Por Nelson Lombana Silva.- PaCoCol
(Ibagué, marzo 28 2012) Decimos con la más impoluta convicción de que la memoria de los mártires revolucionarios caídos en esta dura y larga batalla no pueden vivir bajo el polvo hirsuto del olvido, ni la ingratitud de los que hoy empuñan con esperanza las banderas de la resistencia y de la lucha popular. De alguna manera, somos los continuadores de esa singular batalla que algún día se concretará en Colombia cuando las trompetas de la victoria señalen que ha llegado al Palacio de Nariño la nueva concepción histórica del desarrollo inexorable de la humanidad: ¡El Socialismo!
Esa obra esculpida en el corazón del pueblo organizado, consecuente y politizado, reconocerá el esfuerzo y el heroísmo de tantos hombres y mujeres que han caído o hayan de caer por estos nobles ideales. Por eso, en nosotros debe brillar el respeto y la admiración hacia todos los comunistas y las comunistas que han dado su vida o incluso, han tenido el “privilegio” de morir tranquilamente en su lecho, rodeado de los suyos. Que nadie profane el sacro templo de los justos con palabras soeces. Que nadie se levante inquisidor para calificar la conducta del camarada que cayó defendiendo a su modo los principios sacros del comunismo y los sueños utópicos de los pueblos.
“El heroísmo es el esfuerzo eminente de la voluntad y la abnegación que lleva a realizar hechos extraordinarios”, dice el diccionario de la real Academia. ¿No es extraordinario que un humilde campesino rompa la ideología de la burguesía, enfrente sus aparatos ideológicos y represivos y muera desafiando ese poder descomunal predicando el Socialismo?
Esa admiración y respeto hacia nuestros héroes revolucionarios caídos por la causa de los pueblos, también se debe reflejar en las relaciones permanentes con quienes compartimos la lucha histórica por un cambio estructural y de fondo. Si hay características que nos deben diferenciar de esta sociedad capitalista deshumanizada, descompuesta y corroída por la infamia, son precisamente, el respeto, la admiración, la solidaridad y la fraternidad. Además, la verdad, la justicia y el ejemplo permanente de modestia y compromiso debe brillar sin mancha en el firmamento de Colombia, la patria liberada por la acción del pueblo liderado por Bolívar, Sucre, Atanasio Girardot, Manuelita Sáenz y tantos otros y otras.
Hay que tener claro que estamos permanentemente cambiando, evolucionando y de otra parte, los comunistas estamos por la construcción de una sociedad humanizada, una sociedad que recupere la capacidad de asombro y vea en sus semejantes un monumento digno de admirar. Si aceptamos que nadie tiene la verdad revelada, podemos presentar nuestra verdad con entera libertad sin ofender, ni herir susceptibilidades utilizando limpiamente los argumentos.
Cuando tuvimos la oportunidad de visitar, casi que de sopetón, el mausoleo del camarada Luis Vidales en la población de Calarcá, Quindío, hemos de confesar que sentimos como una descarga de energía y compromiso revolucionario que todavía la sentimos con fuerza e ímpetu. Quienes hemos tenido la oportunidad de leer una partecita de su dilatada existencia y de su inmenso aporte a la revolución colombiana y llegar a una cripta tan humilde nos enseña que así fue su vida: Sencilla, pero comprometida de verdad hasta los tuétanos por la causa de los Comunistas y del pueblo colombiano en su conjunto.
Debemos entender que somos materia y conciencia. Somos realidad concreta. Somos seres humanos sensibles a todo lo que acontece a nuestro alrededor. Desgraciado de aquel que no tiene sensibilidad y se pretende parecer al hierro. En el fondo, es el más vil de los cobardes.
Así es que a todos nuestros muertos por la causa de los pueblos, por la revolución, ni un minuto de irrespeto, toda una vida de admiración y vivo reconocimiento.
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