miércoles, 5 de octubre de 2011

Tendencia dominante entre universidades del mundo: Siervas de la civilización capitalista

-Manuel Moncada Fonseca

.¿Democracia participativa en las universidades?
Hablemos de nuestro oficio, pero sin adornos ni vanidades que suelen presentarse en su desempeño, sobre todo en ciertas esferas de la llamada educación superior que, desde luego, marcan algo más que pautas en nuestro ámbito de acción, por más que declaren que los procesos, que en él se desenvuelven, son altamente participativos. De otra manera, no se puede comprender su desprecio por los criterios, sugerencias y críticas que el resto de los sectores universitarios hacen sobre el quehacer académico en su conjunto.

De alguna forma, ello también se expresa cuando esas mismas esferas hablan del paso cada vez mayor del nivel de licenciatura a los de maestría y doctorado, toda vez que a los licenciados se les está viendo, cada vez con mayor fuerza, como docentes de poco o ningún valor académico. Ello es un contrasentido, porque el profesional recién graduado es, por doquier, exactamente eso: un licenciado. Como contraparte, se piensa que los niveles de maestría y doctorado son, por sí mismos, expresiones de elevación de la calidad de los procesos de enseñanza aprendizaje, ignorándose que la experiencia, por lo común, habla con mucha mayor propiedad, en este caso, que los postgrados alcanzados. Aclaramos que no estamos hablando en contra de éstos, sino en contra del sentido que se les está atribuyendo
.Los pueblos y la propiedad intelectual

Existe la fuerte tendencia a que los que desde nuestro medio hablan por todos nosotros, sean o no autoridades, aparenten mucha circunspección; a que vanamente reduzcan el mundo a lo que hace o dice hacer el alma mater; a volver casi todo lo bueno que se hace y se crea en el mundo, hacer y creación de ésta y, sobre todo, de su conducción.

No resulta fortuito que, como sostiene Fernando Buen Abad Domínguez, se presente constantemente a la educación como “el gran remedio para (casi) todos los males sociales e individuales”, ignorando así el papel determinante que los pueblos juegan como fuerzas motrices de la Historia[i], sin que, como grandes mayorías, pasen forzosamente por un aula universitaria o, siquiera, por una escolar...
En efecto, fuera de nuestro pequeño ámbito de acción, negamos a los más grandes demiurgos de cultura, conocimiento, saber y tecnología. Desconocemos así la grandeza de esos millones de millones de seres humanos que, desde todos los tiempos, sin ínfulas, con generosidad y sin ánimos de estimarse propietarios (privados o intelectuales), nos brindan algo más que conocimientos, saberes y tecnologías: los alimentos que nos mantienen vivos, las casas que habitamos, las ciudades con sus calles, luminarias, carreteras, centros de diversión, recreación y educación, hospitales y clínicas; así como fábricas, comercios, mansiones y rascacielos, bienes de los que se apropian, en el mundo del dinero florecido o capital, los que viven del esfuerzo ajeno, pero que se llaman a sí mismos -y se les llama desde nuestro rincón- productores, y no en correspondencia con lo que realmente son: empresarios, opresores o esclavistas modernos.
.La propiedad intelectual y sus riesgos

A propósito de la llamada propiedad intelectual de la que no pocos en nuestro campo de acción se sienten tan prendados, leemos algo que pudiera herir su inflado ego:

“La propiedad intelectual es un término que en sí mismo contiene una contradicción”, porque desde “los propios orígenes del desarrollo humano, cada invento, cada obra supuestamente original, tiene su base en los descubrimientos y avances de la ciencia, y las expresiones culturales que le precedieron, desde el alfabeto, los sistemas numéricos o los primeros cantos de trabajo. / “De haber existido leyes de apropiación desde los orígenes de la humanidad, no hubiera sido posible llegar hasta hoy. Todos bebemos de las fuentes de ese patrimonio de la humanidad que es el conocimiento y la cultura universal, un mosaico diverso, enriquecido por miles de millones de seres humanos, generación tras generación.”[2]
No hablamos, por supuesto, de permitir que personas o instituciones ajenas al quehacer universitario se digan autores, ya no digamos dueños, de aquello que no sale de su medio, su esfuerzo, sus estudios o su inspiración. Desde esta óptica, debe defenderse la autoría inmediata (institucional o individual), pero entendiendo que detrás de ello hay siempre todo un saber acumulado a lo largo de mucho tiempo que no debe ser mercantilizado de ningún modo.
Refiriéndose a esta temática, Sandra Parra nos hace advertencias severas en torno a los peligros que encierra la propiedad intelectual para los países proletarizados. Entre otras cosas, plantea que mediante tratados internacionales relativos a la misma –tratados que muchos de nuestros países se han visto obligados a suscribir- se les fuerza, en parte, a dar a los extranjeros, aparentemente, igual trato que a los nacionales, pero en verdad, por medio de ellos, las transnacionales se aseguran privilegios que niegan derechos a los locales; se les empuja, por si fuera poco, a adaptar las “legislaciones nacionales para que se traten aspectos tecnológicos, que se crean sólo en países industrializados, (patentamiento de microorganismos, […] [en función de] que no pongamos barreras para el acceso a la explotación de nuestra biodiversidad (CDB), etc.” Todo porque su afán es monopolizar la tecnología y volvernos dependientes de ella de por vida.[3]
Sirviendo a estos propósitos, muy al contrario de lo que aún se cree, la UNESCO, una instancia de la ONU que inmerecidamente ha gozado de mucho respeto en la Academia, es por completo cómplice de que las universidades y los centros educativos en general se sometan a los designios del mercado internacional. En el 2003, la misma organizó en París su Asamblea sobre Educación, mostrando que no solo la OMC estaba interesada en su mercantilización sino también ella, solo que lo hace de forma más sutil y solapada. No fue casual que la Declaración final de dicha asamblea anotara que “la educación es un bien social y global”, frase que solo puede ser interpretada en la línea “de presentar a la educación como un bien transable”, es decir, “no regulable por las legislaciones de los Estados nacionales” y, por consiguiente, sometido por entero a los designios del mercado internacional.
[4]
.En torno al modelo académico por competencias[leer más]


http://librepenicmoncjose.blogspot.com/2011/10/tendencia-dominante-entre-universidades.html

















Josep Fontana nos da pauta para darle un rotundo mentís a las grandezas que se acostumbra a endosar a la academia y a la intelectualidad en general, sobre todo, cuando se prestan a reproducir los valores del sistema transnacional y sus mercados. En efecto, hablando del papel de esos seres negados en todo sistema opresor, recogiendo los aportes de Edward Gibón, señala que éste “distingue entre los avances debidos a los individuos geniales […] y aquellos otros, más elementales pero mucho más decisivos, para la subsistencia de los hombres, que son aprendidos por el conjunto de la colectividad y conservados en la práctica de ésta...”. Más adelante, acota: “El genio individual o los avances de los grupos más ilustrados pueden extirparse ´pero estas otras plantas resistentes –escribe citando a Gibón- sobreviven a la tempestad y [pueden] echar una raíz perenne en el suelo más desfavorable´. Son estas artes básicas –continúa-, ligadas a la subsistencia del hombre, las que forman el auténtico motor del progreso humano”.[1]

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