Norberto no ha sido deportado |
Albert Escusa - Kaos en la Red
Muchos no tendrán el derecho a ser recordados. No figurarán jamás entre los comunicados de protesta de insignes intelectuales izquierdistas y premios Nóbel. Sus nombres pasarán sin pena ni gloria por el escaparate de la izquierda de la doble moral sin que ésta sienta ningún remordimiento. No sirven para dar publicidad a bonitas campañas internacionales rebosantes de buenismo humanitario izquierdista, no dan prestigio a muchas ilustres personalidades, intelectuales de renombre e izquierdistas radicales de lo políticamente correcto. No son mediáticos. No son útiles. Son prescindibles.
Entre ellos figuran luchadores políticos, guerrilleros, presos del imperialismo y otros nombres que no sirven para determinados fines de la izquierda del buenismo humanitario y de lo políticamente correcto. Tomemos el último caso: el legendario independentista puertorriqueño Norberto González Claudio, líder del Ejercito Popular Boricua, capturado el 10 de mayo de 2011 por el FBI norteamericano en Puerto Rico –actual colonia yanqui- y extraditado a Estados Unidos, donde será juzgado por el robo de un banco el año 1983 para financiar la lucha patriótica de su país. A Norberto, de 65 años de edad y 25 de vida clandestina, le acusan de todas las acciones combatientes de los llamados “macheteros”, por lo que le puede caer una condena de 275 años de prisión. Pero Norberto no recibirá muchas muestras de cariño por parte de izquierdistas radicales indignados, ni las páginas de Internet se llenarán de comunicados y protestas incendiarias contra la extradición a la metrópoli, ni los intelectuales bienpensantes moverán un dedo por él. Casi nadie en el extranjero conocerá su causa: Norberto ha tenido la desgracia de no ser extraditado por el gobierno de izquierdas de Venezuela. Norberto no es un preso mediático. No es útil. Es prescindible.
Sigamos con otros presos "desafortunados”", esta vez atrapados por la policía de Venezuela: los guerrilleros colombianos Nilson Navarro, Priscila Ayala Mateus, Oswaldo Espinosa Barón, capturados el año 2010, y Carlos Julio Tirado Hernández y Carlos Duban Pérez Marín, capturados el 17 de marzo de 2011. Todos ellos fueron extraditados a Colombia. A diferencia de Joaquín Pérez Becerra, sus casos no dejarán ninguna huella en los medios de comunicación de los partidos de izquierda venezolanos ni por supuesto en los del extranjero. Sus historias personales no se conocerán nunca: ni son periodistas famosos, ni viven en Europa. La izquierda de la doble moral y del buenismo bienpensante no halló motivos para realizar campañas internacionales, ni movió un dedo por su causa, ni mostró señal alguna de indignación. No son presos mediáticos. No son útiles. Son prescindibles.
Heinz Dieterich y su cruzada anti-Chávez
¿Quién se imagina, por ejemplo, a Heinz Dieterich, derrochar tanta tinta y energías por la causa de los 5 cubanos presos del imperio como está haciendo con el caso de Joaquín Pérez Becerra? ¿Y por los anónimos guerrilleros que no eran periodistas relevantes, entregados a Colombia? ¿Y por Leonard Peltier? ¿Y por Mumia Abu-Jamal? Quizás encontremos algunas breves líneas entre viejas páginas amarillentas escritas hace muchos años: ahora están “pasados de moda”. Tampoco Dieterich desea inmolarse de indignación por el reciente caso del boricua Norberto González: debe ser un caso sin importancia que el legendario luchador independentista sea deportado a Estados Unidos por el FBI. Y queda fuera de toda duda que Dieterich jamás calificará a los intelectuales que no han movido un dedo contra éste y otros tantos casos como «beneficiarios de las prebendas del Estado venezolano en América Latina y Europa» (1) al igual que hace con los intelectuales que no se suman a su cruzada anti-Chávez.
Quizás Dieterich pretenda que nos olvidemos que él también fue uno de esos intelectuales que saboreó las ahora criticadas «mieles del poder» cuando durante una larga época consiguió situarse como ideólogo del llamado “Socialismo del siglo XXI”, apareciendo en innumerables ocasiones junto a destacados dirigentes e intelectuales, «gastando millonarias sumas de dólares en sus encuentros y firmando declaraciones que nadie lee» en las actividades donde él estaba presente, y en numerosos viajes, congresos y encuentros de todo tipo que seguramente financiarían al señor Dieterich con cargo a los presupuestos de los gobiernos de Cuba y Venezuela, entre otros. Por aquel entonces a Dieterich ni se le pasaría por la cabeza hablar de los intelectuales que apoyan a los gobiernos revolucionarios de América Latina en los mismos términos, ni “denunciaba” airadamente el supuesto elitismo de tales encuentros. Era otra época, la época dorada en la que Dieterich era llamado a todas las reuniones internacionales.
Observando su evolución posterior, uno estaría tentado a pensar que ello se debía no tanto a sus convicciones políticas como a la posibilidad de multiplicar su popularidad. Sus repentinos cambios de lealtades otorgan el derecho a pensar que hubo algo más que las convicciones políticas en la defensa absoluta de tales gobiernos, hasta el punto de arremeter –con total valentía y justicia, es cierto– contra José Saramago y Eduardo Galeano, dos reputados intelectuales que aprovecharon el fusilamiento de tres criminales y secuestradores cubanos para desgarrarse la camisa públicamente contra el gobierno de Cuba. Pero los tiempos fueron cambiando: Dieterich no pudo imponer sus recetas y su visión del mundo a los gobiernos de izquierdas latinoamericanos, y al parecer su ego quedó fuertemente resentido, especialmente con Hugo Chávez. Jugó la carta del general venezolano Raúl Baduel, del que se deshizo en elogios y sobre el que se erigió en protector intelectual. Pero Baduel, frente a la reforma constitucional promovida en Venezuela en 2007, arremetió contra Chávez y lo acusó de querer imponer dictatorialmente el socialismo, llamó a la movilización golpista, y claro, la jugada le salió muy mal a Dieterich. Ya hacía tiempo que los diferentes gobiernos progresistas de América Latina caminaban sin pedir permiso al señor Dieterich para dar cada paso, y eso le molestó sobremanera, por lo que comenzó a convertirse en el oráculo de las catástrofes: tales gobiernos y el socialismo cubano no iban a resistir más allá del año 2010, y por si eso fuera poco, Cuba sufría una «derrota estratégica» al negociar con la Iglesia católica la libertad de presos contrarrevolucionarios, como hizo en tantas otras ocasiones equivalentes. La lista de agravios de Dieterich aumentaba exponencialmente junto con sus capacidades proféticas. ¡Qué tiempos aquellos en los que lucía una mayor modestia y se preocupaba de denunciar al verdadero enemigo!
Si para Saramago y Galeano la ruptura con el gobierno de Cuba y sus ataques públicos fue lo políticamente correcto ante la tesitura de “salir movidos” en la foto del izquierdismo buenista, bienpensante y de doble moral, hoy Dieterich considera que su “deber” es lanzar una nueva cruzada contra la decisión del gobierno de Venezuela sobre el caso Joaquín Pérez Becerra. ¿Alguien se imagina, por ejemplo, que Dieterich dedique energías a denunciar los crímenes del imperialismo en Libia, Costa de Marfil, Congo y tantos otros lugares? No entra dentro de su círculo de intereses, puesto que las pesadillas de Dieterich son los gobiernos de Cuba o Venezuela. También para Dieterich es una actitud intelectualmente más elitista denunciar a Gadafi como responsable de la guerra en Libia, no a la OTAN o al imperialismo. Y ya se sabe que las causas que afectan a millones, a diferencia de las que afectan a un individuo, no suscitan la adhesión cerrada de la progresía y el izquierdismo bienpensante y radical. Por otra parte, pedir a Dieterich que centre sus iras en la denuncia del imperialismo y olvide sus obsesiones contra los gobiernos de izquierda latinoamericanos, sería como pedir que Obama o Sarkozy arremetieran contra los crímenes de la OTAN. Los verdaderos enemigos de Dieterich hoy son aquellos gobiernos de izquierdas que no escuchan sus sabios consejos, no el imperialismo.
Joaquín Pérez Becerra y la jungla de la izquierda
zToda esta larga introducción es necesaria porque la decisión dedeportar al revolucionario y refugiado político colombiano Joaquín Pérez Becerra por parte del presidente venezolano Hugo Chávez y su gobierno está todavía provocando fuertes coletazos en el ámbito de la izquierda y una peligrosa división: lo que podía haber sido como máximo un triste error político sobre un hecho concreto se está transformando en una peligrosa cacería de brujas contra Hugo Chávez que cuestiona desde su honestidad como dirigente hasta la validez actual del proceso conocido como Revolución bolivariana.
Anteriormente, en un artículo de urgencia, trataba de comprender las motivaciones políticas que habían empujado al presidente Chávez y al gobierno venezolano a deportar a Joaquín Pérez. Aunque avisaba que yo podría estar equivocado dado que no conocía todos los entresijos legales y políticos acerca de esta cuestión, me parecía extremadamente grave el hecho de que el asunto estuviera derivando hacia el linchamiento político de Chávez y hacia el cuestionamiento radical como dirigente del proceso conocido como Revolución bolivariana, como si toda la gigantesca obra realizada en estos años, dentro y fuera de Venezuela, se pudiera borrar de un plumazo. Mientras que algunas críticas a la deportación indudablemente fueron sinceras y bienintencionadas, otras estaban repletas de ataques, insultos, y argumentos llenos de mala fe y demagogia, tanto por parte de aquellos que no les gusta salir mal retratados como por parte de los que aguardan como el maná del cielo los errores y las dificultades de Venezuela y de Chávez para su conveniente explotación política.
Así hemos llegado al punto en el que la espesa selva política que atraviesa lentamente el presidente venezolano Hugo Chávez y el proceso bolivariano, está congregando a un nutrido grupo de especímenes políticos pertenecientes a la variopinta fauna descontentos con el Comandante, que acechan con los colmillos ideológicos y las garras dialécticas bien afiladas el momento en el que cualquier paso en falso, cualquier desliz, cualquier error o discrepancia política pueda convertir a Hugo Chávez –y a todos aquellos que se muestran solidarios con él– en una presa sencilla que convenientemente despedazada permita sobrevivir un tiempo más entre la jungla de la izquierda: ya se sabe que para las fieras la ley de la jungla se reduce a la conocida ley «mata o muere». Encontramos, por ejemplo, multitud de comunicados y protestas donde se equipara a Chávez con Pinochet, Videla, Stroessner y el resto de dictaduras fascistas latinoamericanas dirigidas por la CIA dentro del tenebroso Plan Cóndor. Encontramos también una multitud de gentes que siempre “supieron” que Chávez era un «caudillo», un «derechista» y un agente de la burguesía, al igual que siempre “supieron” que Fidel Castro era un «caudillo pequeñoburgués» que buscaba instaurar una dictadura de la pequeña burguesía contra los trabajadores cubanos. Y llegamos a la fauna de la ultraizquierda, constituida por aquellas fuerzas residuales que guardan en ceremonias litúrgicas los libros sagrados de la “alta sabiduría” política y que considera desde sus inicios a Hugo Chávez como un intruso peligroso dentro del universo de la izquierda, un sujeto que lo único que pretende es engañar al pueblo venezolano y a su clase obrera: como Fidel en su tiempo, piensan que Chávez está construyendo una dictadura de la nueva burguesía venezolana contra el pueblo.
También tenemos los casos de los izquierdistas extranjeros, aquellos que les gusta rasgarse las vestiduras, para los que el hecho de la extradición de Joaquín Pérez no sería una grave equivocación, sino una muestra de la «traición» y de la conversión de Chávez en un agente del imperialismo. Son personas que idealizan desde una perspectiva romántica toda forma de lucha de guerrillas –que, por otra parte, son quienes ponen los muertos a miles de kilómetros de distancia–, sin atender a otras consideraciones políticas, que no les afecta en lo más mínimo las bases yanquis en Colombia, ni la flota imperialista desplegada contra Venezuela, ni la acción de los paramilitares y los servicios secretos colombianos en Venezuela, ni tampoco les interesa lo más mínimo que la presencia de las guerrillas colombianas genere una escalada de amenazas y de posibles intervenciones militares estadounidenses y colombianas amparándose en la «lucha contra el terrorismo» al cual se le acusa de cómplice, día tras día, a Hugo Chávez y la revolución bolivariana. ¿Qué más da que de todo ello se pueda desembocar en una guerra que lleve al hundimiento del proceso político venezolano y cause miles de víctimas? Lo importante es hacer extraer de su contexto el caso de Joaquín Pérez y así arremeter con una actitud demagógica de izquierdista radical indignado contra el gobierno de Hugo Chávez y los que le apoyamos –a pesar de que se haya podido cometer un grave error– de forma solidaria
La soberanía nacional no se puede negociar
En el caso de la deportación de Joaquín Pérez encontramos unas motivaciones similares a otros procesos revolucionarios que se han visto obligado a firmar tratados internacionales desiguales y humillantes realizados bajo la presión injerencista, las amenazas y chantajes, y a veces, desgraciadamente, sin que ni siquiera puedan mediar tratado legal alguno que ampare tales medidas, injustas desde el punto de vista humano y legal, pero quizás inevitables desde otros aspectos que pudieran ser infinitamente más importantes. Afirmaciones del estilo «una revolución nunca debe hacer tal o cual cosa» son muy bonitas ante la galería pero no ofrecen soluciones concretas ante los problemas reales, como tampoco aquella famosa ley que dice que «no se pueden transigir con los principios»: ¿a qué se consideran «principios», a la protección individual de una persona sobre el interés del pueblo de Venezuela o a la protección de este mismo pueblo ante una coyuntura nacional e internacional muy dura? Lamentablemente, muchas veces hay que escoger entre una opción u otra.
Recordemos cuando, a finales de la década de 1970, el gobierno cubano, acosado por una campaña internacional que lo acusaba de complicidad con el terrorismo, decidió extraditar a todos los que secuestraban aviones por motivos políticos y los dirigían hacia La Habana: tales secuestros finalizaron en el acto. O sin remontarnos tanto en el tiempo, cuando en noviembre del año 2000 presuntos miembros del “Comando Aralar” de ETA se refugiaron en la embajada de Cuba de Madrid solicitando asilo político ante la persecución policial. Los funcionarios de la embajada entregaron en el acto a la policía española a los solicitantes de asilo. Para la izquierda del buenismo humanitario se debería haber condenado a Fidel Castro y a Cuba al fuego eterno por esta acción: no importa que a Cuba se la linche en los medios periódicamente con campañas que la asocian al terrorismo, ni importa que eso pueda poner en peligro las relaciones bilaterales entre dos países y cause un grave daño a la revolución y al pueblo de Cuba. Lo importante es no quedar mal retratado, no salirse de lo políticamente correcto, del izquierdismo de apariencia radical pero desprovisto de esencia real.
En este sentido, creo que es importante explicar éste y otros casos desde el punto de vista de la soberanía nacional de un país –recordemos nuevamente para los radicales bienpensantes que no estamos hablando de un país “normal”, sino de un país que desafía al orden internacional y que por lo tanto es chantajeado, amenazado y considerado «delincuente»–, un país que sobrevive como puede entre los tiburones imperialistas y sus aliados locales. Recordemos también que este gobierno, como otros similares, debe ejercer y preservar la soberanía nacional frente a sus enemigos que buscan aniquilarlo como el tesoro más preciado.
¿Quién de todos los críticos de Chávez, entre los buen y mal intencionados, y entre la izquierda del buenismo humanitario que se rasga las vestiduras ante la “herejía” de defender la soberanía nacional frente al “supremo” derecho de un perseguido político, se ha molestado siquiera en leer las conclusiones de Hugo Martínez, uno de los abogados de Joaquín Pérez en Venezuela? Martínez critica la decisión de Chávez desde el punto de vista de la violación legalidad, pero en cambio, y esto es un dato importantísimo, reconoce su acierto y necesidad desde el punto de vista político y de la soberanía nacional:
«No se puede permitir este tipo de Violación a los Derechos Humanos Fundamentales. Además estos Derechos y Garantías son reconocidas y aceptadas por los Estados y los pueblos respetuosos del Derecho Internacional. Por otra parte, considero como revolucionario militante que soy que la decisión del ciudadano Presidente Hugo Rafael Chávez Frías fue correcta, fue soberana, responsablemente tomada. Solo que la orden emitida por el ciudadano presidente fue mal ejecutada» (2).
¿Es que acaso no queda bastante clara la cosa? La orden de Chávez fue «correcta, soberana y responsablemente tomada». Aun en el caso de tratarse de un error, una injusticia o violación judicial, el trasfondo político de la soberanía nacional sobre el Derecho Internacional prevalece desde el punto de vista de la legitimidad y la necesidad política.
Para finalizar, recordemos las palabras de la escritora Blanca Montoya, que constituyen una excelente síntesis de todo lo expuesto hasta ahora:
«Se dice que el gobierno bolivariano tenía otras opciones antes de deportarlo y/o que violó el “derecho internacional” al entregarlo a Colombia. Los que no somos abogados internacionalistas no podemos juzgar si esto es cierto o no, pero vamos a suponer, sin conceder, que lo es. Este mundo no se rige por el “derecho internacional” sino que está sujeto a los atropellos del imperio que acecha y ataca a mansalva a todos aquellos que no obedecen a sus organismos internacionales o que no atienden a sus intereses. Las invasiones del imperio no han seguido los dictados del “derecho internacional”. Se cometen genocidios, se propinan golpes de Estado, se viola la soberanía de los países, se asesinan civiles, dirigentes y periodistas; todo ello queda impune aunque haya violado el “derecho internacional”, simplemente porque así lo decide el imperio. Opera montando campañas internacionales de descrédito y/o “terrorismo” a quienes quieren asesinar o invadir y luego lo hacen justificándose en sus mentiras. (…) Suponiendo que Chávez cometió un “error” ¿es razonable que la “izquierda internacional” rompa con Chávez porque entregó a Pérez Becerra borrando de un plumazo doce años de lucha revolucionaria? ¿qué ha hecho la “izquierda internacional” por los pueblos del mundo? ¿ya no vale el que Chávez haya acogido y beneficiado a cientos de miles de colombianos que viven en suelo venezolano porque no protegió a un colombiano con código rojo de Interpol? (…) ¿qué ha hecho la “izquierda internacional” por los miles de luchadores sociales, que no vivían en Suecia sino en todos los pueblos del mundo, que han sido y son asesinados, torturados y perseguidos?, ¿qué hizo por los cinco mil colombianos de izquierda que fueran asesinados en Colombia justo de entre los cuales se salvó Pérez Becerra?, ¿por qué no se envalentonaron entonces, se trata de que sea Chávez y el pueblo venezolano los que den la cara?, ¿creen que Chávez es Dios o que Venezuela tiene la fuerza para salvar a todos los perseguidos políticos del mundo?» (3).
No nos equivoquemos de enemigo nuevamente. Rectificar es de sabios y hay que trabajar por la unidad. El proceso venezolano y el latinoamericano tienen grandes desafíos y peligros por delante. Es imprescindible no volver a cometer los mismos errores para que los procesos revolucionarios y de cambio salgan más fortalecidos y puedan avanzar, respetando a los dirigentes que los pueblos reconocen legítimamente como suyos.
Notas
(1) www.kaosenlared.net/noticia/joaquin-perez-olga-benario-silencio-red-intelectuales-defensa-humanida
(2) www.aporrea.org/ddhh/a122621.html
(3) www.aporrea.org/actualidad/a122968.html
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