Mariano Ferreyra |
asesinato de Mariano Ferreyra, el primer arrepentido de la patota reclutada en los talleres de Remedios de Escalada brindó su testimonio ante la Justicia y se entrevistó en exclusividad con plazade mayo http://www.plazademayo.com/ para para revelar hechos de una contundencia feroz ocurridos aquel 20 de octubre de
2010. Medio año bastó para que el testigo de identidad encubierta elaborara
la necesidad de decir la verdad de lo que vio para empezar a recuperar su
vida: una vida que esa jornada fue atravesada por el crimen. Su relato confirma la liberación de la zona por parte de la policía y la participación de ejecutivos de UGOFE (la empresa operadora del ferrocarril) en la planificación del ataque fatal, a la vez que permite identificar de modo fehaciente al barrabrava Cristian Favale como el asesino del militante del Partido Obrero. El encuentro con este cronista se realizó en algún lugar del conurbano bonaerense.
“No olvido esa cara, no me la voy a olvidar nunca –afirma el arrepentido–.
Era Favale, se había hecho conocido entre nosotros desde el acto de Moyano en River”. El entrevistado se refiere a la convocatoria de la CGT realizada
el 15 de octubre del año pasado, cinco días antes del homicidio de Ferreyra, que contó con la presencia de la presidenta Cristina Fernández. La Unión Ferroviaria concurrió a ese acto con una columna propia: entre los asistentes se encontraba el testigo. Los máximos dirigentes del sindicato, José Pedraza y Juan Carlos González, están presos acusados de ser los instigadores del crimen.
“Favale era ostentoso –continúa el arrepentido–. Es corpulento: lo ves y te inspira miedo. Pablo Díaz le hablaba al oído y después Favale manejaba a
todo el mundo. Tenía una actitud de líder, pero se la pasaba insultando.
‘Dale la concha de tu madre, mové el bondi’, gritaba y los choferes de los
micros en los que habíamos llegado a River obedecían. Ahí se corrió, entre
nosotros, la bola de que era el custodia personal de Pablo Díaz”. Díaz es el
delegado sindical de mayor importancia en la línea Roca. Está detenido acusado de ser el jefe de la patota.
–Usted trabaja en los talleres de Remedios de Escalada. ¿Cómo se lo convocó
a custodiar las vías?
–Entramos a laburar a las seis. En los talleres hay delegados, subdelegados.
Está el pelado Suárez, uno que le dicen Fosforito, Toretta, Arias y hay punteros. Krakowski, un tipo viejo pero que se mantiene bien es uno. Más o menos a las 8 de la mañana, Toretta se acercó a nuestro grupo y dijo debíamos ir a Avellaneda porque los piqueteros venían a cortar las vías. La idea era que nos juntemos ahí, que vieran que había mucha gente y que entonces no suban. Para nosotros salir de Escalada e ir a una marcha significa salir, mostrar la cara y, a mitad de camino, irse para casa.
Además, la gente se siente presionada para ir. Hay un asado y tenés que ir.
“Ustedes cuando necesitan al gremio, el gremio está”, chicanean los delegados. Siempre tenés que estar porque si no te hacen una cruz. En la puerta los delegados nos reunían y decían: “Tranquilos, esto es un acto de presencia”. No llevamos palos ni gomeras, somos gente laburante. Cuando vamos a una marcha nos liberan: quiere decir que cuando termina la marcha te vas para tu casa y eso te cubre el día en el trabajo. Toretta iba anotando a los que íbamos. Agarramos un tren y bajamos en Avellaneda. En el andén ya había piqueteros: cuando vieron bajar al malón de ferroviarios una cara de terror ponían… Porque había muchas mujeres, señoras. Nos fuimos a la punta norte del andén del otro lado. Había un par de policías y varios compañeros de otros sectores. Se fue juntando la gente. Estaba Pablo Díaz ya. Había muchos jefes. Estaba Vitali, que es jefe de brigada, creo que es un comisario. Estaba el otro Pablo Díaz de Recursos Humanos de Ugofe. Se llaman igual.
–¿El gerente de la empresa?
–Sí. Estaba en el andén al principio de todo. Ese Díaz anda siempre de traje, el otro ni a palos. En un momento, Pablo Díaz pidió que lo acompañaran 20 o 30 porque en el tren que había parado empezaron a bajar los piqueteros. Yo me anoté y salimos para la calle. Los piqueteros empezaron a pasar. Al final había dos hombres grandes, de más o menos 50 años cargando una bandera enrollada. Díaz se les paró enfrente y empezaron a hablar. En un momento, se ve que se enojó. “Che, loco”, les dijo, “mirá que hoy las vías no se cortan”. El piquetero, de canas y barba, le dijo que iba a ser una marcha pacífica. “Mirá loco: vos me cortás las vías y yo te cago a tiros”, le gritó Díaz. Se escuchó reclaro. Los tipos se fueron. Nosotros volvimos al andén, en la punta norte del andén. Entonces se acercó Vitali, que es un comisario de estación, y le dijo a Díaz: “Si vas a hacer algo, hacelo ahora”. Los piqueteros empezaron a marchar, nosotros también, a su par: íbamos encima del terraplén. Algún que otro compañero les gritaba que no iban a cortar las vías. Uno que se cebó un poquito fue Krakowski: “Eh, cacho, mirá que las vías no se cortan”, gritaba. Era gracioso, porque es viejo. En un momento un grupo de piqueteros se subió a las vías. De nuestro lado los bajaron a piedrazos. Desde la calle, abajo, nos tiraban piedras. De repente empezamos a ver unas lucecitas que pasaban rozando y que les pegaron a algunos: nos estaban tirando con tuercas. Ahí ya no importó nada, los cascotes volaban por todos lados. Entonces llegó la policía, que se ve que estaba detrás de nosotros, y les empezó a disparar con balas de goma.
–¿Cuándo aparece Favale?
–Favale llegó en tren acompañado por más o menos 20 tipos que agitaban:
‘¡Vamos a correrlos! ¡Bajen!’. Estaban enardecidos. Empezaron a gritar:
“¡Loco, bajen de las vías!”. Casi todos bajamos. Los delegados estaban al mando. Pablo Díaz era la máxima autoridad. La idea era ir trotando, que fuéramos todos juntos para que vieran un malón y así los piqueteros, que estaban como a 3 cuadras, se asustaran y no se les ocurriera volver a subir a las vías. Adelante estaba Favale y su gente, reagitando. A él todos lo reconocimos, porque después del acto de River quedó como una institución: era el guardaespaldas de Pablo Díaz. La idea era ir trotando para que ellos, que estaban a 3 cuadras, se asustaran para que no subieran a las vías.
Cuando íbamos llegando a donde estaban, los piqueteros se plantaron. Era
impresionante ver a quince monos con unos bastones largos apoyados sobre el
piso esperando. Les tirábamos piedras y no se corrían. No se achicaron nunca. Y cuando los de adelante llegaron, pelaron los garrotes y les empezaron a dar. En una de esas uno de los nuestros cayó y me quedé dudando si debía ayudarlo. Entonces me retrasé y quedé delante de todo. Se venían hacia nosotros a piedrazos. Me puse detrás de un árbol y vi en el suelo un pedazo de ladrillo. Me agaché, agarré el ladrillo y, en ese instante, vi al lado mío a un tipo que se arrodilló y disparó: ¡pam, pam, pam! Era el guardaspaldas de Pablo Díaz. Le vi la cara. Nunca me voy a olvidar de esa cara: era Favale. Vi todo como una película, hasta pude ver los casquillos de las balas. En esa misma secuencia vi que un tipo que estaba a veinte metros se agarró la panza y se desplomó. Entonces me fui corriendo. Todos corrimos. En ese momento llegó el camión de la Federal y se cruzó. Los piqueteros se fueron.
–¿Cómo era el clima entre ustedes cuando terminó el episodio?
–Estábamos todos agitados, pálidos. Yo estaba sentado en la rotondita que está ahí, Pablo Díaz estaba cerca del puente, la barra de Favale se agrupó ahí cerca. En un momento llegó (el delegado) Gustavo Alcórcel con unas bolsas trayendo gaseosas. Me acerqué para agarrar una botella. En ese momento, Díaz miró a Favale y le dijo: “La concha de tu madre, te dije de los fierros”. Y Favale le respondió: “Pero no viste pelotudo que le di en la panza a ese hijo de puta”. Agarré la botella. Después de unos minutos, Díaz y Favale se pusieron a hablar, se dieron la mano y Favale y su gente se fueron. Yo también me fui.
El testigo de identidad reservada, que declaró ante la fiscalía el viernes 29 de abril, es el primero de los talleres de Remedios de Escalada que se presta a contar qué ocurrió ese día fatídico. Su testimonio aporta de un modo impecable al posible esclarecimiento de las responsabilidades que se sospechaban, pero que no tenían –hasta hoy– un sustento evidenciable que les diera fuerza, como la necesaria participación de Ugofe en la planificación del ataque. El testigo también brinda el nombre de un policía que no había sido llamado a indagatoria por la jueza Wilma López: el comisario Vitali.
Además, abre la posibilidad de que se quiebre un pacto de impunidad. El arrepentido trabaja en los talleres que aportaron la mayor cantidad de
trabajadores para la custodia de las vías, un hecho que devino en crimen.
En ese núcleo laboral se rumorea que hay más arrepentidos dispuestos a romper el pacto de silencio. Una ruptura que allanaría el camino de la justicia
para encontrar a todos los culpables del asesinato de Mariano Ferreyra, que tenía 23 años al momento de fallecer.
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