Me gusta evocar la palabra cuando es justa. Retrotraerme a la lánguida paz que me produce siempre una verdad ya enunciada, sin ambages ni medias tintas. Me gusta pedirte siempre explicaciones, cuando el poder se embandera en vos mismo, cuando me es esquiva tu respuesta, cuando la provocación de tu soberbia ineluctable encallece mis dedos de tanto golpear teclados en sonatas estériles.
Me gusta reconocer que eso de evocar me gusta. Sería un mentiroso como vos si no lo dijera. Aunque sea a la pasada lo dejo escrito, no tan valiente como para entrar en los decires palabreros de la verdad explícita, que ya no importan tanto en definitiva, porque no harían nada más que entreverar lo que siempre es entrevero. No hacen falta entrevistas para entrever lo que a la distancia vos sabés que prefiguro.
Me gusta acogerme a esa distancia para decir verdades cuando son así, tan necesarias y urgentes. La verdad es la elección ya hecha; decisión tomada es, y lo demás es una enorme trinchera para la que hace falta algo de tiempo, un poquito más de espera en tu tropiezo.
Me gusta recordarte al grito desde acá -que es la distancia mínima que nos permite el mundo- para que tuerzas la cara y veas que todavía estoy, que me paseo tras tus alambradas, que me ladro con tus perros.
Y que sigo acá porque me gusta y que acá me quedo. Que no me voy a ningún lado. Decidido a verte tambalear, a dar el empujoncito para tu caída inevitable.
F.Leicht
posta porteña
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