El escritor y periodista vasco Juan Ibarrondo esboza posibles geneolgías del movimiento de acampadas y reflexionaba sobre su incidencia en Euskadi y Navarra
Decían los viejos manuales que para que se diera la revolución eran necesarias condiciones objetivas y subjetivas. En la actual tesitura parece evidente que las primeras se dan, y es un lugar común preguntarse por qué la gente no está en la calle con la que está cayendo.
En cuanto a las segundas, se vienen forjando en los últimos años experiencias, alianzas, debates, discursos… que han servido de catalizador para la explosión que ahora estamos viviendo.
En el caso de Madrid, pero también en Barcelona y en otras ciudades donde ahora acampan “los indignados”, hace tiempo que existen experiencias y luchas -asamblearias y autogestionadas- hasta ahora minoritarias, pero ricas en sus dinámicas, debates y propuestas: centros sociales y casas ocupadas; hakctivismo, periódicos alternativos e iniciativas editoriales asociativas; grupos feministas, LGTB o queer; asambleas contra el TAV; cooperativas de autoconsumo; iniciativas de decrecimientos; vías campesinas; huertos urbanos…
También han surgido con fuerza discursos críticos, obra de intelectuales disconformes de “nuevo” cuño, como José Luís Sampedro, Carlos Taibo, Arcadi Oliveres, Santiago Alba, o el recientemente fallecido Ramón Fernández Durán… por citar solo algunos.
Textos como el ya archifamoso librito “Indígnate”, también el influyente “La crisis que viene” del Observatorio Metropolitano, o “La quiebra del capitalismo global: 2000-2030” verdadero “testamento de vida” que nos dejó Ramón Fernández Durán…, han contribuido a consolidar un discurso que va más allá de un descontento difuso para proponer un cambio radical -en el sentido etimológico de la palabra- de un sistema capitalista decadente -incapaz ya de reproducirse- y de sus esclerotizados instrumentos políticos.
Con estos mimbres se han tejido las redes de descontento que ahora salen a la luz. No son vanguardias, sino catalizadores, personas que sin querer dirigir el movimiento aportan sus experiencias organizativas -sus conocimientos- al conjunto del movimiento disconforme. Tratan de constituir un saber colectivo que nos guíe en las transiciones a otros mundos posibles. Tratan de reconstruir el común, de entablillar los huesos rotos de las relaciones humanas, que no nos permiten caminar hacia nuevos escenarios.
No hay que buscar manos negras, ni recurrir a explicaciones simplistas como la influencia de las “redes sociales virtuales”. No hay más que ver la confusión con que han reaccionado los partidos políticos para desechar conspiraciones extrañas. En cuanto a las llamadas redes sociales virtuales, no se puede negar su utilidad, pero en el fondo no son sino instrumentos, como otros, que en ningún caso pueden sustituir a las redes reales, entre personas que se tocan, se huelen y se sienten de forma presencial. Esas redes humanas son las que hay que reconstruir, y las redes virtuales pueden ayudar en esa tarea pero no sustituirlas.
Es verdad que estamos ante un movimiento diverso, con posturas divergentes, que van desde propuestas "ciudadanistas" que piden la radicalización democrática, hasta sectores anarquistas, pasando por los más variados matices del rico conglomerado que acampa estos días en calles y plazas.
Como siempre, es más fácil ponernos de acuerdo en lo que rechazamos -que ya es mucho- que en lo que proponemos. Pero las experiencias que citaba al principio nos han hecho aprender que sólo desde las prácticas comunes surgen ideas nuevas. Que los catecismos no sirven, ni tampoco las sectas políticas que afirman haber dado con la solución. Creo también que esas mismas experiencias nos han vacunado -hasta cierto punto- contra dos de las peores enfermedades que han aquejado a la izquierda desde siempre: el sectarismo y el autoritarismo
Es importante no caer en la tentación de tratar de controlar este nuevo movimiento, sino escucharlo
Eusakalarria
Quisiera terminar esta reflexión de urgencia haciendo referencia a la situación en Euskalherria, donde también han surgido asambleas de indignados, aunque con menos fuerza que en otros lugares.
http://www.diagonalperiodico.net/El-estallido-de-la-protesta-en.html
Aquí se han solapado dos situaciones distintas, aunque en mi opinión tienen cosas en común, y por ello me gustaría incidir más en lo que las une que en las diferencias.
Me refiero a la movilización popular, plural y masiva, que se opuso de forma rotunda a la posibilidad de que Bildu no pudiera presentarse a las elecciones.
https://diagonalperiodico.net/La-ciudadania-vasca-sale-a-la.html
Fue una batalla que se ganó, pero aún continúa la persecución policial y judicial contra numerosas personas por sus ideas políticas.
La diferencia entre el movimiento de los indignados y la propuesta política que ha cristalizado en Bildu es clara. El movimiento del 15M no es partidista, mientras que la lucha a favor de la legalización de Sortu y Bildu -paradójicamente- trata de que se les reconozca “poder ser” un partido y una coalición legales. Sin embargo, los dos son movimientos que tratan de poner freno a políticas autoritarias e injustas -que nos son comunes- y ambos luchan por una democracia participativa y sin exclusiones.
Hay que reconocer también que muchas de las propuestas de los acampados son similares a las que recoge Bildu en su programa electoral, aunque otra cosa será la práctica que pueda y quiera llevar a cabo la coalición, y también el recorrido del movimiento de indignados.
En cualquier caso, estoy seguro de que la inmensa mayoría de los votantes y militantes de Bildu ven con simpatía el movimiento de indignados. Por eso mismo, en Euskalherria, es importante no caer en la tentación -como ha pasado en otras ocasiones con los movimientos populares- de tratar de controlar este nuevo movimiento sino escucharlo y considerarlo como lo que es: un grupo de personas con voz y propuestas propias.
Además, haríamos bien en considerar a los acampados de la Puerta del Sol como potenciales aliados a la hora de llevar adelante el cambio de ciclo político en Euskalherria; pues es obvio que, si bien la tarea de llevar adelante la autodeterminación política debe ser obra de los ciudadanos vascos, será necesario también tener aliados en el Estado español.
En ese sentido, ésta puede ser una buena oportunidad para recuperar viejos vínculos, establecer un diálogo sincero, y también para aprender con humildad de las propuestas y debates que este movimiento está poniendo sobre la mesa. Propuestas que, en muchos casos, trascienden las fronteras y unen los pueblos.
Fuente:Diagonal web
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