue esa creación imperial de la Doctrina de la Seguridad Nacional que necesitó inventar el estado de guerra interno, el Co.Se.Na y la Ley de Seguridad Nacional en abril de 1972.
Esa Doctrina, que tiene sus raíces en la Francia colonialista en Argelia, en los EEUU en Vietnam, en la Escuela de las Américas, está pensada para dominar a los pueblos y todas sus expresiones de lucha que avanzaban por otro lado.
 Reconozco entre esas expresiones, claro está, la lucha guerrillera y mis queridos compañeros caídos, pero también reconozco los mártires obreros y estudiantiles, los asesinados en la tortura o desprovistos de asistencia médica en cárceles o en la sala 8 del Militar.
Reconozco a los detenidos desaparecidos, a los nacidos en centros de reclusión legales o clandestinos.
 Reconozco la psicosis del miedo, la lápida sobre las ideas y sobre las organizaciones de masas. Reconozco el terrorismo de estado dirigido a las familias de las víctimas directas, a los amigos de esas familias, a los vecinos, a la población toda. Y reconozco la resistencia, la lucha, mucho más allá y más acá del 72.
 Lucha en la cual, de este lado no tuvimos, nunca tuvimos, ningún ejército ni cadena de mando.
 Tuvimos un pueblo enfrentado al avasallamiento de sus libertades, al despojo de sus conquistas, al avance de un sistema capitalista de nuevo tipo que necesitaba y necesita concentrar aún más la riqueza, dominar con su ideología hegemónica a la humanidad entera, aniquilar cualquier manifestación revolucionaria que haga tambalear su desesperado predominio universal.
Reconozco, luego, la lucha para derrotar la dictadura que nació marcada por una huelga general que organizó nuestra clase obrera y trabajadora. Lucha para reconquistar la democracia representativa primero, buscando profundizarla hacia una democracia participativa, con un gobierno de izquierda que avance en los cambios con sentido popular y progresista, en una dirección socialista, única  garantía de lucidez y perdurabilidad de los cambios.
Reconozco hoy, entre otras, las luchas por la verdad y la justicia. En eso estamos hoy.
 A las presiones militares o de cualquier otra índole, sólo les queda que respondamos con la movilización popular, con el programa claro de los cambios en pro de la pública felicidad. Y si a alguien le caben dudas, permítanme responder con una frase de Artigas, óiganla bien, señores de todas partes:
"El despotismo militar será precisamente aniquilado con traba constitucionales que aseguren inviolable la soberanía de los pueblos" 
Las cosas claras compañeros. Cuando más pública es la actividad de un militante, sea diputado o senador, ministro o presidente, más cristalina debe ser su actuación en todos los órdenes de la vida. Artigas también lo supo vislumbrar: "El pueblo es soberano y él sabrá investigar las operaciones de sus representantes". Y la historia, compañeros, esa empecinada realidad, muchas veces en constante movimiento, sólo la podemos abordar intentando francamente la verdad.

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