Fabián Magnotta.
UNA CIUDAD EN ESTADO DE ALERTA
El año 2006 se desperezaba en el almanaque cuando Gualeguaychú retomó la lucha contra las papeleras. El conflicto no tenía tregua y un verano caliente era el anticipo de un año realmente movido.
Fue Mariano Arana, el ex luchador popular y ya ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente de Uruguay, quien salió a cuestionar los cortes en el primer día hábil del nuevo año.
“Tenemos que consolidar el MERCOSUR, pero no vulnerando su propia normativa. Creo que es en su primer artículo que se garantiza la libre circulación de bienes, transporte y personas.
Cuando vemos una actitud como el corte de rutas, nos resulta muy poco comprensible”, dijo el funcionario. Así, frente a la nueva y fuerte modalidad de protesta de Gualeguaychú, Arana marcaba el comienzo de la táctica del Uruguay, de denunciar que los cortes obstaculizaban el desarrollo del comercio entre los países del MERCOSUR. Medía con una vara los cortes de ruta; y con otra las acciones irrespetuosas del Estatuto del Río Uruguay, que no sólo vulneraban viejos y sabios acuerdos, sino que también significaban actitudes de malos vecinos. A ello, los gobernantes uruguayos lo denominaron “soberanía”.
Desde entonces, cada posibilidad de diálogo que se iniciaba, encontraría a funcionarios uruguayos que planteaban como tema central la cuestión del corte, jamás de las pasteras.
En verdad, la modalidad del corte iría sumando enemigos. Confesos y velados.
Uruguay vería afectado el movimiento turístico y económico en general. El puente internacional General San Martín había sido, hasta ese momento, el principal enlace vial binacional y los bloqueos perjudicaban el turismo, la producción y a las aduanas.
Botnia encontró en los cortes de rutas y puentes, dificultades que debió sortear para el paso de camiones con materiales para la construcción de la planta. Además, la empresa contemplaba funcionar con una estrecha vinculación con las rutas argentinas y con la industria forestal mesopotámica. El corte interrumpió ese circuito, como luego también impidió el ingreso de madera e insumos por la ruta internacional 136.
En cuanto al gobierno argentino, en manos del kirchnerismo, la reiteración de los cortes le significaba una incomodidad política, una mala foto, el recuerdo constante y maldito de un conflicto irresuelto.
Además, el corte sumaría enemigos ocultos entre los contrabandistas de los más variados rubros: de autos, de soja, de ropa, hasta de obras de arte…
También los cortes causarían algún perjuicio a los comercios de Gualeguaychú y de Fray Bentos, ya que rompían el habitual intercambio entre ciudades vecinas. Pero, igualmente, la intensidad que alcanzaría el conflicto no hubiera concedido margen para la reciprocidad. En Gualeguaychú, la población sentía que Uruguay, y especialmente Fray Bentos, eran como el hermano que los había traicionado. En el Uruguay, alentados por los gobiernos, se arrojó sobre la población la idea de que Gualeguaychú, con los cortes, era el agresor contra su humilde vecino.
En ese sentido, la arremetida contra los cortes no sería la única acción política uruguaya basada en la picardía y en el disfraz de la realidad.
*LA SIEMBRA DE XENOFOBIA
El intendente de Río Negro-Fray Bentos, Omar Lafluf, jugaría un rol preponderante respecto del posicionamiento de su población ante el conflicto.
En líneas generales, el fraybentino creyó en los cuentos de la explosión económica que las pasteras iban, supuestamente, a generar. Además, la empresa supo llegar con mensajes de marketing, y los medios de ese país evitaron un debate sobre la contaminación. En esa ciudad nostálgica de los años del gran frigorífico Anglo y con una realidad marcada por el abandono y la falta de trabajo, los gigantescos espejos de colores dibujaban un futuro diferente.
El ciudadano uruguayo está orgulloso de lo que llama su “paisito”, y defiende con énfasis su Bandera, su fútbol, sus artistas, sus próceres, sus glorias. En el interior uruguayo, existió tradicionalmente una excelente relación con los vecinos de las ciudades entrerrianas, aunque también una mirada de recelo hacia los capitalinos, tanto los porteños como los montevideanos. Más aún, fraybentinos y gualeguaychuenses se sintieron siempre más cercanos entre sí que con los capitalinos de cada país. La rivalidad fue siempre “rioplatense”, pero los lazos de la hermandad mojaron sus nudos en el Río Uruguay.
Hay ejemplos contundentes. En los años setenta, cuando en Gualeguaychú no había televisión local, periodistas viajaban en lancha a hacer programas desde el Canal 12 de Fray Bentos. Uno de los más grandes artistas del Carnaval de Gualeguaychú ha sido el músico de Mercedes, Rubén “Ojito” Giménez.
Según los tiempos y los tipos de cambio, los comercios de Gualeguaychú eran invadidos por uruguayos (por ejemplo en los años setenta o en los años 2000-2002); y los locales de Fray Bentos y Mercedes se beneficiaban con la llegada de los gualeguaychuenses, lo que ocurrió en los ochenta y los noventa.
La generación de la Asamblea pasó vacaciones enteras en el balneario fraybentino de Las Cañas, muy cerca de donde luego se construiría Botnia. Y miles de gualeguaychuenses llegaron a tener conocidos, amigos, relaciones comerciales, y algo más en Fray Bentos.
Allí, caminar en verano era casi como transitar por la ciudad entrerriana: todo el mundo se conocía. En tanto, integrantes de las clases media alta y alta se cruzaban en calle Gorlero, en ese paraíso dolarizado que es Punta del Este. Cuando se plantó el conflicto, en el año 2006, en Gualeguaychú circularon varios mails anónimos donde se “denunciaba” a vecinos pudientes que habían ido a Punta del Este, lo que generó cierta tensión social.
El fútbol, un lugar común entre argentinos y uruguayos, reflejaba también la estrecha relación entre ambas ciudades. En los años 70 no pocos niños (“gurises”) y jóvenes de Gualeguaychú tenían como ídolo al goleador de Peñarol de Montevideo, Fernando “Potrillo” Morena; y las radios Carve, El Espectador y por supuesto Colonia eran parte del espectro local. Igualmente Radio Oriental, con los relatos futbolísticos brillantes de un joven que desembarcaría en Buenos Aires a comienzos de los años ochenta, y luego triunfaría en la Argentina. Se llamaba Víctor Hugo Morales.
Todo eso se despedazó con el conflicto.
La pertinaz acción de los gobiernos uruguayos y de algunos medios de ese país hizo lo que parecía imposible e impensado: los hermanos se separaron. El plan de invasión, feliz: los pueblos no debían estar unidos.
Según el jefe comunal Lafluf, hombre del partido Blanco, los cortes eran un ataque hacia el pueblo uruguayo. No una defensa de Gualeguaychú contra la agresión por la instalación de Botnia, como se planteaba desde la ciudad entrerriana, sino al revés.
Así, con la complicidad de varios medios orientales, se fue sembrando perversamente entre los vecinos uruguayos la idea de que desde la Argentina se quería impedir el crecimiento de ese país. La táctica política no desechaba ni siquiera el riesgoso territorio de la xenofobia, y en el Uruguay Botnia era "causa nacional".
A.C.A.G -- Asamblea Ciudadana Ambiental de Gualeguaychú
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