domingo, 10 de enero de 2010

Palestina: 28 kilómetros de destilado apartheid

Esta carretera ha contado la historia entera. Pavimentan una carretera, expropian tierra palestina y el Tribunal Superior de Justicia aprueba la expropiación, en sus palabras, "siempre que sea por el bien de la población local".

Después impiden a la "población local" usar la carretera, y finalmente construyen un muro con dibujos de riachuelos y praderas de modo que no vemos y no sabemos que conducimos por una carretera de apartheid, que viajamos sobre el eje de la maldad.

¿Apartheid? ¿De qué está usted hablando? Es simplemente una autopista a la capital, porque es como mejor nos parece. Ir (rápidamente) junto a la ocupación y sintiendo que no está. De esa manera la carretera ha cumplido otro deseo nacional oculto: que se aparten de nuestras caras.

¿Cuántos de las masas de viajeros por esta autovía han mirado a su izquierda y derecha? ¿Cuántos de ellos se han percatado de las 12 carreteras bloqueadas por montones de basura y barricadas de hierro? (¿Hay algún otro país que bloquee las carreteras con la basura?) ¿Y qué hay de las 22 aldeas confinadas y escondidas al lado de la autovía? ¿Cuántos se han preguntado cómo es posible que un carretera que se pavimenta en el corazón de la tierra de Palestina no tenga palestinos viajando por ella? ¿Cuántos se han dado cuenta de la señal que indica el "Campo de Ofer (militar)", otro nombre blanqueado para unas instalaciones de detención para centenares de presos detenidos allí, algunos sin juicio?

¿Cuántos han observado a los habitantes que caminan sobre el terreno rocoso para conseguir llegar a la aldea vecina? Son 28 kilómetros de apartheid destilado: los judíos en lo alto, sobre la autovía llegando a ser de los señores de la tierra. Los palestinos abajo, más adelante, yendo a pie a la escuela de niñas de la aldea de Al-Tira, por ejemplo, a través de un túnel oscuro y lleno de moho.

Yo, también, he reflexionado más de una vez si tomar la Carretera 1 con todos sus atascos de tráfico o la 443 con todas sus injusticias. En mis desafueros, a veces, he optado por las injusticias. Es como disparar y llorar. Primero uno mata y después se golpea con la congoja de por lo qué ha hecho. He conducido y he llorado.

El Tribunal Superior de Justicia ha acreditado nuevamente cuán necesaria es. Demasiado tarde y demasiado poco, e imponiendo extrañamente una demora de cinco meses en la implementación de su sentencia. No es un faro de justicia con respecto a todo lo relativo a la ocupación, pero es por lo menos un pequeño destello que hace billar un tímido rayo: cuidado, apartheid.

Los jueces Dorit Beinisch y Uzi Vogelman deberían recibir alabanzas. Nos han recordado lo que habíamos olvidado. Hay jueces en Jerusalén, y periódicamente incluso se manifiestan en contra de la injusticia de la ocupación. Nos vemos en otros cinco meses. Para entonces quizá el Estado encontrará un surtido de razonamientos y excusas para no cumplir la sentencia. ¿Automóviles palestinos en la Carretera 443? Usted (y el ejército) me hacen reír.

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