viernes, 15 de enero de 2010

Haití, el cáncer de La Hispaniola

Mucho antes de que el seísmo derrumbara los muros de las miserables casas de adobe, los habitantes de Puerto Príncipe ya eran los pobres de América. Llegamos demasido tarde.

Por Martín Prieto

Cuando Cristóbal Colón arribó a la Hispaniola se encontró con aborígenes muy interesantes: unos, los taínos (que significa «los buenos») y otros los arawaks. Nunca fueron una civilización comparable a la que tenían los mayas, los aztecas o los incas, porque la insularidad los limitaba. Pero su líder fue una mujer, llamada Anacaona («flor de oro»); ella fue bárbaramente ajusticiada por los conquistadores. La Hispaniola terminó convertiéndose en un avispero de corsarios, bucaneros y piratas franceses, ingleses y holandeses, mientras los españoles se enfagaron en el subcontinente. Sin embargo, en lo que hoy es la República Dominicana, en la parte oriental de la isla, se fundó «La Isabella», primera ciudad del Nuevo Mundo digna de tal nombre, igual que la primera corte de Justicia. Nada hacía presagiar tan ominoso destino para la isla bautizada igual que España.

En 1626, aventureros franceses, ingleses y piratas de diversas nacionalidades se establecieron en la Isla de la Tortuga. Todos los hermanos de la costa antillana, «los del pabellón negro», encontraron fondeaderos en el actual Haití. En 1697, España, atosigada, cede Haití a Francia a través del Tratado de Ryswick. La composición étnica de Haití consistía en un 90 por ciento de negros, un 10 por ciento de mulatos de ascendencia francesa; lo que demuestra, con el correr de los siglos que, pese a su fama, los franceses son mucho más remisos que los españoles a folgar con las negras.

Los principios de libertad e igualdad proclamados por la Revolución Francesa en 1789 dieron lugar a la insurrección de la negritud traída en masa como esclavos por franceses y españoles. Surgió entonces un caudillo mítico, Toussaint L’Ouverture, negro bembón, cuyo amo había cometido el error de hacerle liberto y darle estudios militares; llegó a ser general del Ejército francés. Dotado de gran inteligencia, mantuvo en jaque al Ejército francés. Napoleón, entonces Primer Cónsul de Francia, envió a su cuñado y 70 barcos de guerra, Víctor Manuel Lecqler, con 25.000 soldados; apresó a Toussaint y lo envió a Francia para dejarle morir en una miserable mazmorra. Pero L’Ouverture siempre será un referente para los negros americanos. Sin embargo los edecanes de Toussaint prosiguieron sangrientas batallas que arrojaron a los franceses, y en 1804 lograron la independencia y adoptaron el nombre de Haití que en idioma aborigen significa «Tierra Montañosa». Único caso en la América que, negros cimarrones, desharrapados y descendiendo de las montañas, derrotaron a un ejército europeo, abolieron la esclavitud y proclamaron su libertad.

Es interesante todo lo que vino a continuación: la corrupción desaforada, los sucesivos Golpes de Estado y la innumerable sucesión de gobernantes que se autoproclamaban «vitalicios». Caso paradigmático fue el de François Duvalier (1964-1971), conocido por mal nombre «Papá Doc», de aspecto siniestro y un obrar inquietante. Convenció a la población de que practicaba «el vudú» y poseía poderes extrasensoriales. Y eso que era médico de profesión. El problema en Haití es el sincretismo donde se mezcla el cristianismo con las tradiciones tribales africanas, y siempre se han decantado mucho más por el vudú que por la eucaristía. Este asesino se proclamó «Presidente Vitalicio» según las normas del país, y se apoyó en los «ton ton macautes», banda de sicarios que sembraron el terror en Port Prince. Papá Doc se edificó un personaje que fue «Le Barón Samedi» con el que encarnaba sus poderes omnímodos sobre la vida y muerte de los haitianos.

La bibliografía que existe sobre Haití escasa y ninguna explica el derrumbe de éste país, con o sin terremoto de grado 7.3 de la escala de Ritcher. El país más pobre de la América se ha apagado aunque pretendamos que su luz aún destella. Para un occidental recomiendo la lectura de una de las novelas, quizás entre las mejores, de Graham Green publicada por primera vez en 1966 y que aún no ha sido superada como retrato de la sociedad haitiana y el abandono por ella de parte de un mundo occidental hipócrita que debió intervenir en «el país de las montañas» mucho antes que el terremoto derrumbase los adobes de las miserables casas de los habitantes de Port Prince. Son los pobres de América. Creo que hemos llegado demasiado tarde…

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